Categoría: Hetero
Género: romance
Rating: PG
Advertencias: Gender swap, AU
Resumen: A Georg le gustaba lo poco convencional.Había una sola persona que sabía respecto a ello, y esa era Agus.
Notas: Serie de viñetas. ¡Agus al poder!
Mala memoria.
Reto impuesto: Reto trece: “La ventaja de la mala memoria es que se
disfruta varias veces de las mismas cosas por primera vez.”
Nietzsche.
Nota: Aproveché el reto de autores de navidad para escribir algo de esta pareja, y entonces me di cuenta que quedaba bastante bien como la siguiente viñeta de "Poco convencional"; aunque por las bases del concurso, esto es un one shot. No gané, pero sí agradezco haber participado, esta pareja necesita más amor.
Resumen: Agus era como la memoria de Georg, que hacía todo lo que
él olvidaba y estaba ahí para patear su trasero cuando algo iba mal.
Georg tiene mala memoria. Agus lo sabe desde que lo
conoció y aprendió a vivir con ello más rápido de lo que creyó que podría
hacerlo.
Tuvo que repetirle su nombre un total de siete veces,
pero al final logro que lo memorizara; y es que bastaba que Georg tuviera que
hacer las cosas muchas veces para que se quedaran en su cabeza, pero eso no era
trabajo tan sencillo como lo parecía cuando lo decía, ni tan complicado como lo
parecía cuando lo pensaba.
A Georg se le olvidaban las cosas con una facilidad
abrumadora. Había días que simplemente no podía recordar qué habían desayunado
la mañana anterior, qué había cenado la noche anterior, qué había comido el día
anterior; o había otras peores situaciones en que no podía recordar siquiera
qué había desayunado esa misma mañana. Pero no se frustraba o molestaba,
simplemente se comía el desayuno antes o durante la comida. Por eso Agus
comenzó a preparar más comida de la que debería hacer para sólo dos personas.
Una vez incluso olvidó que era lunes y se quedó en casa
en lugar de ir a trabajar. Agus tuvo que recordárselo, pero ya era demasiado
tarde para ir a trabajar cuando la noticia le llegó a Georg. "Vivan los
domingos falsos", fue todo lo que Georg le dijo.
Había una sola cosa que Georg realmente se esforzaba por
mantener en su memoria, y eso eran las canciones. Las ensayaba una y otra vez,
y repetía las notas y letras en su cabeza. Las tocaba y reproducía hasta que se
cansaba de escucharlas, y para entonces, ya se las había aprendido.
Era una desventaja que la canción que por fin te habías
aprendido ya no te gustara, pero por lo menos se la había aprendido, así que
Agus siempre lo felicitaba.
Agus, por el contrario, y aunque su memoria no fuera la
mejor, había algo que Georg había hecho que ella jamás podría olvidar.
Y no, no hablaba de la ocasión en que vio a Bill con su
peinado alto por primera vez; aquella ocasión había reído tanto que se fue
hasta el suelo en posición fetal y ahí se quedó riendo hasta que ya no pudo
más, con la garganta seca y la cara entumecida, se puso de pie y se disculpó
con Bill, de forma sincera aunque su sonrisa decía que definitivamente no se
había arrepentido de burlarse. Eso fue realmente malo, porque la reacción fue
la misma la siguiente vez que lo vio. Y la siguiente, y la siguiente a esa, y
la siguiente a esa también. Y cada vez que Bill vino de visita hasta que
decidió comenzar a plancharse el cabello.
Tampoco era aquella vez en que Tom tuvo que ir al urólogo
y le diagnosticaron gonorrea, no; aunque esa ocasión fue Georg el que tuvo que
lidiar con los traumas del problema. Como tenía mala memoria, lo olvidaba con
facilidad, pero bastaba que Tom le dijera que lo acompañara al doctor para
recordarlo y querer esconderse en su habitación, lejos de Tom por siempre.
A Georg le gustaba que su novia le leyera en las noches.
Agus no estaba segura si el defecto de la memoria era suerte o maldición,
cuando cogía un libro para leerle y podía ser el mismo que tenía una semana
leyendo para él, porque era incapaz de recordar que ya lo habían leído y
realmente le había gustado. O aquellas ocasiones en que tenía que repetir el mismo
capítulo, luchando con todas sus fuerzas con el cansancio de haberlo leído ya
tres veces y el sentimiento de que jamás terminarían de leer el libro.
También olvidaba las palabras que quería decir y tenía
que improvisar. Usualmente sus oraciones terminaban de una forma que eran
apenas comprensibles cuando su cerebro había decidido confabular en su contra.
Cuando cosas como esa sucedía, había dos posibles
situaciones: Agus podía tener que repetir una y otra vez una misma cosa a
Georg, o Georg podía olvidar por completo qué había dicho antes de eso y
repetirlo una y otra vez. O simplemente olvidar de qué era que estaban
conversando. Así que podían tener la misma conversación una y otra vez.
También olvidaba continuamente por qué estaban
discutiendo cuando se ponían a discutir por algo. Y en esas ocasiones, Agus
decidía que olvidar el asunto, definitivamente era la mejor de las ideas, y si
Georg podía hacerlo, ella podía hacerlo también.
Georg olvidaba siempre las llaves, olvidaba cerrar el
grifo, olvidaba bajar la tapa del baño. Georg siempre olvidaba apagar la estufa
cuando ella se lo pedía y olvidaba que la comida se quemaba. Olvidaba que había
que alimentar al perro y olvidaba que había que limpiar la habitación. Siempre
olvidaba tender la cama y sobretodo olvidaba las fechas importantes; los
cumpleaños, aniversarios, eventos. Agus realmente no podía enojarse con él por
eso, se había acostumbrado y en realidad no le importaba no tener una
celebración o una fiesta. Con Georg podía celebrar cualquier día a cualquier
hora y realmente no importaba que no hubiera nada qué celebrar.
Una vez incluso olvidó la navidad, así que no compraron
un árbol y en el último momento tuvieron que fabricarlo ellos, con alambre y
las luces, a pesar de que Agus dijo que estaba bien con sólo un árbol dibujado
en la pared, Georg estaba tan avergonzado que no desistió hasta el último
momento.
Ese día su cena de navidad fue pasta.
Georg podía olvidarse de todo un día y, si le apetecía,
simplemente sentarse a ver televisión o escuchar música. Podía simplemente
abrazarse a ella y quedarse dormido.
Podía olvidarse que ya había tomado su día de descanso y
abrazarse a ella para quedarse dormido a media tarde, una y otra vez.
No importaba cuántas veces repitiera las cosas, sino
podía recordarlas, entonces no había forma de saber que ya las había hecho, y
no había forma de que los recuerdos se las arruinaran.
Y eso estaba bien, porque entonces podía hacer siempre la
misma cosa con una sonrisa en el rostro, como si no lo hubiera hecho ya antes.
Georg debió realmente pasar muy malos ratos en la
escuela, pero cuando Agus le preguntó, él dijo que no. No era el niño más listo
y tenía la peor memoria del salón, pero simplemente su inteligencia era
suficiente. Y ella tuvo que pegarle por ser tan engreído.
Una sola vez habían reñido de verdad por culpa de la mala
memoria de él, y fue cuando la dejó esperando por él en el parque durante tres
horas. Él simplemente había olvidado la hora.
Ella le gritó y lo golpeó y Georg no hizo nada para
impedirlo. Simplemente se abrazó a ella y le pidió perdón al borde del llanto
hasta que ella cedió y se abrazó a él de vuelta.
Desde entonces no hacen citas con hora, simplemente se
llaman al celular.
Lo más maravilloso de la mala memoria era comer helado. Y
no porque no fuera maravilloso sin mala memoria, sino porque Georg podía
comerlo hasta tres veces al día, del mismo sabor y sin importar porque no
recordaba que ya lo había comido.
Para evitar cualquier tipo de problemas, Agus había optado
por las notas. Y cada día, cuando necesitaba que Georg recordara algo, lo
escribía en una nota naranja brillante y la ponía en un lugar visible para
Georg, donde él pudiera leerla una y otra vez. Donde él pudiera recordar que
había algo que debía recordar y regresara a leer la nota si es que se le había
olvidado.
Así había una en el baño que decía con la bonita
caligrafía de Agus “Baja la tapa del baño”, y otra en una esquina del espejo
“Cierra la llave”.
Agus era como la memoria de Georg, que hacía todo lo que
él olvidaba y estaba ahí para patear su trasero cuando algo iba mal.
Y había muchos cientos de cosas que Georg podía olvidar,
pero Agus sabía que eso que ella recordaba mejor que ninguna otra cosa, Georg
también lo sabía.
—Seamos amigos. —le
dijo, más seguro de sí mismo de lo que era normal para un niño de ocho años; y
más seguro de sí mismo de lo que Agus consideraba como modesto.
—Está bien. —pero no
lo suficientemente no modesto como para decirle que no. Porque le gustaban
mucho sus ojos y su cabello. Agus sólo había conocido niños rubios y Georg era
castaño.
Entonces él la tomó
de la mano y caminó despacio a su lado, como si no quisiera llegar a jugar al
parque. —Ojalá no tuviera que soltarte nunca. Cuando te suelte voy a olvidar lo
calientito de tu mano y que olías a manzanas y avena —porque nevaba y estaba
haciendo mucho frío.
—No huelo a avena
—le dijo sin poder evitar acercar su nariz a su cuerpo y fruncir el ceño.
Porque sí, olía a avena, pero Georg ya no le dijo nada, sólo le apretó más la
mano y sonrió —. Está bien…
—¿Qué?
—Que está bien. No
importa. Si se te olvida sólo puedes tomarme la mano de nuevo…
Así que Georg sonrió
y regresó a ella una y otra vez, siempre tomando su mano.
Siempre tomando su mano como si fuera la primera vez que
lo hacía.
Agus no sabía si realmente Georg tenía tan mala memoria o
sencillamente era una persona demasiado simple como para complicarse con
recuerdos. Pero era de esas cosas que no valía la pena recordar porque no
importaban.
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