lunes, 9 de julio de 2012

So bad {Tokio Hotel} {Rap}

Pairing: Eminem/Bill
Categoría:  Slash
Género: drama
Rating: NC-17
Advertencias: BDSM (o algo así, yo no sé BDSM anyway)
Resumen: Bill estaba destinado a los raperos. Estaba destinado a ser servido entre ellos, en bandeja de plata y como plato fuerte; lo había sabido siempre.
Notas: Para Archange, por el intercambio de fics en el grupo de autores; ella fue mi amiga secreta de intercambio y vaya reto, lo amé por completo.




La primera vez que lo vio fue en un programa de televisión, hablando bien de él, de su música y de lo increíble que era; por las pintas que tenía aquel tipo, podía asegurar que no había escuchado más de dos de sus canciones. Aunque el rapero bonito era otra cosa.
La segunda vez que lo vio, fue en persona y a lo lejos; no porque quisiera verlo, sino porque era difícil ignorar a un tipo que medía casi dos metros, con una mohicana intensa, mucho delineador y ropa de diseñador en una pista de hielo para patinaje mientras cuidaba que ningún tipo raro intentara acercarse a su hija. El rapero bonito iba con él, se sonreían y jugueteaban de vez en cuando, empujándose para hacerse perder el equilibrio y no pudo evitar pensar que eran unos críos.

Bill estaba destinado a los raperos. Estaba destinado a ser servido entre ellos, en bandeja de plata y como plato fuerte; lo había sabido siempre. Le gustaba culpar a Tom por ello, por haber sido el primer tipo de tallas extra grandes en su vida y pasarse los días llenando su casa y su cerebro con toda esa jodida mierda de letras de mafiosos, blasfemias y sexo.
Después de Tom había venido Bushido y su séquito de simplones, barbudos y bárbaros, y Bill estuvo a punto de gritarle al mundo que por qué lo torturaba de semejante manera, si de quince canciones de SamyDeluxe que su hermano escuchaba a él sólo una le parecía valer la pena. Bushido tenía su historia aparte, y así como él no escuchaba la música de Tokio Hotel, Bill prefería charlar con su persona que lidiar con su ruido. Tom, en cambio, podía pasar a quedarse a las reuniones, donde, para gusto de Bill, todos parecían idiotas en pijamas caras, las cabezas tapadas y hablando en un acento que los hacía parecer retrasados.
La primera vez que escuchó a Eminem, sin embargo, fue bastante diferente. Fue poco después de llegar a América y sí, también tuvo que fruncir el ceño ante el ritmo constante y pesado, pero sonrió al darse cuenta de que su voz era bastante peculiar. Por lo menos no sonaba como si estuviera a punto de quedarse dormido. Entonces prestó atención a la expresión de su rostro, sus ojos fríos, serios, calculadores, como si fuera a ser traicionado en cualquier momento y estuviera completamente listo para ello; las facciones duras, como  esculpidas en marfil, la convicción y seguridad; ese algo que estaba en sus pupilas, haciendo que sus ojos lucieran dilatados, serenos, como agujeros negros y profundos, sin fin, y se preguntó qué era lo que hacía falta para que todos los demás raperos que él conocía tuvieran esa clase de madurez.

—Tú eres la novia del rapero bonito, ¿no?

Pero la primera vez que le habló, se retractó de sus ideas que habían rayado lo sublime.
Pese a lo retorcido que debía ser que él estuviera acostumbrado a que lo confundieran con chica, o que lo confundieran con la pareja de su hermano (porque sabía que lo de femenino se lo decía por joder, pero lo de “novia” no estaba tan seguro), o que hubiera llamado “bonito” a Tom, en lugar de refutar cualquiera de aquellas cosas, se limitó a darle su nombre.

—Me llamo Bill.

—En realidad me tiene sin cuidado.

Cuando era pequeño, a Marshall su tío le enseñó las diferencias entre hombres y mujeres, y se aseguró de dejarle bien claro que los hombres debían gustar de las mujeres y que aquellos que no lo hacían eran llamados “maricas” y que ser un “marica” estaba “mal”.
Cuando creció y comenzó a hacer música descubrió que era divertido hablar sobre los maricas, que rimaba bien y a los otros hombres les gustaba molestar a los homosexuales.
Que joder, algunas veces, te ponía por encima en una especie de jerarquía extraña que contradictoriamente te hacía más hombre.
Su tío jamás dijo nada respecto a hombres que lucían como mujeres, pero él sabía que un hombre sigue siendo un hombre no importando cuán femenino pueda lucir y que, hombres como él, no podían ser llamados maricas salvo en rimas bien formadas.
Podía ir en contra de todo lo que su tío le enseñó, porque le importaba en sí una mierda lo que ese hombre le dijera.

Por eso la novia del rapero bonito estaba echado en su cama, en un extraño estado de sobriedad y mirando hacia él con descaro.

Había hecho que le dieran escalofríos. Sabía que cuando Eminem había dicho que realmente le tenía sin cuidado, no se refería sólo a su nombre, sino a todo él, lo que quisiera y pensara.
Sabía también que se había convertido en un masoquista desde hacía tiempo, la primera vez que decidió que sí, sería genial hacerlo con uno de ellos ya que estaban siempre atravesándose en su camino. Era como morder a conciencia una manzana envenenada. Una poderosa corriente de necesidad le recorrió la espalda e hizo que le temblaran las piernas por un segundo.

—Yo te daré lo que necesitas. —Era lo que todos solían decir cuando estaba por acostarse con ellos. Marshall no dijo nada más que un pequeño y apreciativo “Oh” antes de dirigirlo a un departamento espacioso y elegante.

Marshall no necesitaba decir muchas palabras, prefería escribirlas, rimarlas y cantarlas.
Bill tuvo que mantenerse callado para no romper el pesado silencio que distaba de ser verdaderamente incómodo y los rodeaba mientras el hombre al que no podía dejar de mirar preparaba bebidas tras la barra. Se puso de rodillas en el colchón cuando se acercó a él con dos copas en la mano para entregarle una.

A veces se preguntaba, qué era lo que estaba haciendo, qué pretendía con todo aquello. Después recordaba que le importaba una mierda, porque los ricos y famosos no podían estar locos ni equivocados, sólo ser excéntricos.

Bill sentía que explotaría, la mirada de Eminem atravesando su piel, manteniéndose lejos de él, siempre a distancia, como si lo estuviera apreciando o midiendo el tiempo para realizar su siguiente movimiento, pidiendo permiso a un pie para mover el otro, siempre sin acercarse. No hacía absolutamente nada y Bill se bebió la copa de licor rojo de un solo golpe cuando la desesperación mezclada con excitación se apoderó de él. Era demasiado para su necesidad el sólo ser observado.
Demasiado morboso, demasiado irresistible; saber que el otro hombre lo deseaba y se negaba a sí mismo el placer de tocarlo.

Cuando despertó no se podía mover, estaba desnudo, le dolía la cabeza, sentía entumidos todos los músculos y no recordaba haber perdido la conciencia.
Lo había drogado. Drogado y atado a la cama, la soga apretada en sus muñecas y, aun cuando comenzó a quejarse después de darse cuenta que no, no le parecía divertido, Marshall no cambió su congelada expresión que se mantenía inerte en una ligera sonrisa. Ni siquiera cuando le vació la botella de tinto encima. Su cabello arruinado y el maquillaje corrido, quiso de verdad golpearlo…

Sentía el corazón palpitar en su miembro, todo su vientre y las piernas acalambradas; pie contra pie, rodillas separadas y tobillos amarrados hasta sus muslos, incapaz de deshacer la posición, completamente expuesto; sus brazos débiles, atados a la cabecera, a punto de ceder pero sin opción. Estaba desfalleciendo pero se sentía en la gloria, con destellos blancos que le nublaban la vista, su entrada contrayéndose dolorosa e involuntariamente alrededor de él, y Marshall embestía lento, pero con una firmeza desgarradora.
No estaba seguro ya cuánto tiempo era que tenía en aquella posición, sus músculos a punto de ceder en varias partes de todas sus extremidades, cuando Shady se inclinó un poco más sobre él, cogiendo sus rodillas y juntándolas repentinamente, de forma brusca. Gimió fuerte, con su miembro golpeando su estómago y sus testículos bien apretados en su entrepierna. La soga le quemó la piel en el movimiento y le hizo lloriquear, deseando que parara, que lo desamarrara, lo dejara bajar los brazos, tocarlo y poder enredar sus piernas alrededor de su cadera, en un punto de soporte que le supiera seguro.

—Quítamelas —le dijo, después de coger una bocanada de aire lo suficientemente grande tras varios intentos fallidos en los que sólo resoplaba.

—No. —Y aquella fue toda la seca respuesta que consiguió de su parte antes de que volviera a entrar en él con un movimiento de cadera certero, adentro por completo, el choque húmedo y el golpeteo en chasquidos de testículos contra su trasero retumbaba en su cerebro.

Podía sentir a Marshall en todo su cuerpo, todo dentro de él, como si las cuerdas fueran sus extremidades, sometiéndolo, y abrió los ojos tratando con fuerza de enfocar. Ahí estaba, manteniendo una distancia prudencial, sujetándose a sus rodillas alzadas y juntas, hincado en el colchón, la espalda erguida en su totalidad, con los ojos entrecerrados, una arruga en la frente y la mano firme en su propia cadera, moviéndose de adelante a atrás en estocadas calmadas que parecían pretender siempre ir más adentro. La base del miembro de Marshall golpeó con fuerza contra los huesos de su cadera, haciendo que soltara un gemido cortado y ahogado; apretó los ojos y cerró la boca, apretándola para no ponerse a lloriquear lastimosamente a causa del dolor. Quería gritarle y golpearlo  hasta no sentir el cuerpo, sometido de pronto a una ola de adrenalina provocada por los destellos de ira que la quemazón en distintos lugares de su cuerpo le provocaba, pero ya no sentía el cuerpo y la adrenalina se fue como vino, repentinamente, mezclándose con su excitación y las porciones de orgasmo que oscilaban en su sistema.
Si abría la boca, lo único que podría hacer sería jadear.

Marshall se sujetó con fuerza de su cabello antes de correrse. Su cabello mojado por el vino, vino en todo su cuerpo, vino dentro de él. Y correrse con mucha fuerza.

Bill tuvo que llamar a un chofer para poder regresar a casa. Quiso prometerse también que no volvería a hacerlo, meterse a la cama de un jodido rapero, pero sabía perfectamente que era una promesa que no podría cumplir. 

1 comentario:

  1. Vengo aquí, a tu casa, a reiterar mi amor por esta historia y por su autora (aka "genio de la botella":D)

    Muchas gracias por cumplir mi deseo... pero como tengo suerte y aún me quedan dos, voy a abusar de la generosidad de mi genio y a pedirle que me regale el word para guardarlo entre mis historias favoritas ¿Sería posible?*Le hace ojitos dulces a su genio*

    Un beso enorme<3

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