Categoría: fem!slash
Género: hurt/comfort
Rating: M
Advertencias: gender swap, AU
Resumen: Palabras olvidadas no significa que no duelan.
Notas: Para Archange. Por ser lo mejor que me ha podido pasar aquí.Este fic fue escrito por mí, pensado por mí y es traído aquí por mí. Sin embargo, fue beteado por Aelilim, revisado por Den LaFee y el título me lo regaló Artemis. Gracias chicas, este fic es muy importante para mí.
Tomie está triste. No sabe por
qué pero lo está. O en realidad quizá sí lo sepa, pero le frustra que sea real
y que no puede recordar con exactitud las palabras que le fueron dirigidas y
que la han hecho sentir miserable desde hace días; la frustra estar triste por
algo que ni siquiera recuerda, y le frustra sentirse aliviada por no poder
recordarlo, porque eso sólo la hace darse cuenta de cuán cobarde es.
Su hermano le ha dicho cosas
horribles; cosas que probablemente no siente del todo aunque no son mentira y
que no tiene intención de negar. Bill no va a disculparse y Tomie lo sabe
perfectamente, porque Bill jamás retracta sus hechos y palabras, por muy
hirientes que puedan ser y aunque se las haya dicho a ella. Tomie no lo dice,
pero ambos saben que Bill es el único capaz de hacerla plañir como un crío y
querer morirse.
Está cansada de su cobardía, y
está cansada de su depresión, porque hace días que no puede quedarse quieta en
el trabajo sin sentir el escozor en los ojos que le indica que está pensando en
las palabras que no recuerda y que va a ponerse a llorar.
Hace dos semanas su amiga
Erika renunció al empleo que tenía en una librería cerca de la estación; Tomie
no recuerda exactamente el día que discutió con Bill, pero estuvo buscando
empleo desde entonces para no tener que pasar sus tardes en casa, viendo la
cara de su hermano y llorando; porque necesita un reproductor de música nuevo y
esa playera roja con estampado increíble que vio en la tienda electrónica de
Sido, el rapero que le gusta. Erika le
comentó de su renuncia y de que estaban buscando a alguien que cubriera su
puesto con urgencia. Tomie decidió que era el destino, así que se presentó con
su solicitud y en compañía de su amiga el mismo día que esta firmó su renuncia
formalmente.
Por eso tenía ya dos semanas
trabajando en una librería, cosa que le dejaba mucho tiempo libre mientras no
entrara nadie y antes de que tuviera que hacer el inventario; por eso se
deprimía con facilidad y tenía que mantenerse ocupada leyendo, escuchando
música o limpiando el mostrador.
Como no recuerda por qué está
triste ni quiere recordarlo y está tan distraída intentando hacer que su
cerebro no funcione más de lo necesario, Tomie no se da cuenta cuando aquella
mujer entra por la puerta y se recarga un segundo en el cristal antes de
comenzar a recorrer todos los pasillos con una expresión aterradoramente seria,
tensa; sólo repara en su presencia cuando se acerca a la caja y pregunta con un
tono de voz demandante:
—¿Quién ha cambiado de lugar
los libros de historia oriental?
Tomie se sobresalta, poniendo
la mano derecha sobre su pecho y provocando que la mujer (que la mira ahora
fijamente) sonría de forma casi burlona.
No, se está burlando realmente
y Tomie frunce las cejas antes de responderle con un tono que está lejos de ser
cortés.
—¿Perdón? —En un cambio de
humor brutal, la mujer vuelve a repetir la pregunta sin borrar la sonrisa de su
cara y ella se limita a dar un número de pasillo sin dejar de fruncir las
cejas.
A Tomie nunca le ha gustado
escuchar su nombre en boca de extraños, así que cuando la mujer, seria de
nuevo, paga por los tres libros que compró, le da las gracias con su nombre
incluido, que tomó del gafete que Tomie se ve obligada a llevar (y que agradece
que no diga nada más como “yo puedo ayudarle” o “qué tal su día”), siente un
escalofrío que no logra clasificar, pero que está segura le llegó por la forma
en que su nombre fue casi arrastrado hasta que la extraña desapareció por la
puerta. Y no puede dejar de pensar casi con nerviosismo que espera que no se
vuelva un cliente frecuente.
+--+
No hay nadie en la librería y,
tras diez minutos de haberse quedado mirando un punto fijo, Tomie se ha puesto
a llorar (de nuevo sin una razón); casi solloza pero se detiene de dar rienda
suelta a sus lágrimas y el dolor atorado en su garganta como una masa mal
masticada cuando, para su desgracia, sus deseos no se ven cumplidos y la misma
mujer extraña de hace un par de días entra tan intempestivamente como la
primera vez y ella no alcanza a limpiarse bien la cara ni arreglarse el
cabello. Antes de que pueda decir algo, la mujer ya ha cerrado la puerta de
entrada, y brincando el mostrador con alguna especie de preocupación mezclada
con ira en su mirada, se le acerca para tomarla de las mejillas e
inspeccionarle los ojos como si no hubiera nada más en su cara.
Tomie sabe que intenta ver a
través de ella y quiere voltearse porque sabe que lo logrará, pero la mujer le
sostiene el rostro con firmeza y no puede hacer más que mirarla de vuelta, con
los ojos llorosos y la piel pálida; es hasta entonces que se da el tiempo para
analizarla y sólo logra llegar a la conclusión de que su carácter no es lo
único extraño.
Es de piel morena, tanto que
Tomie pensaría que es extranjera si no fuera porque ya la escuchó hablar y su
alemán es demasiado limpio; sus ojos son grandes, oscuros y sus facciones
demasiado expresivas. Tomie calcula que debe pasar los treinta, aunque luce
bastante joven y avivada; lleva el cabello largo, hasta la cintura, castaño
oscuro, lacio y abundante, y además del enorme “electro guetto” tatuado en la
parte interna de ambos brazos, lleva un símbolo muy llamativo en el costado de
su cuello. Es atractiva, delgada, de caderas bien proporcionadas, vientre
firme, brazos fuertes y pechos grandes, bastante más grandes que los suyos. Viste
de forma muy simple: pantalones y blusa de tela delgada, holgados, como si hiciera
mucho calor; zapatos de piso, un collar de plata y un reloj caro, plateado, que
contrasta bastante con el resto de ella pero le queda muy bien. Más que reparar
en su belleza o el increíble tamaño y firmeza de sus pechos, Tomie siente el
aura a su alrededor. Un aura de poder, de grandeza; de elegancia y superioridad.
Después de pensar que es extraña, la impresión que le da a Tomie es de ser
peligrosa.
—Tomie —le dice como si la
conociera de siempre y sin soltarle las mejillas, a un palmo de distancia de su
cara—. No llores —y no es una sugerencia, lo sabe; es más una orden que debe
ser cumplida y, sintiéndose estúpida y avergonzada, Tomie se da cuenta que las
lágrimas no habían dejado de salir por completo y se ve obligada a empujar a su
cerebro a que las haga parar. No porque ella se lo haya dicho, sino porque se
prometió que no lloraría enfrente de nadie.
—Está prohibido pasar detrás
del mostrador. —Se siente más estúpida porque es lo primero que articula
después de fruncir el entrecejo de nuevo.
Entonces la mujer pone cara de
no creérsela y suelta una carcajada tan estrepitosa y aliviada que le da la
impresión de que hasta los libros se sobresaltaron en su lugar; rodea a Tomie
con sus brazos por el cuello y se larga a reír sobre sus hombros como si le
hubieran contado el mejor de los chistes. Su voz es ronca, casi ilógica en
comparación de su apariencia tan femenina, sólo combina con la seguridad de su
postura y su mirada, y Tomie piensa que en realidad su tono es muy sensual. Entonces tiene un escalofrío, porque la
estrecha contra su cuerpo y aquella sensación que perdió hace semanas, cuando
se peleó con Bill, la inunda de pronto y quiere dejarse llevar y llorar y
llorar hasta quedarse seca, como si tuviera tres años y se hubiera raspado las
rodillas y sabe que puede llorar porque será atendida; se siente segura. A
salvo.
—Creí que te habías hecho daño
en el cuerpo, chavala; pero por lo que veo no tendré que llamar a una ambulancia.
—Tomie se estremece de nuevo. Sabe que la mujer se ha dado cuenta que no,
físicamente no tiene nada, pero el alma la tiene destrozada.
—Bueno, ¿y usted quién es? —quiere
agregar de nuevo que no puede quedarse detrás del mostrador, y que por favor no
se tome tantas confianzas, pero se siente tan tranquila que está confundida y
no se atreve a mover el cuerpo por un temor físico e inconsciente de que la
calidez se vaya.
—Anie. ¿Entonces estás bien,
no?
—…Sí —y la incertidumbre se
vuelve más grande, porque apenas ayer una de sus amigas le había preguntado lo
mismo en clases y no se había sentido capaz de responder de otro modo que como
había estado haciendo; con un seco “estoy” y una sonrisa falsa, cansada. Porque
no está bien, pero justo ahora no se siente como si estuviera mal.
—¿A qué hora sales, Tomie?
—A las ocho —responde en un
gesto autómata y la mujer pone un pulgar sobre su entrecejo, que se ha
mantenido fruncido sin que Tomie se diera cuenta, y que ahora se ve obligada a
relajar antes que ella se aleje y salga de al tienda con un casual “nos vemos”
sin dejarla siquiera reaccionar. Tomie no sabe qué fue todo eso y no está
segura de querer saber; justo ahora sólo puede darse cuenta de que le ha
entrado frío.
+--+
Tomie no ha dejado de pensar en
Bill desde que la mujer se fue, pero es hasta ahora que está terminando con el
inventario que se da cuenta que no ha pensado en él con tristeza, como lo ha
hecho desde hace días, sino con coraje, rabia acumulada y mal distribuida; se
ha mantenido de mal humor todo ese tiempo, tanto que incluso ha ahuyentado a un
par de clientes con su cara de pocos amigos y su tono de voz nada cordial.
No está segura de por qué,
sólo sabe que la idea le ha llegado como iluminación: Bill es un hijo de perra.
Su mamá le pegaría si la
escuchara, pero ahora mismo no encuentra otra forma de definirlo, y es que
Tomie ha estado para Bill un total de cada una de las veces que la buscó,
dígase siempre, pero él jamás parece
tenerlo en cuenta. Bill es un egoísta, un grosero, un egocéntrico. Tomie sabe
que quizá es el choque de orgullos, porque ella tampoco es la mejor persona del
mundo, pero también sabe que sí, ha estado ahí siempre y Bill no estuvo nunca
realmente.
Bill es lo más importante para
Tomie. Porque lo ama, es su hermano gemelo y lo que Tomie creía como su pilar.
Tomie creía que Bill estaba ahí para ella, que no debía sentirse sola porque no
lo estaba, Bill estaba ahí; y si alguna vez sentía ganas de rendirse, sabía que
no podría porque debía estar para Bill.
Bill era el arco que lanzaba
la flecha, esa energía que la impulsaba a continuar. Pero mientras hacía el
inventario recordó con amargura recubierta de ira, que Bill había dicho que no
la necesitaba. Sí, había sido eso lo que le había roto el corazón. Que no la necesitaba. No necesitaba de ella,
y Tomie había pasado su vida dedicada a Bill porque creía que él la necesitaba
tanto como ella lo necesitaba a él. Porque Bill podía hacer nada por ella, pero
a ella le bastaba con que estuviera ahí. Y Bill ya no quería estar.
La tristeza de Tomie se
transformó en odio y una necesidad imperiosa de hacerse fuerte, de seguir
adelante sin él.
Toma sus cosas, apaga las
luces, sale y, mientras está cerrando el establecimiento, nota que hay alguien
mirándola. Anie está ahí, en pie, a unos metros de la puerta y con toda la
atención clavada en su persona. Su primera reacción es molestarse pero luego se
da cuenta que quizá debería asustarse un poco. ¿Es su idea o aquella mujer la
está acosando?
—¿Olvidó usted algo? —la forma
de hablar de Tomie es demasiado limpia, como si aún atendiera a un cliente y
eso provoca una sonrisa en la mujer.
—A ti para invitarte un café.
Abre los ojos sobremanera pero
frunce el ceño casi de inmediato, intentando disimular que está perpleja. —No
gracias —dice con una rapidez vehemente y el tono de voz que raya el pánico
antes de intentar darse la vuelta y alejarse para tomar el autobús, pero Anie
es más rápida y le coge del hombro antes de que pueda dejar de mirarla por
completo.
—Oh, vamos, quiero asegurarme
que ya estás bien, ¿de acuerdo? No suelo intentar nada raro en la primera cita.
Tomie sabe que debe omitir la
palabra “cita”, el hecho de que la mujer se le esté insinuando (incluso si lo
hace en broma o si ha notado que le atraen las chicas y lo dice en serio),
decir “no tiene de qué preocuparse, me encuentro perfectamente” y marcharse sin
darle oportunidad de más, quizá denunciarla si la vuelve a ver por ahí; sabe
que debe hacer aquello, pero no sabe si es el tacto en su hombro, la voz ronca,
el olor a canela o la firmeza de sus curvas, pero se siente hipnotizada y no hace más que suspirar, asentir con
la cabeza y seguirle los pasos.
Chaqueta puesta y mochila al
hombro, Tomie no sabe de ningún café cercano, sólo que si se hace muy tarde ya no podrá tomar el bus, pero que no
debe desconfiar de aquella mujer, no está segura por qué. O probablemente deba,
pero no se siente capaz de hacerlo.
+--+
Cuando la mesera arribó,
instintivamente Tomie notó que era muy guapa, pero para su desgracia, también
pudo notar como la mujer sentada a la mesa con ella, le miraba con evidente
descaro; la pobre mesera estaba incómoda, nerviosa e incluso un poco asustada
(quizá asqueada, con la gente hetero nunca se sabe). Entonces las dudas de
Tomie se disiparon y decidió que sí, aquella mujer le había estado coqueteando.
Pidió un frappé de los sencillos porque pretendía pagar ella misma su bebida,
pero la mujer no se cortó e incluso pidió postre para acompañar su cappuccino,
y finalizó entregando la carta con un “gracias, guapa”.
Tomie quería que se la tragara
la tierra cuando la chica le miró con una ceja alzada, como diciendo “¿Tu novia
me está tirando los perros acaso y tú no le dices nada? Vayan y entérense que
soy gente decente” antes de alejarse de la mesa.
—¿Qué usted no tiene ninguna
clase de escrúpulos? —le preguntó.
—No me hables de “usted”,
chavala, no tengo más de treinta.
—¿Cómo quiere que le hable si
no la conozco de nada?
—Anie, te dije que me llamo
Anie. De apellido Ferchichi, ¿y tú?
—Kaulitz —soltó entre un
suspiro de resignación —, Tomie Kaulitz. Ahora dígame ya qué es lo que quiere
de mí.
—Lo haré cuando tú dejes las
formalidades conmigo. Aunque no tengo mucho que decir; eres la chica guapa de
la librería a la que suelo ir a comprar, ¿eres nueva, no?
—Entré hace un par de semanas,
en remplazo de la chica anterior.
—Oh, ya veo…
Cuando las bebidas llegaron,
sin más atenciones por parte de Anie hacia la mesera, esta se dedicó a hacer
preguntas básicas, accediendo a responderlas de vuelta. Hacía mucho que Tomie
no socializaba, y en realidad no lo
había hecho nunca con alguien que conociera en la calle sin más. Fue así como
descubrió que aquella mujer era profesora de historia, que estaba maravillada
con el antiguo Japón y sus artes guerreras; que estaba soltera (se lo dijo en
un tono sugerente), que tenía un sentido del humor bastante extraño pero
entretenido. Parecía amable pero severa, y peligrosamente capaz de hacer lo que
quisiera. Le dijo que le gustaban sus rastas y esto las llevó a hablar de
música, donde Tomie descubrió asombrada que sus gustos eran muy parecidos y
tuvo que atragantarse con su frappé cuando se enteró que aquella mujer conocía
a Sido.
—Ese hombre es mi hermano,
niña —le dijo. Y claro que no hablaba literalmente, pero igual se vio tentada a
chillar de la emoción cuando Anie le dijo que le podía conseguir la playera que
quería, incluso autografiada.
Ella se rió de su euforia y
Tomie quería sentirse apenada, pero no podía.
La risa de Anie era grave pero
sensual, como toda ella; de esas risas que te dejan una sensación agradable
asentada en el vientre, una sensación pesada que hormiguea, casi somnolienta.
+--+
Tomie supo que pasaba las
nueve y media cuando su mamá le llamó para gritarle que dónde demonios se había
metido. Tuvo que dar una excusa pobre y decir que ya iba en camino, y cuando
colgó, Anie se reía de ella y se ofreció a llevarla en su coche. No quería que
la llevara, pero ya era tan tarde y su madre estaba tan enojada, que aún dudosa
tuvo que acceder.
Cuando llegaron, Tomie se bajó
una cuadra antes de llegar a la puerta de su casa y Anie se despidió con un
“hasta luego, guapa”, como una amenaza de que se volverían a ver.
Aquella noche, Tomie pensó en
el silencio que las embargó durante todo el camino en la increíble camioneta de
Anie, en la música que las rodeaba y el ligero olor a canela por todas partes.
Sonrió como boba antes de dormirse, porque sabía que aquella mujer pretendía
ligársela y no quería dejarle las cosas fáciles. También sabía que hacía mucho
que nadie lo intentaba de verdad y que probablemente a la primera traba, Anie
podía mandarla a la mierda. No estaba segura de qué era lo que quería aquella
mujer en realidad porque, ¿por qué una mujer varios años mayor iba a fijarse en
una chica como ella si era obvio que podía conseguir cualquier cosa que
quisiera?
Tomie no sabía, sólo sabía
que, aunque la idea no le agradara del todo, aquella mujer le gustaba.
+--+
Anie era como un torbellino e
impredecible todo el tiempo. Normalmente se encontraba de buen humor, bromeando
o tranquila, pacífica; parecía inalterable, pero su paciencia en realidad era
muy poca, y aun cuando había que hacer algo muy, muy cabrón para alterarle los
nervios, cuando perdía los estribos la tierra temblaba; los músculos de su cara
se tensaban, su pupila se dilataba, hinchaba el cuello y se manejaba en respiraciones
profundas y cortas. Su voz era lo más aterrador; se hacía gruesa, pesada,
demandante; tendía a lazarla y entonces retumbaba en tu cabeza, haciéndote
sentir como si tu cerebro se encogiera. Cuando Anie no estaba para bromas, no
lo estaba y mejor no tentar a la suerte.
Tomie le había visto enojada
unas dos o tres veces, y la primera vez tuvo tal sobresalto que creyó que
comenzaría a hiperventilar de la impresión y tuvo el fuerte impulso de echar a
correr lejos, muy lejos. No se había enojado con ella, sino con uno de sus
colegas; fue cuando terminaba de cerrar la librería, la vio hablando por
teléfono mientras esperaba y de un momento a otro se puso a vociferar un par de
insultos y amenazas encubiertas con aquella voz que acojonaba tanto. No le dijo
el motivo de la discusión, a Anie no le gustaba permitir que sus problemas se
salieran de lugar, así que no los discutía con nadie ajeno al problema.
Respiró profundo, se disculpó
con Tomie, hizo un intento de sonrisa y se ofreció a llevarla a casa como todas
las noches desde que fueron a tomar café.
Los primeros cuatro días, Tomie
estaba reticente e incómoda, pero Anie le aseguraba que estaba bien, no tenía
nada qué hacer, le gustaba su compañía y le quedaba de paso. Tomie sabía que
mentía, pero decidió que aquella mujer era de fiar, las conversaciones eran
buenas y no tenía que pagar más transporte.
Como ahora iba en auto también
tenía un poco más de tiempo para perder y Anie conducía especialmente despacio
o rodeaba varias veces la misma manzana.
Tomie cerraba siempre cinco
minutos antes de las ocho y Anie estaba ahí, esperando por ella, parada junto a
la puerta. Algunas veces la llevaba a comer postres o tomar algo (nada de
alcohol porque aún era menor), pero la mayoría del tiempo la pasaban conversando.
Tomie quería estudiar alguna ciencia social; filosofía tal vez, así que
mantenían largas charlas al respecto. En algunas ocasiones le preguntaba a Anie
sobre la escuela y esta le hablaba sobre lo idiotas o insoportables que podían
ser algunos de los chicos, incluso estando a punto de entrar a la universidad;
algunos otros eran muy presuntuosos y ella se encargaba de ponerlos en su
lugar. Anie la hacía reír, la hacía olvidar. Olvidar que Bill no la necesitaba, que Bill no estaba
esperando por ella en casa, que a Bill no le interesaba una mierda si es que
llegaba antes o una, dos, tres horas después de lo que debería llegar.
Nadie había hecho que se
olvidara de Bill y pensó que nadie lo haría; quizá era porque algo había caído
muy profundo dentro de ella en el momento en que su hermano comenzó a escupir
veneno en su dirección, de forma indiscriminada y olvidando (mandando a la
mierda, mejor dicho) todo aquel tiempo que se tuvieron únicamente el uno al
otro; olvidándolo porque seguramente creía que sólo así alcanzaría su
independencia.
Todavía le entraban ganas de
llorar, tirarse en su cama y no levantarse hasta que el mundo fuera otro;
entonces veía a Anie y una sensación de tranquilidad la abrumaba. ¿Bill? ¿Cuál
Bill?, se decía en broma y la tristeza se le iba hasta los tenis, por donde
trepaba cuando volvía a casa.
Tomie sabía que lo que sentía
por aquella mujer no era normal, no para ella. No era amor, porque sabía cómo
se sentía el amor; le transmitía seguridad. Se sentía segura como nunca, cada
día al salir del trabajo. Se sentía bien. Quizá más que la presencia de un
sentimiento era la falta de otro; Tomie no se había vuelto a sentir sola. La
soledad se iba, en pasos cortos pero constantes.
Sabía que seguramente no era
amor, pero también sabía que Anie le gustaba y que a Anie le gustaba ella, y la
hacía sentir bien.
Un día la vio charlando con
otra mujer y de pronto la necesidad insana de acercarse y colgarse de ella le
atacó, entró en pánico y sintió la tristeza y desesperación subiendo por su
garganta, golpeando en su vientre, pisándole el cerebro. Tomie no quería perder
de nuevo la seguridad que sólo alguien más puede darte.
Ese día al salir del trabajo y
antes de que alguna pudiera decir algo, Tomie se acercó y la besó sin más,
rápido pero firme, sin siquiera cerrar los ojos y con la determinación
plasmada. Eran casi de la misma estatura y no pensó en la diferencia de diez
años de edad que les separaba hasta que Anie dejó oír su voz y entrever su
sonrisa.
—¿Me estás provocando acaso,
niña?
—Lo siento —le dijo sin de
verdad sentirlo antes de que la morena le jalara por la nuca y le besara en serio.
¿Depresión? ¿Cuál maldita
depresión?
+--+
Tomie ha estado yendo a la
casa de Anie desde hace dos semanas durante todos sus ratos libres: cuando no
tiene clase, cuando sale temprano, cuando no va al trabajo; Anie la recoge de
la escuela y van a cualquier sitio, porque cualquier sitio está bien, pero
especialmente la casa de la mujer porque es enorme, tranquila y huele toda a
ella.
La primera vez que estuvo ahí
tuvo que detenerse en el jardín, abrir sus ojos cuan grandes eran y exhalar un
silbido como muestra de admiración. Era una casa inmensa, inmensa y
sofisticada. Anie se rió por su reacción y la empujó a entrar porque la
reticencia a invadir aquel lugar se le notaba.
La invitación había sido
casual mientras comían el almuerzo en un restaurante pequeño, Tomie hablaba y
hablaba de la discusión que había tenido
con su madre porque no la dejaba tener un perro y Anie la miraba detenidamente
y fingiendo que escuchaba porque la idea le había dado vueltas en la cabeza
durante días; no estaba segura de cómo formular la propuesta ni de qué reacción
tendría, porque sabía que era empujar a la relación a más seriedad, y Tomie era
una niña, y Anie no sabía qué era lo que esa niña realmente quería.
—¿Vamos a mi casa? —le dijo
sin más, mientras tomaba de su jugo e hizo que casi se ahogara.
—¿Qué?
—Que si vamos a mi casa.
—¿A qué?
—A lo que sea, no tengo un
plan en especial.
Tomie se sonrojó y bajó la
mirada, porque el último novio que tuvo la invitó a su casa para intentar
propasarse cuando ella creyó idiotamente que de verdad sólo quería invitarla a
jugar X-box, y tuvo que romperle la nariz. Pero Anie no era hombre, era Anie,
la mujer que seguía provocándole una confianza alienígena dentro de las
irregularidades de su actitud. Así que dijo que sí y se terminó su jugo
mientras Anie pedía la cuenta.
Fue así como comprobó que su
novia no era sólo profesora de historia, sino que se dedicaba por tiempos a
escribir canciones que vendía a músicos que a Tomie le gustaban y probablemente
también a alguno que otro negocio turbio de los que nunca hablaba.
El “nada en especial” se
convirtió en hablar de música, ver una película de samuráis y jugar cartas
hasta que hubo que llevar a Tomie a casa.
Aquel fin de semana tendría
completamente libre y le había sugerido que fuera a quedarse para que pudiera
disfrutar de la piscina como debía ser. A Tomie le costó un poco convencer a su
mamá, pero al final accedió con la condición de que le dejara el número de
teléfono de su amiga.
Para su desgracia, Tomie se
sorprendió a sí misma pensando más en que nunca había pasado todo un fin de
semana fuera de casa sin Bill, en
lugar de pensar en que estaría en una casa increíble con la única compañía de
la mujer que le gustaba. Se sintió mal, pero no supo descifrar bien el porqué.
Aquel viernes no durmió en su
cama, con Bill en la habitación contigua, sino en una matrimonial, con
almohadas enormes y en compañía de una mujer que se dejaba tocar y besar y le
acariciaba las curvas por encima de la delgada pijama, muy cerca la una de la
otra hasta que entre mimos a sus rastas se quedó dormida.
El sábado en la mañana, Tomie
se despertó a las ocho porque algo olía
realmente muy, muy bien. Anie le había hecho el desayuno y la esperaba en la
mesa, comiendo fruta y leyendo un periódico que usaba más para matar el tiempo
que para enterarse de algo. La menor apareció ahí en short y camisa de franela
holgados, amarrándose el cabello en una coleta alta como siempre hacía,
incierta y con el apetito más despierto que ella misma; Anie la recibió con una
sonrisa, un beso y una invitación a que la acompañara a desayunar huevo a la
canasta.
Después del desayuno, Tomie se
puso su bañador a velocidad luz y salió al jardín con las rastas amarradas en
lo más alto de su cabeza. Su bañador era rojo, sin espalda y algunas flores
blancas a la altura de la cadera; Anie se rió porque le pareció infantil, pero
no dijo nada, aunque la mirada que le dirigió bastó para intimidar a Tomie y
hacerla fruncir el ceño.
—¿Qué?
—Nada, nada.
Recostada en una silla de
plástico y con lentes de sol, Anie llevaba un bikini de color marrón, que si
bien le cubría lo necesario no dejaba mucho a la imaginación, y Tomie la miraba
de reojo cada que podía, entre atontada, excitada e impaciente porque dejara de
lucirse al sol y se metiera al agua con ella. Pero fue hasta diez minutos
después de Tomie buceando y flotando sin dirección, que Anie se decidió a
entrar.
Después de una hora, Tomie se
dijo a sí misma que sus rastas ya estaban lo suficientemente mojadas y dio
tregua a la guerra que se había desatado cuando la mayor le jaló un pie por
debajo del agua. Salió de la piscina, se secó un poco, se soltó el amasijo de
cabello, se puso una de las playeras más enormes que tenía y entró en la casa
por un par más de toallas dejando a Anie en el jardín.
De pie en el comedor, con un
panecillo en la boca, las toallas al hombro y dispuesta a volver, Tomie
definitivamente no esperaba que la puerta de entrada fuera abierta de golpe,
dando paso a un hombre que ella conocía por demás pero que la única vez que
había visto en persona había sido como a cuatrocientos metros de distancia y
rodeada de tanta gente que casi se asfixiaba de no ser por la euforia que le
recorría. Se quedó congelada en su sitio, mirándolo entrar como Pedro por su
casa, hablando a voz de grito.
—¡Bu! ¡Bu, ¿dónde estás?!
¡Dime dónde mierda te has metido, maldita…! —el hombre reparó en ella y frunció
el ceño en incertidumbre—. ¿Quién eres tú?
Tomie no llevaba pantalón,
traía el cabello enmarañado, iba descalza, tenía una cara perplejidad que no
podía con ella; parada a la mitad del comedor lo único que atinó a decir cuando
se dio cuenta que la inspeccionaban de arriba abajo con descaro fue: —Creo que
me mojé.
—Oh… —iba a echarse a reír y
Tomie iba a tener un desmayo o un ataque de pánico cuando Anie entró en escena.
—¡Sido, maldito cabrón! ¿Qué
estás haciendo aquí, hombre? —Sido la miró y con una sonrisa señaló en silencio
a la chica que estaba petrificada junto a la mesa, mirándoles—. Ehm… es por eso
que no debes venir sin llamar, colega, me encuentras en bikini y con la novia
en la cocina.
Tomie chilló ante la
afirmación y echó a correr hacia el jardín, cubriéndose la cara con las
toallas. —Es gran fan tuya… —le dijo como si aquello explicara todo, con una
mano en la cintura y con la otra le palmeó el hombro con fuerza.
Tomie se quedó cerca de hora y
media en el jardín, sentada en el pasto, con la cara oculta en las rodillas y
maldiciéndose a sí misma por el ridículo que acababa de hacer.
Cuando Anie y Sido terminaron
sus asuntos, el rapero fue al jardín, se acercó a Tomie y le palmeó la cabeza en
un gesto fraternal.
—Hey, compañera, no te
deprimas, si te quedas mucho al sol te vas a tostar y estás muy guapa siendo
blanquita.
Ella se sonrojó hasta el cuero
cabelludo y no levantó la cabeza hasta que sintió algo sobre los hombros, pero
para entonces el hombre ya se marchaba y no le dio tiempo de decirle nada.
Ese día, Sido volvió a su casa
sin playera y Tomie obtuvo un autógrafo.
Estaba tan eufórica que entró
corriendo hasta Anie y se le colgó, piernas en su cintura y brazos alrededor
del cuello, tuvo dificultades para sostenerla mientras se la comía a besos.
La euforia no se le fue en
todo el día y por la noche Tomie la atacó como un gato sobre la cama, retirando
prendas de ropa entre risas, caricias, besos, jugueteos y frases al aire como
“eres jodidamente increíble”. Anie se dejó, sonriendo ante los roces tentativos
a su cuerpo, porque le divertía ver a la chica tan feliz; le gustaba verla
feliz.
Fue cuando de su ropa no
quedaba más que el sujetador y la pantaleta y la respiración de Tomie se volvió
pesada, sus movimientos lentos, que Anie se dio cuenta que la otra había estado
actuando más que por deseo, por puro exceso de energía y se movió para
aprisionarla bajo su cuerpo. Tomie dejó salir un jadeo ahogado cuando fue ahora
su ropa la que le fue arrebatada de una forma tan lenta que rayaba lo insano.
Anie la miraba con las pupilas
dilatadas, acariciando toda porción de piel, dejando la palma de una mano sobre
el vientre que se había tensado en tanto usaba la otra para desabrochar su
sostén. Se quedó quieta un segundo, observando cómo Tomie la miraba, con los
labios temblorosos y la vista empañada; estaba erguida sobre el colchón,
completamente desnuda de cintura para arriba y se inclinó para arrebatarle a
Tomie su sujetador; ella cerró los ojos por un segundo, conteniendo la
respiración y levantando las manos hasta la cadera de Anie, palpando sus
costados. Anie le acarició el pecho izquierdo sin previo aviso, provocando que
levantara las caderas por el puro impulso.
Olía a canela; a canela tibia
con leche en una noche cerca de la playa. Olía también a sal, a sol, al cloro
de haber pasado toda la mañana dentro de la piscina, y tenían las pantaletas
puestas todavía, pero Tomie se deshacía en ruiditos de gozo mientras Anie le
acariciaba el torso, el cuello, el cabello y el rostro. Tenía la impresión de
que se iba a poner a llorar de un segundo a otro y eso le preocupaba; sabía que
estaba herida, sabía que algo no andaba bien en su vida, pero no sabía qué ni
en qué medida y aquello la frustraba, le provocaba una ira irracional.
Gruñó y se abalanzó sobre
Tomie para besarla con fuerza. En movimientos certeros consiguió colocar una de
las piernas de la rubia por sobre su rodilla y hacer conectar sus pelvis en un
tacto rudo, firme pero muy lento, de arriba abajo y con ansias se sujetaba a su
muslo.
Tomie tuvo un orgasmo lleno de
sollozos y gemidos fuertes, retorciéndose, apretó la cabeza tanto contra la
almohada, irguiendo las caderas, que el colchón crujió; Anie se dejó caer sobre
ella, besándole las mejillas y el cuello, demasiado irritada como para buscar
su propio orgasmo.
—Tomie… Tomie…
—No estés molesta, Anie… —supo
que lo estaba sólo por el tono de voz con el que pronunciaba su nombre; y
ciertamente lo estaba, tan furiosa que quería golpear a alguien hasta
desfigurarle la cara, pero se limitó a abrazarse a ella y respirar pesado en su
cuello.
Anie no quería meterse y Tomie
ya no le dijo nada.
El domingo transcurrió sin
más, entre películas, varios litros de helado, frituras, pastelillos, tés de
manzanilla y mucha, mucha pereza. Tomie volvió a su casa el lunes hasta entrada
la noche, después de salir del trabajo, y ahí estaba Bill, sentado viendo
televisión y sin siquiera un poco de facha de haberla extrañado.
+--+
Fue por la mitad del quinto mes, a unas semanas de su cumpleaños. Anie había cumplido las tres horas diarias que daba de clases en el instituto caro en el que trabajaba y había ido a comprar boletos para la película de acción que ambas querían ver; fue a recogerla a la escuela y la hizo llegar veinte minutos tarde al trabajo pero valió la pena porque la película fue tan buena como habían esperado que fuera.
Fue por la mitad del quinto mes, a unas semanas de su cumpleaños. Anie había cumplido las tres horas diarias que daba de clases en el instituto caro en el que trabajaba y había ido a comprar boletos para la película de acción que ambas querían ver; fue a recogerla a la escuela y la hizo llegar veinte minutos tarde al trabajo pero valió la pena porque la película fue tan buena como habían esperado que fuera.
Cuando llegó a casa, su madre
no estaba porque esa semana le tocaba cubrir el turno nocturno y Bill estaba
sentado a la mesa comiendo cereal cuando ella entró y lo saludó antes de llegar
a su habitación.
—Qué hay.
—Maldita lesbiana de mierda.
Tomie se quedó congelada en su
sitio. Se le fue la sangre a la cabeza, se le aceleró el corazón, se le
enfriaron las manos y miró a Bill, las cejas muy juntas y los ojos muy
abiertos.
—¿Qué? —quería estar molesta,
muy, muy enojada, pero el pánico se apoderaba de sus entrañas. Bill solía
decirle gay para molestarla, porque sabía que las preferencias de Tomie no
estaban del todo definidas aunque ella no se lo dijera literalmente. No era el
hecho de que le dijera lesbiana aunque no lo era, sino la forma en la que lo
había dicho; con tanto desprecio y de forma tan ruda y despectiva que la dejó
sin saber cómo debía reaccionar.
—Es bonita tu novia. Las vi a
la salida de la escuela. Algo mayor y medio salvaje, pero muy atractiva. Un
completo desperdicio.
—¿De qué mierdas estás
hablando?
—¿Vas a intentar negarlo?
Sabes que eres mala mintiendo, así que no lo hagas.
Sabía que era cierto, que
tenía que resignarse a haber sido descubierta y no esperaba que Bill
entendiera, sólo que la dejara tranquila.
—No le digas a mamá —fue lo
que atinó a decir tras un profundo suspiro que falló en apaciguar su pánico.
—Vas a terminar con ella —le
dijo, y no era una pregunta sino una orden.
Tomie se puso iracunda. Quiso
golpearlo hasta dejarlo morado; siempre hacía eso, intentar ordenarle porque
sabía que Tomie pocas veces tenía otras opciones (o intenciones) que no fueran
hacer lo que él decía. Pero esta vez no. No, porque Bill ya no la necesitaba ni
quería estar con y para ella. No,
porque Anie la hacía feliz. No, porque Tomie no quería volver a sentirse
desolada, regresar al agujero del que cada vez se sentía más alejada aunque sin
salir por completo. No, porque ahora estaba segura, se encontraba a salvo. No,
porque ahora se sentía bien.
No, porque, aunque no quería
estar sin él y lo necesitaba, era tiempo de dejarlo, darse cuenta que no podía
seguir intentándolo.
—No. No voy a terminar con
ella y tú te vas a la mierda, Bill. Te vas a la mierda porque no te has
dedicado a otra cosa que no sea joderme la existencia y, ¡cállate! Cállate, por
Dios. No voy a dejar a Anie, Bill; dile a mamá si quieres, si eso te hace
feliz, ve y díselo, pero ninguno de los dos va a lograr que me aleje de ella, yo necesito a
esa mujer.
Bill la miraba, con esa
indiferencia que le dañaba el espíritu, fijamente y sin hacer un solo gesto que
delatara alguna de las cosas que pudiera estar pensando.
—¿Te irías con ella, Tom? Para
siempre, ¿te irías? —le dijo después de largos minutos.
—…Sí, Bill, me iría. Y es que
aquí no hay forma de que yo vuelva a estar bien. No sin ella, y no mientras tú
sigas siendo el tú que eres ahora. No puedo, Bill, no puedo.
Ya no sabía si hablaba de
quedarse o irse, y aún con la mochila en el hombro sintió unas desgarradoras
ganas de ponerse a llorar pero no lo hizo, porque de algún modo no se sintió
tan sola como lo había estado cerca de Bill los últimos meses. De algún modo se
sintió segura y aunque aterrada, devastada y dolida, con el corazón estrujado,
estaba satisfecha.
—Eso está bien. Está muy bien.
Tomie no alcanzó a saber si
realmente había entendido a qué se refería, pero Bill desapareció en su cuarto
sin decir absolutamente nada más.
+--+
Bill no le dijo nada a su mamá
y no volvió a hablar con ella sobre el tema. Como si nunca hubiera sucedido
nada, Bill volvió a ser Bill; no el Bill de Tomie, pero un Bill que era real,
uno auténtico.
—Anie…
—Quép.
—¿Te casas conmigo?
—¿Qué? —la mujer se rió, casi
en su oído, abrazadas como estaban, arriba de la camioneta, detenidas cerca de
un parque antes de llevarla a su casa.
—Que te cases conmigo.
—¿De qué hablas, Tomie?
—No me preguntes, le dije a mi
hermano que sí y entonces tú te tienes que casar conmigo.
Anie se rió de nuevo y la
besó; para Tomie fue suficiente con que no hubiera dicho que no.
>WWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWW<
ResponderEliminarMe gusto, aunque me costo imaginarme a Bill en ese papel tan... ._. omg
Y dios, ¿le dijo que no? D: fksndfds
Yo las queria juntas >__<
Excelente trabajo Moon :3
Bill hijo de a verga cabron. y aww ame a ani me enamore y me exite solo de imaginarmela awwww y no se por que pero tomy eres tu lunita
ResponderEliminarMe gustó mucho el fic, fue crudo y realista y doloros, pero muy bueno. La forma en que manejaste los sentimientos de Tomie me gustó, comoa pesar de no superar el dolor que sentía, ese desgarre interno, se decidió a seguir adelante y eso fue más que suficiente para impulsarla a realmente continuar.
ResponderEliminarAunque tu Bill sí fue un poco (mucho, a decir verdad) hijo de puta, pero es comprensible, me da la impresión que se comportaba así con su hermana porque está en un estado continuo de negación y quiere lo mejor para ella, pero al mismo tiempo no quiere arriesgarse y al final prefiere que ella sea feliz con alguien más.
Quizás estoy sobreanalizando todo, quizás no, pero el fic me pareció muy bueno.
Saludos :)
Vaya, no sé cómo describir el cúmulo de pensamientos que se agolparón al leer semejante fic.
ResponderEliminarMira que ésta es la primera oportunidad en la que leo sobre Bushido, resulta gracioso que fue en femenino, pero ¡rayos! No pude dejar de sentirme atraída por él/ella, es rud@ en toda su forma y me encantó la carácterización. Y ni hablar de Tomie~ en medio de la decadencia, logró sortear todo el asunto y apoyarse en alguien que no fuera su hermano.
Es oficialmente el primer FemTom y FemBushido que leo y me encantó, es raro, sin embargo, siempre hay que experimentar y sacarle provecho a las cosas nuevas. Gracias por escribirlo, linda ;)
PD: Reí como loca en la parte de la aparación de "Sido" y sus consecuencias.
¡Saluditos!
No se porque solo a ti te sale Tomie, a nadie más (incluyéndome en el saco, ya que estoy en proceso de un fem!slash con Tom)... supongo que eres única y ya esta.
ResponderEliminarBushido mujer es tan sensual que mis ojos somnolientos tuvieron que leer un par de veces este fic. Debo mencionar que fue un orgasmo visual o que se yo, pero la verdad en mi vida hubiera pensado en hacer algo semejante.
Eso es una parte, lo que quizá más me cautivo fue Bill, ese imbécil de Bill que hizo que la pobre Tomie sufriera, lo ame con todo mi ser. Yo creo que de alguna forma hay que destetarse de tu hermano gemelo y aunque sueñes con estará ahí para ti como tu lo haces ¡ESO FUE LEJOS LO MEJOR!
Me dolió porque sin dudas lo viví hace unos años atrás y es tan asqueroso, yo no encontré a una Anie (como me hubiera gustado ;-) ,pero he vivido en paz y agradeciendo que algunas cosas hallan vuelto a su normalidad.
También Tomie, esa maldita Tomie que hace que aguantes las ganas de gritarle, amo como haces que la personalidad del Kaulitz ese se vea tan sensible, tan humana.
¡Y Sido! mierda, mierda y más mierda. No hay palabras que describan el segundo orgasmo que tuve al leer.
Tuvo hartos diría yo.
Tal vez la historia tiene harta angustia respecto a Tomie y esa depresión. A mi me dio risa y aunque suene raro yo se que Bill tenía algo entre manos, pero tú sabrás y nadie más.
Prometí un post digno.
*Suspira y cierra los ojos con frustacción porque debe empezar sus trabajos de la universidad*
Por cierto Mon... podrías escribir más sobre esta pareja o continuar esta (sugerencia).
<3
Atte. tú groupie
ResponderEliminarUf, aquí estoy, querida, un poco (o bien se diría “muy, muy”) retrasada, pero a tiempo, o eso creo. Más vale tarde que nunca, ¿o no? ^^
Pero bueno, por dónde se supone que se debe de empezar a agasajar un fic que, Dios, más que eso merecerse eso.... Y entonces, preguntarse: ¿por dónde empiezo, Moon? Well, yo te iré a traer en donde quiera que estés para que me escribas y pueda formarte tu propio altar, okya! XDD Me desquician tus fics, ya que eres genial y solo de ti pueden venir estar grandes e ingeniosas invenciones.
Es que, madre mía, ¡qué maravilla de fic! Te juro que me has hecho reír y sentir una mezcolanza de sentimientos indescriptibles, porque todo fue tan hermoso y genial, tan bien escrito como solo de tu parte se puede decir. Me encantó, me encantó tanto que casi me daba algo, creo que un ataque a mi corazón de pollo.
Y sabes por qué, bueno, primero es el Tomshido; luego se me viene encima tu formidable idea sobre el femslash, el cual nunca había imaginado aplicando a Bu como pareja de Tomie. Y déjame aclararte que me pareció de lo más sexy y delirante. Woww, amo a Anis, pero cómo me has hecho ver a Anie fue sencillamente una sensación insuperable. Y sigo pensando que nunca leí ni leeré un fic que supere este, incluso, todos me veían como quien dice "qué te sucede" al verme tan excitable ante cada segundo que transcurría y yo iba avanzando. ¡Tú eres maestra de maestras!, eso.
Y con respecto a Bill, fue un toque verdaderamente doloroso. Pero menos mal que Tomie tiene a Anie para que ambas se llenen de felicidad, y esperando un gran final desde mi mente ya que me pareció un final abierto; o bien, si te convencemos en que esto tenga una continuación muy esperada y halagada por igual *indirectas everywhere*.
Yo para qué te digo más, luego esto se vuelve un testamento o qué sé yo, y sabes qué, te has vuelto desde ya en mi amor platónico, joder. Eso mismo.
Solo tú puedes causar tantas emociones agradables y melancólicas con tus escritos.
Un enorme beso y abrazo de oso.
Te quiero mucho, Lunita.
Att: Hina.
Tu fan desquiciada<3~