lunes, 17 de septiembre de 2012

Transición. {Tokio Hotel}

Pairing: Tom/Bushido
Categoría: fem!slash
Género: hurt/comfort
Rating: M
Advertencias: gender swap, AU
Resumen: Palabras olvidadas no significa que no duelan.
Notas: Para Archange. Por ser lo mejor que me ha podido pasar aquí.Este fic fue escrito por mí, pensado por mí y es traído aquí por mí. Sin embargo, fue beteado por Aelilim, revisado por Den LaFee y el título me lo regaló Artemis. Gracias chicas, este fic es muy importante para mí.





Tomie está triste. No sabe por qué pero lo está. O en realidad quizá sí lo sepa, pero le frustra que sea real y que no puede recordar con exactitud las palabras que le fueron dirigidas y que la han hecho sentir miserable desde hace días; la frustra estar triste por algo que ni siquiera recuerda, y le frustra sentirse aliviada por no poder recordarlo, porque eso sólo la hace darse cuenta de cuán cobarde es.
Su hermano le ha dicho cosas horribles; cosas que probablemente no siente del todo aunque no son mentira y que no tiene intención de negar. Bill no va a disculparse y Tomie lo sabe perfectamente, porque Bill jamás retracta sus hechos y palabras, por muy hirientes que puedan ser y aunque se las haya dicho a ella. Tomie no lo dice, pero ambos saben que Bill es el único capaz de hacerla plañir como un crío y querer morirse.
Está cansada de su cobardía, y está cansada de su depresión, porque hace días que no puede quedarse quieta en el trabajo sin sentir el escozor en los ojos que le indica que está pensando en las palabras que no recuerda y que va a ponerse a llorar.

Hace dos semanas su amiga Erika renunció al empleo que tenía en una librería cerca de la estación; Tomie no recuerda exactamente el día que discutió con Bill, pero estuvo buscando empleo desde entonces para no tener que pasar sus tardes en casa, viendo la cara de su hermano y llorando; porque necesita un reproductor de música nuevo y esa playera roja con estampado increíble que vio en la tienda electrónica de Sido, el rapero que le gusta.  Erika le comentó de su renuncia y de que estaban buscando a alguien que cubriera su puesto con urgencia. Tomie decidió que era el destino, así que se presentó con su solicitud y en compañía de su amiga el mismo día que esta firmó su renuncia formalmente.
Por eso tenía ya dos semanas trabajando en una librería, cosa que le dejaba mucho tiempo libre mientras no entrara nadie y antes de que tuviera que hacer el inventario; por eso se deprimía con facilidad y tenía que mantenerse ocupada leyendo, escuchando música o limpiando el mostrador.

Como no recuerda por qué está triste ni quiere recordarlo y está tan distraída intentando hacer que su cerebro no funcione más de lo necesario, Tomie no se da cuenta cuando aquella mujer entra por la puerta y se recarga un segundo en el cristal antes de comenzar a recorrer todos los pasillos con una expresión aterradoramente seria, tensa; sólo repara en su presencia cuando se acerca a la caja y pregunta con un tono de voz demandante:

—¿Quién ha cambiado de lugar los libros de historia oriental?

Tomie se sobresalta, poniendo la mano derecha sobre su pecho y provocando que la mujer (que la mira ahora fijamente) sonría de forma casi burlona.
No, se está burlando realmente y Tomie frunce las cejas antes de responderle con un tono que está lejos de ser cortés.

—¿Perdón? —En un cambio de humor brutal, la mujer vuelve a repetir la pregunta sin borrar la sonrisa de su cara y ella se limita a dar un número de pasillo sin dejar de fruncir las cejas.

A Tomie nunca le ha gustado escuchar su nombre en boca de extraños, así que cuando la mujer, seria de nuevo, paga por los tres libros que compró, le da las gracias con su nombre incluido, que tomó del gafete que Tomie se ve obligada a llevar (y que agradece que no diga nada más como “yo puedo ayudarle” o “qué tal su día”), siente un escalofrío que no logra clasificar, pero que está segura le llegó por la forma en que su nombre fue casi arrastrado hasta que la extraña desapareció por la puerta. Y no puede dejar de pensar casi con nerviosismo que espera que no se vuelva un cliente frecuente.

+--+
No hay nadie en la librería y, tras diez minutos de haberse quedado mirando un punto fijo, Tomie se ha puesto a llorar (de nuevo sin una razón); casi solloza pero se detiene de dar rienda suelta a sus lágrimas y el dolor atorado en su garganta como una masa mal masticada cuando, para su desgracia, sus deseos no se ven cumplidos y la misma mujer extraña de hace un par de días entra tan intempestivamente como la primera vez y ella no alcanza a limpiarse bien la cara ni arreglarse el cabello. Antes de que pueda decir algo, la mujer ya ha cerrado la puerta de entrada, y brincando el mostrador con alguna especie de preocupación mezclada con ira en su mirada, se le acerca para tomarla de las mejillas e inspeccionarle los ojos como si no hubiera nada más en su cara.

Tomie sabe que intenta ver a través de ella y quiere voltearse porque sabe que lo logrará, pero la mujer le sostiene el rostro con firmeza y no puede hacer más que mirarla de vuelta, con los ojos llorosos y la piel pálida; es hasta entonces que se da el tiempo para analizarla y sólo logra llegar a la conclusión de que su carácter no es lo único extraño.
Es de piel morena, tanto que Tomie pensaría que es extranjera si no fuera porque ya la escuchó hablar y su alemán es demasiado limpio; sus ojos son grandes, oscuros y sus facciones demasiado expresivas. Tomie calcula que debe pasar los treinta, aunque luce bastante joven y avivada; lleva el cabello largo, hasta la cintura, castaño oscuro, lacio y abundante, y además del enorme “electro guetto” tatuado en la parte interna de ambos brazos, lleva un símbolo muy llamativo en el costado de su cuello. Es atractiva, delgada, de caderas bien proporcionadas, vientre firme, brazos fuertes y pechos grandes, bastante más grandes que los suyos. Viste de forma muy simple: pantalones y blusa de tela delgada, holgados, como si hiciera mucho calor; zapatos de piso, un collar de plata y un reloj caro, plateado, que contrasta bastante con el resto de ella pero le queda muy bien. Más que reparar en su belleza o el increíble tamaño y firmeza de sus pechos, Tomie siente el aura a su alrededor. Un aura de poder, de grandeza; de elegancia y superioridad. Después de pensar que es extraña, la impresión que le da a Tomie es de ser peligrosa.

—Tomie —le dice como si la conociera de siempre y sin soltarle las mejillas, a un palmo de distancia de su cara—. No llores —y no es una sugerencia, lo sabe; es más una orden que debe ser cumplida y, sintiéndose estúpida y avergonzada, Tomie se da cuenta que las lágrimas no habían dejado de salir por completo y se ve obligada a empujar a su cerebro a que las haga parar. No porque ella se lo haya dicho, sino porque se prometió que no lloraría enfrente de nadie.

—Está prohibido pasar detrás del mostrador. —Se siente más estúpida porque es lo primero que articula después de fruncir el entrecejo de nuevo.
Entonces la mujer pone cara de no creérsela y suelta una carcajada tan estrepitosa y aliviada que le da la impresión de que hasta los libros se sobresaltaron en su lugar; rodea a Tomie con sus brazos por el cuello y se larga a reír sobre sus hombros como si le hubieran contado el mejor de los chistes. Su voz es ronca, casi ilógica en comparación de su apariencia tan femenina, sólo combina con la seguridad de su postura y su mirada, y Tomie piensa que en realidad su tono es muy sensual. Entonces tiene un escalofrío, porque la estrecha contra su cuerpo y aquella sensación que perdió hace semanas, cuando se peleó con Bill, la inunda de pronto y quiere dejarse llevar y llorar y llorar hasta quedarse seca, como si tuviera tres años y se hubiera raspado las rodillas y sabe que puede llorar porque será atendida; se siente segura. A salvo.

—Creí que te habías hecho daño en el cuerpo, chavala; pero por lo que veo no tendré que llamar a una ambulancia. —Tomie se estremece de nuevo. Sabe que la mujer se ha dado cuenta que no, físicamente no tiene nada, pero el alma la tiene destrozada.

—Bueno, ¿y usted quién es? —quiere agregar de nuevo que no puede quedarse detrás del mostrador, y que por favor no se tome tantas confianzas, pero se siente tan tranquila que está confundida y no se atreve a mover el cuerpo por un temor físico e inconsciente de que la calidez se vaya.

—Anie. ¿Entonces estás bien, no?

—…Sí —y la incertidumbre se vuelve más grande, porque apenas ayer una de sus amigas le había preguntado lo mismo en clases y no se había sentido capaz de responder de otro modo que como había estado haciendo; con un seco “estoy” y una sonrisa falsa, cansada. Porque no está bien, pero justo ahora no se siente como si estuviera mal.

—¿A qué hora sales, Tomie?

—A las ocho —responde en un gesto autómata y la mujer pone un pulgar sobre su entrecejo, que se ha mantenido fruncido sin que Tomie se diera cuenta, y que ahora se ve obligada a relajar antes que ella se aleje y salga de al tienda con un casual “nos vemos” sin dejarla siquiera reaccionar. Tomie no sabe qué fue todo eso y no está segura de querer saber; justo ahora sólo puede darse cuenta de que le ha entrado frío.

+--+ 
Tomie no ha dejado de pensar en Bill desde que la mujer se fue, pero es hasta ahora que está terminando con el inventario que se da cuenta que no ha pensado en él con tristeza, como lo ha hecho desde hace días, sino con coraje, rabia acumulada y mal distribuida; se ha mantenido de mal humor todo ese tiempo, tanto que incluso ha ahuyentado a un par de clientes con su cara de pocos amigos y su tono de voz nada cordial.
No está segura de por qué, sólo sabe que la idea le ha llegado como iluminación: Bill es un hijo de perra.
Su mamá le pegaría si la escuchara, pero ahora mismo no encuentra otra forma de definirlo, y es que Tomie ha estado para Bill un total de cada una de las veces que la buscó, dígase siempre, pero él jamás parece tenerlo en cuenta. Bill es un egoísta, un grosero, un egocéntrico. Tomie sabe que quizá es el choque de orgullos, porque ella tampoco es la mejor persona del mundo, pero también sabe que sí, ha estado ahí siempre y Bill no estuvo nunca realmente.

Bill es lo más importante para Tomie. Porque lo ama, es su hermano gemelo y lo que Tomie creía como su pilar. Tomie creía que Bill estaba ahí para ella, que no debía sentirse sola porque no lo estaba, Bill estaba ahí; y si alguna vez sentía ganas de rendirse, sabía que no podría porque debía estar para Bill.
Bill era el arco que lanzaba la flecha, esa energía que la impulsaba a continuar. Pero mientras hacía el inventario recordó con amargura recubierta de ira, que Bill había dicho que no la necesitaba. Sí, había sido eso lo que le había roto el corazón. Que no la necesitaba. No necesitaba de ella, y Tomie había pasado su vida dedicada a Bill porque creía que él la necesitaba tanto como ella lo necesitaba a él. Porque Bill podía hacer nada por ella, pero a ella le bastaba con que estuviera ahí. Y Bill ya no quería estar.

La tristeza de Tomie se transformó en odio y una necesidad imperiosa de hacerse fuerte, de seguir adelante sin él.

Toma sus cosas, apaga las luces, sale y, mientras está cerrando el establecimiento, nota que hay alguien mirándola. Anie está ahí, en pie, a unos metros de la puerta y con toda la atención clavada en su persona. Su primera reacción es molestarse pero luego se da cuenta que quizá debería asustarse un poco. ¿Es su idea o aquella mujer la está acosando?

—¿Olvidó usted algo? —la forma de hablar de Tomie es demasiado limpia, como si aún atendiera a un cliente y eso provoca una sonrisa en la mujer.

—A ti para invitarte un café.

Abre los ojos sobremanera pero frunce el ceño casi de inmediato, intentando disimular que está perpleja. —No gracias —dice con una rapidez vehemente y el tono de voz que raya el pánico antes de intentar darse la vuelta y alejarse para tomar el autobús, pero Anie es más rápida y le coge del hombro antes de que pueda dejar de mirarla por completo.

—Oh, vamos, quiero asegurarme que ya estás bien, ¿de acuerdo? No suelo intentar nada raro en la primera cita.

Tomie sabe que debe omitir la palabra “cita”, el hecho de que la mujer se le esté insinuando (incluso si lo hace en broma o si ha notado que le atraen las chicas y lo dice en serio), decir “no tiene de qué preocuparse, me encuentro perfectamente” y marcharse sin darle oportunidad de más, quizá denunciarla si la vuelve a ver por ahí; sabe que debe hacer aquello, pero no sabe si es el tacto en su hombro, la voz ronca, el olor a canela o la firmeza de sus curvas, pero se siente hipnotizada y no hace más que suspirar, asentir con la cabeza y seguirle los pasos.

Chaqueta puesta y mochila al hombro, Tomie no sabe de ningún café cercano, sólo que si se hace muy tarde ya no podrá tomar el bus, pero que no debe desconfiar de aquella mujer, no está segura por qué. O probablemente deba, pero no se siente capaz de hacerlo.

+--+
Cuando la mesera arribó, instintivamente Tomie notó que era muy guapa, pero para su desgracia, también pudo notar como la mujer sentada a la mesa con ella, le miraba con evidente descaro; la pobre mesera estaba incómoda, nerviosa e incluso un poco asustada (quizá asqueada, con la gente hetero nunca se sabe). Entonces las dudas de Tomie se disiparon y decidió que sí, aquella mujer le había estado coqueteando. Pidió un frappé de los sencillos porque pretendía pagar ella misma su bebida, pero la mujer no se cortó e incluso pidió postre para acompañar su cappuccino, y finalizó entregando la carta con un “gracias, guapa”.
Tomie quería que se la tragara la tierra cuando la chica le miró con una ceja alzada, como diciendo “¿Tu novia me está tirando los perros acaso y tú no le dices nada? Vayan y entérense que soy gente decente” antes de alejarse de la mesa.

—¿Qué usted no tiene ninguna clase de escrúpulos? —le preguntó.

—No me hables de “usted”, chavala, no tengo más de treinta.

—¿Cómo quiere que le hable si no la conozco de nada?

—Anie, te dije que me llamo Anie. De apellido Ferchichi, ¿y tú?

—Kaulitz —soltó entre un suspiro de resignación —, Tomie Kaulitz. Ahora dígame ya qué es lo que quiere de mí.

—Lo haré cuando tú dejes las formalidades conmigo. Aunque no tengo mucho que decir; eres la chica guapa de la librería a la que suelo ir a comprar, ¿eres nueva, no?

—Entré hace un par de semanas, en remplazo de la chica anterior.

—Oh, ya veo…

Cuando las bebidas llegaron, sin más atenciones por parte de Anie hacia la mesera, esta se dedicó a hacer preguntas básicas, accediendo a responderlas de vuelta. Hacía mucho que Tomie no socializaba, y en realidad no lo había hecho nunca con alguien que conociera en la calle sin más. Fue así como descubrió que aquella mujer era profesora de historia, que estaba maravillada con el antiguo Japón y sus artes guerreras; que estaba soltera (se lo dijo en un tono sugerente), que tenía un sentido del humor bastante extraño pero entretenido. Parecía amable pero severa, y peligrosamente capaz de hacer lo que quisiera. Le dijo que le gustaban sus rastas y esto las llevó a hablar de música, donde Tomie descubrió asombrada que sus gustos eran muy parecidos y tuvo que atragantarse con su frappé cuando se enteró que aquella mujer conocía a Sido.

—Ese hombre es mi hermano, niña —le dijo. Y claro que no hablaba literalmente, pero igual se vio tentada a chillar de la emoción cuando Anie le dijo que le podía conseguir la playera que quería, incluso autografiada.
Ella se rió de su euforia y Tomie quería sentirse apenada, pero no podía.

La risa de Anie era grave pero sensual, como toda ella; de esas risas que te dejan una sensación agradable asentada en el vientre, una sensación pesada que hormiguea, casi somnolienta.

+--+
Tomie supo que pasaba las nueve y media cuando su mamá le llamó para gritarle que dónde demonios se había metido. Tuvo que dar una excusa pobre y decir que ya iba en camino, y cuando colgó, Anie se reía de ella y se ofreció a llevarla en su coche. No quería que la llevara, pero ya era tan tarde y su madre estaba tan enojada, que aún dudosa tuvo que acceder.

Cuando llegaron, Tomie se bajó una cuadra antes de llegar a la puerta de su casa y Anie se despidió con un “hasta luego, guapa”, como una amenaza de que se volverían a ver.

Aquella noche, Tomie pensó en el silencio que las embargó durante todo el camino en la increíble camioneta de Anie, en la música que las rodeaba y el ligero olor a canela por todas partes. Sonrió como boba antes de dormirse, porque sabía que aquella mujer pretendía ligársela y no quería dejarle las cosas fáciles. También sabía que hacía mucho que nadie lo intentaba de verdad y que probablemente a la primera traba, Anie podía mandarla a la mierda. No estaba segura de qué era lo que quería aquella mujer en realidad porque, ¿por qué una mujer varios años mayor iba a fijarse en una chica como ella si era obvio que podía conseguir cualquier cosa que quisiera?
Tomie no sabía, sólo sabía que, aunque la idea no le agradara del todo, aquella mujer le gustaba.

+--+

Anie era como un torbellino e impredecible todo el tiempo. Normalmente se encontraba de buen humor, bromeando o tranquila, pacífica; parecía inalterable, pero su paciencia en realidad era muy poca, y aun cuando había que hacer algo muy, muy cabrón para alterarle los nervios, cuando perdía los estribos la tierra temblaba; los músculos de su cara se tensaban, su pupila se dilataba, hinchaba el cuello y se manejaba en respiraciones profundas y cortas. Su voz era lo más aterrador; se hacía gruesa, pesada, demandante; tendía a lazarla y entonces retumbaba en tu cabeza, haciéndote sentir como si tu cerebro se encogiera. Cuando Anie no estaba para bromas, no lo estaba y mejor no tentar a la suerte.

Tomie le había visto enojada unas dos o tres veces, y la primera vez tuvo tal sobresalto que creyó que comenzaría a hiperventilar de la impresión y tuvo el fuerte impulso de echar a correr lejos, muy lejos. No se había enojado con ella, sino con uno de sus colegas; fue cuando terminaba de cerrar la librería, la vio hablando por teléfono mientras esperaba y de un momento a otro se puso a vociferar un par de insultos y amenazas encubiertas con aquella voz que acojonaba tanto. No le dijo el motivo de la discusión, a Anie no le gustaba permitir que sus problemas se salieran de lugar, así que no los discutía con nadie ajeno al problema.
Respiró profundo, se disculpó con Tomie, hizo un intento de sonrisa y se ofreció a llevarla a casa como todas las noches desde que fueron a tomar café.

Los primeros cuatro días, Tomie estaba reticente e incómoda, pero Anie le aseguraba que estaba bien, no tenía nada qué hacer, le gustaba su compañía y le quedaba de paso. Tomie sabía que mentía, pero decidió que aquella mujer era de fiar, las conversaciones eran buenas y no tenía que pagar más transporte.
Como ahora iba en auto también tenía un poco más de tiempo para perder y Anie conducía especialmente despacio o rodeaba varias veces la misma manzana.

Tomie cerraba siempre cinco minutos antes de las ocho y Anie estaba ahí, esperando por ella, parada junto a la puerta. Algunas veces la llevaba a comer postres o tomar algo (nada de alcohol porque aún era menor), pero la mayoría del tiempo la pasaban conversando. Tomie quería estudiar alguna ciencia social; filosofía tal vez, así que mantenían largas charlas al respecto. En algunas ocasiones le preguntaba a Anie sobre la escuela y esta le hablaba sobre lo idiotas o insoportables que podían ser algunos de los chicos, incluso estando a punto de entrar a la universidad; algunos otros eran muy presuntuosos y ella se encargaba de ponerlos en su lugar. Anie la hacía reír, la hacía olvidar. Olvidar que Bill no la necesitaba, que Bill no estaba esperando por ella en casa, que a Bill no le interesaba una mierda si es que llegaba antes o una, dos, tres horas después de lo que debería llegar.

Nadie había hecho que se olvidara de Bill y pensó que nadie lo haría; quizá era porque algo había caído muy profundo dentro de ella en el momento en que su hermano comenzó a escupir veneno en su dirección, de forma indiscriminada y olvidando (mandando a la mierda, mejor dicho) todo aquel tiempo que se tuvieron únicamente el uno al otro; olvidándolo porque seguramente creía que sólo así alcanzaría su independencia.
Todavía le entraban ganas de llorar, tirarse en su cama y no levantarse hasta que el mundo fuera otro; entonces veía a Anie y una sensación de tranquilidad la abrumaba. ¿Bill? ¿Cuál Bill?, se decía en broma y la tristeza se le iba hasta los tenis, por donde trepaba cuando volvía a casa.

Tomie sabía que lo que sentía por aquella mujer no era normal, no para ella. No era amor, porque sabía cómo se sentía el amor; le transmitía seguridad. Se sentía segura como nunca, cada día al salir del trabajo. Se sentía bien. Quizá más que la presencia de un sentimiento era la falta de otro; Tomie no se había vuelto a sentir sola. La soledad se iba, en pasos cortos pero constantes.

Sabía que seguramente no era amor, pero también sabía que Anie le gustaba y que a Anie le gustaba ella, y la hacía sentir bien.
Un día la vio charlando con otra mujer y de pronto la necesidad insana de acercarse y colgarse de ella le atacó, entró en pánico y sintió la tristeza y desesperación subiendo por su garganta, golpeando en su vientre, pisándole el cerebro. Tomie no quería perder de nuevo la seguridad que sólo alguien más puede darte.

Ese día al salir del trabajo y antes de que alguna pudiera decir algo, Tomie se acercó y la besó sin más, rápido pero firme, sin siquiera cerrar los ojos y con la determinación plasmada. Eran casi de la misma estatura y no pensó en la diferencia de diez años de edad que les separaba hasta que Anie dejó oír su voz y entrever su sonrisa.

—¿Me estás provocando acaso, niña?

—Lo siento —le dijo sin de verdad sentirlo antes de que la morena le jalara por la nuca y le besara en serio.
¿Depresión? ¿Cuál maldita depresión?

+--+
Tomie ha estado yendo a la casa de Anie desde hace dos semanas durante todos sus ratos libres: cuando no tiene clase, cuando sale temprano, cuando no va al trabajo; Anie la recoge de la escuela y van a cualquier sitio, porque cualquier sitio está bien, pero especialmente la casa de la mujer porque es enorme, tranquila y huele toda a ella.

La primera vez que estuvo ahí tuvo que detenerse en el jardín, abrir sus ojos cuan grandes eran y exhalar un silbido como muestra de admiración. Era una casa inmensa, inmensa y sofisticada. Anie se rió por su reacción y la empujó a entrar porque la reticencia a invadir aquel lugar se le notaba.

La invitación había sido casual mientras comían el almuerzo en un restaurante pequeño, Tomie hablaba y hablaba  de la discusión que había tenido con su madre porque no la dejaba tener un perro y Anie la miraba detenidamente y fingiendo que escuchaba porque la idea le había dado vueltas en la cabeza durante días; no estaba segura de cómo formular la propuesta ni de qué reacción tendría, porque sabía que era empujar a la relación a más seriedad, y Tomie era una niña, y Anie no sabía qué era lo que esa niña realmente quería.

—¿Vamos a mi casa? —le dijo sin más, mientras tomaba de su jugo e hizo que casi se ahogara.

—¿Qué?

—Que si vamos a mi casa.

—¿A qué?

—A lo que sea, no tengo un plan en especial.

Tomie se sonrojó y bajó la mirada, porque el último novio que tuvo la invitó a su casa para intentar propasarse cuando ella creyó idiotamente que de verdad sólo quería invitarla a jugar X-box, y tuvo que romperle la nariz. Pero Anie no era hombre, era Anie, la mujer que seguía provocándole una confianza alienígena dentro de las irregularidades de su actitud. Así que dijo que sí y se terminó su jugo mientras Anie pedía la cuenta.
Fue así como comprobó que su novia no era sólo profesora de historia, sino que se dedicaba por tiempos a escribir canciones que vendía a músicos que a Tomie le gustaban y probablemente también a alguno que otro negocio turbio de los que nunca hablaba.

El “nada en especial” se convirtió en hablar de música, ver una película de samuráis y jugar cartas hasta que hubo que llevar a Tomie a casa.
Aquel fin de semana tendría completamente libre y le había sugerido que fuera a quedarse para que pudiera disfrutar de la piscina como debía ser. A Tomie le costó un poco convencer a su mamá, pero al final accedió con la condición de que le dejara el número de teléfono de su amiga.

Para su desgracia, Tomie se sorprendió a sí misma pensando más en que nunca había pasado todo un fin de semana fuera de casa sin Bill, en lugar de pensar en que estaría en una casa increíble con la única compañía de la mujer que le gustaba. Se sintió mal, pero no supo descifrar bien el porqué.

Aquel viernes no durmió en su cama, con Bill en la habitación contigua, sino en una matrimonial, con almohadas enormes y en compañía de una mujer que se dejaba tocar y besar y le acariciaba las curvas por encima de la delgada pijama, muy cerca la una de la otra hasta que entre mimos a sus rastas se quedó dormida.

El sábado en la mañana, Tomie se despertó a las ocho  porque algo olía realmente muy, muy bien. Anie le había hecho el desayuno y la esperaba en la mesa, comiendo fruta y leyendo un periódico que usaba más para matar el tiempo que para enterarse de algo. La menor apareció ahí en short y camisa de franela holgados, amarrándose el cabello en una coleta alta como siempre hacía, incierta y con el apetito más despierto que ella misma; Anie la recibió con una sonrisa, un beso y una invitación a que la acompañara a desayunar huevo a la canasta.

Después del desayuno, Tomie se puso su bañador a velocidad luz y salió al jardín con las rastas amarradas en lo más alto de su cabeza. Su bañador era rojo, sin espalda y algunas flores blancas a la altura de la cadera; Anie se rió porque le pareció infantil, pero no dijo nada, aunque la mirada que le dirigió bastó para intimidar a Tomie y hacerla fruncir el ceño.

—¿Qué?

—Nada, nada.

Recostada en una silla de plástico y con lentes de sol, Anie llevaba un bikini de color marrón, que si bien le cubría lo necesario no dejaba mucho a la imaginación, y Tomie la miraba de reojo cada que podía, entre atontada, excitada e impaciente porque dejara de lucirse al sol y se metiera al agua con ella. Pero fue hasta diez minutos después de Tomie buceando y flotando sin dirección, que Anie se decidió a entrar.

Después de una hora, Tomie se dijo a sí misma que sus rastas ya estaban lo suficientemente mojadas y dio tregua a la guerra que se había desatado cuando la mayor le jaló un pie por debajo del agua. Salió de la piscina, se secó un poco, se soltó el amasijo de cabello, se puso una de las playeras más enormes que tenía y entró en la casa por un par más de toallas dejando a Anie en el jardín.
De pie en el comedor, con un panecillo en la boca, las toallas al hombro y dispuesta a volver, Tomie definitivamente no esperaba que la puerta de entrada fuera abierta de golpe, dando paso a un hombre que ella conocía por demás pero que la única vez que había visto en persona había sido como a cuatrocientos metros de distancia y rodeada de tanta gente que casi se asfixiaba de no ser por la euforia que le recorría. Se quedó congelada en su sitio, mirándolo entrar como Pedro por su casa, hablando a voz de grito.

—¡Bu! ¡Bu, ¿dónde estás?! ¡Dime dónde mierda te has metido, maldita…! —el hombre reparó en ella y frunció el ceño en incertidumbre—. ¿Quién eres tú?

Tomie no llevaba pantalón, traía el cabello enmarañado, iba descalza, tenía una cara perplejidad que no podía con ella; parada a la mitad del comedor lo único que atinó a decir cuando se dio cuenta que la inspeccionaban de arriba abajo con descaro fue: —Creo que me mojé.

—Oh… —iba a echarse a reír y Tomie iba a tener un desmayo o un ataque de pánico cuando Anie entró en escena.

—¡Sido, maldito cabrón! ¿Qué estás haciendo aquí, hombre? —Sido la miró y con una sonrisa señaló en silencio a la chica que estaba petrificada junto a la mesa, mirándoles—. Ehm… es por eso que no debes venir sin llamar, colega, me encuentras en bikini y con la novia en la cocina.

Tomie chilló ante la afirmación y echó a correr hacia el jardín, cubriéndose la cara con las toallas. —Es gran fan tuya… —le dijo como si aquello explicara todo, con una mano en la cintura y con la otra le palmeó el hombro con fuerza.

Tomie se quedó cerca de hora y media en el jardín, sentada en el pasto, con la cara oculta en las rodillas y maldiciéndose a sí misma por el ridículo que acababa de hacer.
Cuando Anie y Sido terminaron sus asuntos, el rapero fue al jardín, se acercó a Tomie y le palmeó la cabeza en un gesto fraternal.

—Hey, compañera, no te deprimas, si te quedas mucho al sol te vas a tostar y estás muy guapa siendo blanquita.

Ella se sonrojó hasta el cuero cabelludo y no levantó la cabeza hasta que sintió algo sobre los hombros, pero para entonces el hombre ya se marchaba y no le dio tiempo de decirle nada.

Ese día, Sido volvió a su casa sin playera y Tomie obtuvo un autógrafo.

Estaba tan eufórica que entró corriendo hasta Anie y se le colgó, piernas en su cintura y brazos alrededor del cuello, tuvo dificultades para sostenerla mientras se la comía a besos.

La euforia no se le fue en todo el día y por la noche Tomie la atacó como un gato sobre la cama, retirando prendas de ropa entre risas, caricias, besos, jugueteos y frases al aire como “eres jodidamente increíble”. Anie se dejó, sonriendo ante los roces tentativos a su cuerpo, porque le divertía ver a la chica tan feliz; le gustaba verla feliz.
Fue cuando de su ropa no quedaba más que el sujetador y la pantaleta y la respiración de Tomie se volvió pesada, sus movimientos lentos, que Anie se dio cuenta que la otra había estado actuando más que por deseo, por puro exceso de energía y se movió para aprisionarla bajo su cuerpo. Tomie dejó salir un jadeo ahogado cuando fue ahora su ropa la que le fue arrebatada de una forma tan lenta que rayaba lo insano.
Anie la miraba con las pupilas dilatadas, acariciando toda porción de piel, dejando la palma de una mano sobre el vientre que se había tensado en tanto usaba la otra para desabrochar su sostén. Se quedó quieta un segundo, observando cómo Tomie la miraba, con los labios temblorosos y la vista empañada; estaba erguida sobre el colchón, completamente desnuda de cintura para arriba y se inclinó para arrebatarle a Tomie su sujetador; ella cerró los ojos por un segundo, conteniendo la respiración y levantando las manos hasta la cadera de Anie, palpando sus costados. Anie le acarició el pecho izquierdo sin previo aviso, provocando que levantara las caderas por el puro impulso.

Olía a canela; a canela tibia con leche en una noche cerca de la playa. Olía también a sal, a sol, al cloro de haber pasado toda la mañana dentro de la piscina, y tenían las pantaletas puestas todavía, pero Tomie se deshacía en ruiditos de gozo mientras Anie le acariciaba el torso, el cuello, el cabello y el rostro. Tenía la impresión de que se iba a poner a llorar de un segundo a otro y eso le preocupaba; sabía que estaba herida, sabía que algo no andaba bien en su vida, pero no sabía qué ni en qué medida y aquello la frustraba, le provocaba una ira irracional.
Gruñó y se abalanzó sobre Tomie para besarla con fuerza. En movimientos certeros consiguió colocar una de las piernas de la rubia por sobre su rodilla y hacer conectar sus pelvis en un tacto rudo, firme pero muy lento, de arriba abajo y con ansias se sujetaba a su muslo.

Tomie tuvo un orgasmo lleno de sollozos y gemidos fuertes, retorciéndose, apretó la cabeza tanto contra la almohada, irguiendo las caderas, que el colchón crujió; Anie se dejó caer sobre ella, besándole las mejillas y el cuello, demasiado irritada como para buscar su propio orgasmo.

—Tomie… Tomie…

—No estés molesta, Anie… —supo que lo estaba sólo por el tono de voz con el que pronunciaba su nombre; y ciertamente lo estaba, tan furiosa que quería golpear a alguien hasta desfigurarle la cara, pero se limitó a abrazarse a ella y respirar pesado en su cuello.

Anie no quería meterse y Tomie ya no le dijo nada.

El domingo transcurrió sin más, entre películas, varios litros de helado, frituras, pastelillos, tés de manzanilla y mucha, mucha pereza. Tomie volvió a su casa el lunes hasta entrada la noche, después de salir del trabajo, y ahí estaba Bill, sentado viendo televisión y sin siquiera un poco de facha de haberla extrañado.

+--+
Fue por la mitad del quinto mes, a unas semanas de su cumpleaños. Anie había cumplido las tres horas diarias que daba de clases en el instituto caro en el que trabajaba y había ido a comprar boletos para la película de acción que ambas querían ver; fue a recogerla a la escuela y la hizo llegar veinte minutos tarde al trabajo pero valió la pena porque la película fue tan buena como habían esperado que fuera.

Cuando llegó a casa, su madre no estaba porque esa semana le tocaba cubrir el turno nocturno y Bill estaba sentado a la mesa comiendo cereal cuando ella entró y lo saludó antes de llegar a su habitación.

—Qué hay.

—Maldita lesbiana de mierda.

Tomie se quedó congelada en su sitio. Se le fue la sangre a la cabeza, se le aceleró el corazón, se le enfriaron las manos y miró a Bill, las cejas muy juntas y los ojos muy abiertos.

—¿Qué? —quería estar molesta, muy, muy enojada, pero el pánico se apoderaba de sus entrañas. Bill solía decirle gay para molestarla, porque sabía que las preferencias de Tomie no estaban del todo definidas aunque ella no se lo dijera literalmente. No era el hecho de que le dijera lesbiana aunque no lo era, sino la forma en la que lo había dicho; con tanto desprecio y de forma tan ruda y despectiva que la dejó sin saber cómo debía reaccionar.

—Es bonita tu novia. Las vi a la salida de la escuela. Algo mayor y medio salvaje, pero muy atractiva. Un completo desperdicio.

—¿De qué mierdas estás hablando?

—¿Vas a intentar negarlo? Sabes que eres mala mintiendo, así que no lo hagas.

Sabía que era cierto, que tenía que resignarse a haber sido descubierta y no esperaba que Bill entendiera, sólo que la dejara tranquila.

—No le digas a mamá —fue lo que atinó a decir tras un profundo suspiro que falló en apaciguar su pánico.

—Vas a terminar con ella —le dijo, y no era una pregunta sino una orden.

Tomie se puso iracunda. Quiso golpearlo hasta dejarlo morado; siempre hacía eso, intentar ordenarle porque sabía que Tomie pocas veces tenía otras opciones (o intenciones) que no fueran hacer lo que él decía. Pero esta vez no. No, porque Bill ya no la necesitaba ni quería estar con y para ella. No, porque Anie la hacía feliz. No, porque Tomie no quería volver a sentirse desolada, regresar al agujero del que cada vez se sentía más alejada aunque sin salir por completo. No, porque ahora estaba segura, se encontraba a salvo. No, porque ahora se sentía bien.
No, porque, aunque no quería estar sin él y lo necesitaba, era tiempo de dejarlo, darse cuenta que no podía seguir intentándolo.

—No. No voy a terminar con ella y tú te vas a la mierda, Bill. Te vas a la mierda porque no te has dedicado a otra cosa que no sea joderme la existencia y, ¡cállate! Cállate, por Dios. No voy a dejar a Anie, Bill; dile a mamá si quieres, si eso te hace feliz, ve y díselo, pero ninguno de los dos va a  lograr que me aleje de ella, yo necesito a esa mujer.

Bill la miraba, con esa indiferencia que le dañaba el espíritu, fijamente y sin hacer un solo gesto que delatara alguna de las cosas que pudiera estar pensando.

—¿Te irías con ella, Tom? Para siempre, ¿te irías? —le dijo después de largos minutos.

—…Sí, Bill, me iría. Y es que aquí no hay forma de que yo vuelva a estar bien. No sin ella, y no mientras tú sigas siendo el tú que eres ahora. No puedo, Bill, no puedo.

Ya no sabía si hablaba de quedarse o irse, y aún con la mochila en el hombro sintió unas desgarradoras ganas de ponerse a llorar pero no lo hizo, porque de algún modo no se sintió tan sola como lo había estado cerca de Bill los últimos meses. De algún modo se sintió segura y aunque aterrada, devastada y dolida, con el corazón estrujado, estaba satisfecha.

—Eso está bien. Está muy bien.

Tomie no alcanzó a saber si realmente había entendido a qué se refería, pero Bill desapareció en su cuarto sin decir absolutamente nada más.

+--+
Bill no le dijo nada a su mamá y no volvió a hablar con ella sobre el tema. Como si nunca hubiera sucedido nada, Bill volvió a ser Bill; no el Bill de Tomie, pero un Bill que era real, uno auténtico.

—Anie…

—Quép.

—¿Te casas conmigo?

—¿Qué? —la mujer se rió, casi en su oído, abrazadas como estaban, arriba de la camioneta, detenidas cerca de un parque antes de llevarla a su casa.

—Que te cases conmigo.

—¿De qué hablas, Tomie?

—No me preguntes, le dije a mi hermano que sí y entonces tú te tienes que casar conmigo.

Anie se rió de nuevo y la besó; para Tomie fue suficiente con que no hubiera dicho que no. 

6 comentarios:

  1. >WWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWW<

    Me gusto, aunque me costo imaginarme a Bill en ese papel tan... ._. omg

    Y dios, ¿le dijo que no? D: fksndfds

    Yo las queria juntas >__<

    Excelente trabajo Moon :3

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  2. Bill hijo de a verga cabron. y aww ame a ani me enamore y me exite solo de imaginarmela awwww y no se por que pero tomy eres tu lunita

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  3. Me gustó mucho el fic, fue crudo y realista y doloros, pero muy bueno. La forma en que manejaste los sentimientos de Tomie me gustó, comoa pesar de no superar el dolor que sentía, ese desgarre interno, se decidió a seguir adelante y eso fue más que suficiente para impulsarla a realmente continuar.
    Aunque tu Bill sí fue un poco (mucho, a decir verdad) hijo de puta, pero es comprensible, me da la impresión que se comportaba así con su hermana porque está en un estado continuo de negación y quiere lo mejor para ella, pero al mismo tiempo no quiere arriesgarse y al final prefiere que ella sea feliz con alguien más.
    Quizás estoy sobreanalizando todo, quizás no, pero el fic me pareció muy bueno.
    Saludos :)

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  4. Vaya, no sé cómo describir el cúmulo de pensamientos que se agolparón al leer semejante fic.

    Mira que ésta es la primera oportunidad en la que leo sobre Bushido, resulta gracioso que fue en femenino, pero ¡rayos! No pude dejar de sentirme atraída por él/ella, es rud@ en toda su forma y me encantó la carácterización. Y ni hablar de Tomie~ en medio de la decadencia, logró sortear todo el asunto y apoyarse en alguien que no fuera su hermano.

    Es oficialmente el primer FemTom y FemBushido que leo y me encantó, es raro, sin embargo, siempre hay que experimentar y sacarle provecho a las cosas nuevas. Gracias por escribirlo, linda ;)

    PD: Reí como loca en la parte de la aparación de "Sido" y sus consecuencias.

    ¡Saluditos!

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  5. No se porque solo a ti te sale Tomie, a nadie más (incluyéndome en el saco, ya que estoy en proceso de un fem!slash con Tom)... supongo que eres única y ya esta.
    Bushido mujer es tan sensual que mis ojos somnolientos tuvieron que leer un par de veces este fic. Debo mencionar que fue un orgasmo visual o que se yo, pero la verdad en mi vida hubiera pensado en hacer algo semejante.
    Eso es una parte, lo que quizá más me cautivo fue Bill, ese imbécil de Bill que hizo que la pobre Tomie sufriera, lo ame con todo mi ser. Yo creo que de alguna forma hay que destetarse de tu hermano gemelo y aunque sueñes con estará ahí para ti como tu lo haces ¡ESO FUE LEJOS LO MEJOR!
    Me dolió porque sin dudas lo viví hace unos años atrás y es tan asqueroso, yo no encontré a una Anie (como me hubiera gustado ;-) ,pero he vivido en paz y agradeciendo que algunas cosas hallan vuelto a su normalidad.
    También Tomie, esa maldita Tomie que hace que aguantes las ganas de gritarle, amo como haces que la personalidad del Kaulitz ese se vea tan sensible, tan humana.
    ¡Y Sido! mierda, mierda y más mierda. No hay palabras que describan el segundo orgasmo que tuve al leer.
    Tuvo hartos diría yo.
    Tal vez la historia tiene harta angustia respecto a Tomie y esa depresión. A mi me dio risa y aunque suene raro yo se que Bill tenía algo entre manos, pero tú sabrás y nadie más.
    Prometí un post digno.
    *Suspira y cierra los ojos con frustacción porque debe empezar sus trabajos de la universidad*
    Por cierto Mon... podrías escribir más sobre esta pareja o continuar esta (sugerencia).
    <3
    Atte. tú groupie

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  6. Uf, aquí estoy, querida, un poco (o bien se diría “muy, muy”) retrasada, pero a tiempo, o eso creo. Más vale tarde que nunca, ¿o no? ^^
    Pero bueno, por dónde se supone que se debe de empezar a agasajar un fic que, Dios, más que eso merecerse eso.... Y entonces, preguntarse: ¿por dónde empiezo, Moon? Well, yo te iré a traer en donde quiera que estés para que me escribas y pueda formarte tu propio altar, okya! XDD Me desquician tus fics, ya que eres genial y solo de ti pueden venir estar grandes e ingeniosas invenciones.
    Es que, madre mía, ¡qué maravilla de fic! Te juro que me has hecho reír y sentir una mezcolanza de sentimientos indescriptibles, porque todo fue tan hermoso y genial, tan bien escrito como solo de tu parte se puede decir. Me encantó, me encantó tanto que casi me daba algo, creo que un ataque a mi corazón de pollo.
    Y sabes por qué, bueno, primero es el Tomshido; luego se me viene encima tu formidable idea sobre el femslash, el cual nunca había imaginado aplicando a Bu como pareja de Tomie. Y déjame aclararte que me pareció de lo más sexy y delirante. Woww, amo a Anis, pero cómo me has hecho ver a Anie fue sencillamente una sensación insuperable. Y sigo pensando que nunca leí ni leeré un fic que supere este, incluso, todos me veían como quien dice "qué te sucede" al verme tan excitable ante cada segundo que transcurría y yo iba avanzando. ¡Tú eres maestra de maestras!, eso.
    Y con respecto a Bill, fue un toque verdaderamente doloroso. Pero menos mal que Tomie tiene a Anie para que ambas se llenen de felicidad, y esperando un gran final desde mi mente ya que me pareció un final abierto; o bien, si te convencemos en que esto tenga una continuación muy esperada y halagada por igual *indirectas everywhere*.
    Yo para qué te digo más, luego esto se vuelve un testamento o qué sé yo, y sabes qué, te has vuelto desde ya en mi amor platónico, joder. Eso mismo.
    Solo tú puedes causar tantas emociones agradables y melancólicas con tus escritos.
    Un enorme beso y abrazo de oso.
    Te quiero mucho, Lunita.
    Att: Hina.
    Tu fan desquiciada<3~

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