Género: angst
Rating: T
Advertencias: AU
Resumen: Bill y Tom probablemente eran almas gemelas; probablemente jamás encontrarían a alguien que los entendiera mejor. Probablemente era aterradora la cantidad de coincidencias en sus vidas. Pero también probablemente no estaban ahí para encontrarse.
Notas: Para el Intercambio: Una imagen expresa más que mil palabras, en el grupo de ToHo Eventos en fb.
Para Aelilim. Basado en la imagen del banner
Dice algo así como "Las líneas paralelas tienen mucho en común, pero nunca se encuentran. Nunca. Se podría pensar que eso es triste. Pero muchos otros pares de líneas se encuentran una vez y entonces se separan para siempre. Lo que es muy triste también."
Nació cerca de las cuatro treinta de la mañana en un día que no hizo sol ni tampoco lluvia. Dos minutos después nació él.
Los dos fueron rubios, ojos cafés, piel clara, y cuando cumplieron tres años aprendieron a leer. Lloraban mucho cuando caía la noche y se despertaban al salir el sol. Siempre les gustaron los colores brillantes, los reflejos y los animales grandes; las mantas suaves, la comida que no era de su mamá. La música y las materias escolares en las que había que hablar más que contar. Salir de paseo, mirar caricaturas, levantarse tarde y acostarse hasta la madrugada; dormir mucho a pesar de todo.
A los dos les gustaban las cosas extrañas, los utensilios inusuales, los adornos raros. Las comedias románticas y las películas de acción.
Les gustaba la pasta, y cuando descubrieron el sabor del alcohol también supieron que era algo que definitivamente les gustaba.
Detestaban la escuela, porque no era para ellos un buen lugar donde estar. Les gustaba también ser el centro de atención.
Los mismos grupos, las mismas bandas, la misma comida, el mismo clima, los mismos deseos y anhelos.
Cuando cumplieron veinte se fueron de casa, con las esperanzas puestas en encontrar un lugar propio, porque a pesar de todo apreciaban la soledad a menos que tuvieran una buena compañía.
Otra buena razón para irse de casa era tener un riesgo personal. Más que cualquier otra sensación que apreciaran, la adrenalina era su favorita. Cualquier cosa que no fuera un punto fiable, que presentara un riesgo, que escapara de su control era una buena cosa por hacer o intentar, quizá sólo para saber hasta qué punto eran capaces de controlarlo, sólo para volver a casa y poder respirar con la consciencia de que se seguía vivo después de haber tomado un riesgo que los mantenía entre la línea de tener y perder el control.
Bill y Tom probablemente eran almas gemelas; probablemente jamás encontrarían a alguien que los entendiera mejor. Probablemente era aterradora la cantidad de coincidencias en sus vidas, con la única excepción de que vivían exactamente en los extremos opuestos de Alemania.
Bill creció como un niño solo y se volvió fuerte por sí mismo, porque no le quedaba nada más.
Tom creció fingiendo ser quien no era, y cuando se cansó de ello se convirtió en un hombre callado, que salía de sí mismo sólo esporádicamente, cuando sentía que podía hacerlo de verdad.
Bill se casó muy tarde en su vida, exclusivamente lo justo para tener un hijo y nada más. Una casa grande y bonita, algún amante de vez en cuando, gente para una sola vez; muchas mascotas y un empleo en el que no tenía que esforzarse demasiado para ganar un buen dinero; un lindo auto, un lindo jardín y muchos secretos que jamás le diría a nadie.
Murió antes que su esposa, mucho después que su hijo, y el día de su muerte no tuvo nada importante para decir.
La única vez que vio a Tom fue una tarde de otoño en la que giraba en la esquina después de ir a comer. No más de dos segundos, lo suficiente para que llamara su atención, pero no para determinar si debía o no hablarle, sólo lo dejó pasar, como un chico guapo al que había visto en la calle.
Tom conoció a alguien una vez. Creyó que era el amor de su vida porque se lo encontró en el parque y leía el mismo libro que él justo había terminado de leer mientras escuchaba una canción que le gustaba mucho.
Tomó aire y se llenó el corazón de valentía, pensando firmemente que valía la pena, convenciéndose de que así era, que jamás tendría otra oportunidad como esa. Se acercó y le habló y la conversación duró largas y largas horas que al final le parecieron más cortas de lo que debieron ser.
Al final no supo su nombre, no hubo un beso de despedida, y tampoco hubo un después. Tom jamás volvió a verle.
Al final no supo si era la persona destinada para él a la que dejó marchar sin más, pero siempre se preguntó dónde no se había detenido a mirar correctamente, despacio, para encontrar a la persona que debió estar con él.
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