Categoría: slash
Género: humor
Rating: T
Advertencias: posible OoC
Resumen: Sido tiene la costumbre de llegar siempre en el momento oportuno. O en el más inoportuno, según se vea. ¿Quiere Tom lo suficiente a Bushido para soportar a su indiscreto amigos por un par de horas sin que termine en desastre?
Notas: Del Maratón de retos: Reto: 135.- AU. Tomshido. Bushido desea tener una cena romántica con Tom en su propia casa pero todo falla desde que Sido hace acto de aparición, se saca los zapatos y trata a Tom como la mugre del zapato, no grosero del todo, pero sí pesado. Al final Tom lo soporta todo, desde las historias sucias que Sido cuenta de Bushido cuando eran jóvenes y estúpidos, sus sexcapadas juntos y hasta los eructos que suelta a su lado. Todo, con paciencia de santo, y pese a todo, Bushido ve en Tom una faceta que aprecia mucho, puesto que ninguna de sus parejas soportó antes más de media hora con Sido, ni hablar toda la noche. Eso lo hace único. Obvio que final feliz después de todo lo que sufrió Tom xD
Lo había visto quizá dos veces. Tres le parecía un número
muy grande y siempre se había encontrado con él de lejos; no habían tenido
conversaciones más largas que “hola, adiós”, así que Tom pensó que sería lógico
preguntarse qué demonios hacía ese hombre ahí cuando él estaba por llevarse una
generosa porción de ensalada a la boca y su plato no iba siquiera por la mitad.
Bushido lo miró, avergonzado pero sin decir palabra, como
si simplemente no pudiera hacer nada al respecto. Ciertamente no podía. No
importaba si se lo decía directa o indirectamente, Sido había llegado, se había
unido a la cena, y no pensaba irse sin haber terminado con toda la porción de
comida que le cupiera en el estómago, y una generosa cantidad de alcohol.
Así que Anis miró al techo y respiró profundo, exhaló
ruidosamente para llamar la atención y se armó de la mayor seriedad que pudo,
logrando únicamente que la sonrisa de Sido se hiciera más grande. No tenía
sentido decirle nada, la primera vez que le reclamó, el hombre le dijo que de
verdad no lo hacía por joder, no era su culpa que tuviera compañía cada vez que
él decidía venir a visitar. Y como si tuviera alguna especie de radar, esta era
la ¿décima? vez que lo hacía.
Un mes hacía que Anis se había encontrado con Tom en la
calle; el chico se le había quedado mirando, así que le regresó la mirada hasta
que el aire comenzó a ponerse tenso a su alrededor y ante la inminente
agresión, decidió que fuera el otro quien diera el primer golpe; pero cuando el
de rastas lo siguió discretamente hasta llegar a una calle despoblada, no fue
precisamente para darle un puñetazo en la cara.
Con un sonrojo en las mejillas y el ceño fruncido, cual
niño pequeño y con la cara adorable que Anis no había notado que el muchacho
tenía, Tom le extendió la mano como saludo de camaradas y trató de comenzar una
conversación de la que recordaba poco antes de que Bushido riera y lo invitara
a tomar algo.
Le tomó sólo tres días darse cuenta que podía comenzar
una relación con el rubio, y eso fue todo lo que demoró en proponerlo.
Ciertamente creía difícil olvidar el shock en los ojos de Tom, su eterno ceño
fruncido ante la incertidumbre, y el ligero dudar en sus labios antes de que lo
besara y Tom no hiciera nada para impedirlo.
Hacía un mes, y sin pensar en que todo podría salir mal
por fuerzas extrañas y externas, Anis había decidido que quería formalizar.
Llamó a Tom como cualquier otro día y le dijo que lo
esperaba en su casa para cenar. Preparó la cena él mismo y se arregló lo
suficiente, aunque sabía que Tom no se pondría otra cosa que no fueran sus
acostumbradas ropas anchas y que si acaso mostraba algún gesto formal, sería el
no llevar gorra.
—¡Cómo aquella vez en que fuimos a ver a los lobos al
zoo, y seguridad vino a sacarnos a patadas porque intentamos meternos a la
jaula! —Paul río alto, acompañado de ligeros golpes a la mesa y seguido de un
largo sorbo a su trago.
—No, fuiste tú el que intentó meterse a la jaula.
—Es lo mismo, nos sacaron a patadas.
La primera media hora había sido entretenida, incluso él
la había considerado graciosa y Tom había pasado el rato sonriendo y
participando en la conversación. Ahora sabía que su error había sido seguir la
corriente en lugar de simplemente ignorarlo hasta que se aburriera y fuera a
echarse a la sala y prendiera la televisión o simplemente se fuera a la cocina
a tomarse todo el vino que encontrara. Anis sabía que no sería así de ningún
modo, pero podía tener esperanzas en sus arrepentimientos; quizá sólo porque era
más fácil culparse a sí mismo que arrepentirse de haber encontrado a alguien
como Pauln el camino de su vida.
No que se arrepintiera de la amistad que mantenían desde
hace ya varios largos años. Estaba bien; el problema era que aquel hombre no
tenía una noción de seriedad a menos que fuera estrictamente obligatorio e
impuesto por sí mismo o una fuerza bastante superior. Usualmente le bastaba
consigo mismo para calmar al hombre, pero eso no funcionaba cuando había una
tercera persona en escena. Mucho menos si era la pareja de Anis. Mucho menos si
era alguien como Tom. Porque Tom estaba en el mismo ambiente y no le costaba
ningún trabajo manejar una conversación como esa, incluso si le agredían
descarada pero disimuladamente, como Paul solía hacerlo con todas las personas,
donde no era posible no reírse aunque la grosería fuera palpable.
Y sí, la primera media hora había sido soportable, pero
la paciencia estaba rayando su límite y Anis no estaba seguro de cuánto más
soportaría; o peor, cuánto más soportaría Tom.
La última pareja que se había encontrado en presencia de
Sido no había soportado más de veinte minutos, se había levantado, lo había
abofeteado incluso a él y se había marchado para no volver a su vida nunca más.
Literalmente, porque podría jurar que se había cambiado hasta de nombre; se
esfumó como si la tierra se lo hubiera tragado.
Volvió a respirar fuertemente, intentando contenerse de
golpear a su amigo cuando cayó en la cuenta de qué era lo que estaba diciendo
ahora, después de terminar su anécdota de cuando, efectivamente, los habían
echado a patadas los de seguridad —había evitado ese lugar desde entonces,
incluso aunque Tom lo hubiera sugerido varias veces; por orgullo, quizá, aunque
de mejores lugares lo habían corrido. O quizá por compasión de los pobres
animales (seguramente no los haría muy felices volver a ver su cara)—. Paul le
estaba hablando a su novio de la vez que habían viajado a Las Vegas; aquella
vez de la que se seguía preguntando por qué había accedido a ir, precisamente
porque no podía arrepentirse de haber ido.
El problema era que de verdad no veía necesario que Tom
supiera que había participado en un trío con ese hombre y una prostituta latina
que se les había ofrecido cuando se detuvieron a comprar licor. Porque era
perturbador en muchas maneras el hecho de que su novio (o cualquier persona) se
enterara que había compartido sexualmente una cama con Sido (aunque sonara peor
de lo que era).
La primera media hora había sido entretenida, incluso
divertida quizá, en comparación a ahora que Tom mantenía un gesto perplejo
idéntico al de su hermano, su comida había quedado olvidada y Anis quería que
se lo tragara la tierra (o a cualquiera de los tres); entretenida en
comparación a la siguiente hora y media que había decidido Paul que le apetecía
quedarse.
Divertida en comparación a ahora, que Paul se había
levantado de su silla, había bostezado y preguntado dónde podía dormir, porque
ya había entrado la noche y no había traído su auto. Entonces Anis apretó los
puños y contrajo el rostro con una expresión llena de ira antes de ponerse de
pie con un ruido seco de su silla; el grito estaba por salir de su garganta
cuando el ruido de cubiertos siendo dejados en la mesa llamó su atención, donde
Tom había abandonado su respectivo lugar y sonreía con algo parecido a la
resignación.
—Es hora de que me vaya.
—¿Qué? —fue todo lo que atinó a salir de su boca.
—¿¡Cómo!? ¿Pero no te ibas a quedar también? Podemos
hacer una pijamada, con mujerzuelas y alcohol —
—¿Qué? —Bushido sólo podía mirar perplejo de uno al otro
sin atinar a decir nada más porque las palabras se le habían quedado atoradas
entre insultos y reclamos.
—No, debo irme. Prometí a mi hermano que le ayudaría con
algo.
Anis lo miró resignado, porque sabía que aquella era una
vil mentira; no había prometido a Bill nada, porque le había prometido a él que
se quedaría esa noche y probablemente todo el fin de semana.
Suspiró una vez más y de nuevo golpeó la mesa con más
fuerza de la necesaria antes de retirarse para acompañar a Tom a la puerta.
—Te juro que no sabía que este bastardo iba a venir.
—Me lo imaginé —contra todo pronóstico, Tom sonrió y besó
a Anis, con la promesa de recuperar el fin de semana perdido apenas y su amigo
desapareciera.
Tom no dijo una palabra más antes de marcharse, y Anis
estaba seguro que, de haberlo hecho, hubiera sido alguna serie de insultos.
Tenía que darle crédito, había estado ahí por casi tres horas, ni siquiera
había comido bien y en compañía del parásito que yacía ahora dormido en el
sillón de su sala con el televisor encendido.
Antes de patear a su indeseado acompañante hasta el
cuarto de invitados, y sólo porque no quería verlo en su sala por la mañana,
Anis tuvo el ridículo pensamiento de que Tom en verdad lo quería.
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