Género: drama
Rating: K+
Advertencias: mención twc
Resumen: Los vio partir y, tomando de la mano a su marido, se recordó que al final, aunque le doliera, no importaba. Ella también tenía una vida.
Simone vio a sus
hijos marcharse de casa después de despedirse. Le daban la espalda y sonreían
con una felicidad que parecía casi irreal, imposible.
Ella sabía que
Bill y Tom se amaban, probablemente más de lo que debió tolerar y, si no se
permitía divagar al respecto o indagar más de lo necesario era porque sabía que
no podría hacer nada al respecto, así sus sospechas fueran ciertas. Por eso
prefería no pensar en ello y dejarlos estar; y si estaba afligida porque se
marchaban de casa y no estarían en contacto como lo estaban antes, porque se
mudaban solos, a una enorme casa, sólo suspiró para olvidarlo. Respiró profundo
y los vio subir al auto que los llevaría a su nuevo hogar, despidiéndolos
nuevamente, moviendo la mano y con una sonrisa melancólica.
Tenía la vaga
impresión de que nada, absolutamente nada podría hacerlos más felices. Que si
retrocediera el tiempo y les diera todos los regalos que no les pudo dar
durante su infancia, ni siquiera eso los haría más felices que decir "nos
iremos a vivir juntos, solos".
Simone sabía
desde siempre, que si bien ellos la amaban de verdad, ella no significaba lo
que uno significaba para el otro, y que jamás podría obtener de ellos el amor
que se profesaban mutuamente. Que se amaran no estaba mal. "Que se amen no
está mal", se lo repetía todo el tiempo intentando fingir que no sospechó,
sospechaba y seguiría sospechando que sus hijos cruzaron hace mucho una barrera
que no debieron haber cruzado como hermanos que eran. Simone no decía nada,
porque ellos se comportaban "normal" frente al cualquier clase de
terceros (lo que para ellos era 'normal').
Viéndolos partir
se preguntó, ¿qué sería el día que muriera alguno de los dos? De algún modo no
era capaz de imaginarlos, no sólo porque una madre no se atreve a pensar en la
muerte de sus hijos, sino porque no se veía capaz de concebir la idea de que
uno dejara atrás al otro de esa manera. El día que uno muriera, el otro
simplemente moriría también. Era irreal. Era irreal porque ella sabía que había
escasas posibilidades de que eso realmente sucediera, pero en su mente no era
posible visualizar a uno solo de sus hijos muerto. Sintió su corazón oprimirse
al darse cuenta que, si es que esa inconcebible idea llegara a ocurrir, el
dolor que ella sentiría no sería siquiera comparable con el que el otro de sus
hijos sentiría; sintió oprimir su corazón ante la idea de no era ella la que
más amaba a sus hijos y, por mucho que quisiera, jamás lo sería.
Los vio partir y,
tomando de la mano a su marido, se recordó que al final, aunque le doliera, no
importaba. Ella también tenía una vida.
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