Categoría: slash
Género: romance
Rating: M
Resumen: Porque él canta para que lo sientas, no para que entiendas las palabras con los oídos, no, sino con el alma. Él canta para estremecerte los sentidos.
Más que cantar
parece que está gimiendo y Tom se pregunta por un breve instante por qué su
hermano no hace eso de vez en cuando.
Más que cantar con la voz, canta con la
guitarra, y es que toca de forma tan natural que le parece como si su
instrumento estuviera pegado a él desde siempre, y Tom se maravilla porque, no
es sólo una guitarra, es su amiga, su hermana, su hija, su amante, su
compañera. Parece él mismo articulado en cuerdas y suena como tantas cosas al
mismo tiempo que Tom se frustra y se enamora del instrumento de nuevo, como la
primera vez que tuvo una en sus manos y supo que eso era lo que definitivamente
quería tocar.
Es cuando aquel
chico alcanza las notas altas, rasgando
su garganta a propósito y evidentemente sin hacerse ningún daño, que Tom
se da cuenta de que no podría entenderle ni aunque supiera japonés, porque su
forma de cantar es extraña, gimiente, sensual y arrastrada, y le cuesta un
mundo captar alguna de las palabras que dice en inglés. Porque él canta para que lo sientas, no para que
entiendas las palabras con los oídos, no, sino con el alma. Él canta para
estremecerte los sentidos.
No era la primera
vez que había escuchado de él, no, lo más probable es que no; pero sí es la
primera vez que se decidió a indagar sobre él de verdad; alguna chica lo había
mencionado en su blog personal. Es por eso que ni bien ha terminado de llegar a
Japón, cuando ya ha ordenado a alguien que lo busque y le proporcione su
ubicación a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero (una que no tiene en
realidad tantos ceros como él hubiera estado dispuesto a poner, pero sí los
suficientes como para tener que inventar una buena excusa).
Pasan dos días
antes de que pueda tener la información y cuando por fin logra verlo, siente
que perderá los estribos; se siente atrapado en la mente de alguna de sus
propias fans, y tiene que hacer acopio de toda la madurez de la que está
convencido que tiene, para no saltarle encima, tartamudear o comenzar a
llenarlo de elogios cuando el hombre se le aproxima y le sonríe con una
camaradería que no termina de creerse. Lo escucha, aquella voz tan única en el
inglés mejor pronunciado que le ha escuchado a un japonés, diciéndole que le
explicaron que el guitarrista de la banda alemana más famosa deseaba conocerlo;
Miyavi tiene esa apariencia de estrella de rock que choca con la sensatez que
parece llevar siempre encima, y le explica con toda sinceridad, entre apenado y
angustiado, que jamás ha escuchado la música de Tokio Hotel. Tom intenta
convencerlo de que no tendría por qué conocerla cuando se atreve por fin a
abrir la boca, pero aquel hombre es tan entusiasta que, antes de que pueda
reclamar nada, ya tiene en sus manos una nota con una dirección, una fecha y
una hora; una cita hecha para tocar la guitarra en compañía del mejor
guitarrista de Japón. En privado. Exclusivamente él. Y sin poder remediar el
hecho de que se siente estúpidamente especial que ni el berrinche de Bill
cuando él llega a casa, logra arruinarle el humor.
Aquella noche,
Tom tiene un sueño carente de decencia y decide que es culpa de la delgadez de
aquel hombre, su increíble cabellera, su hipnotizante sonrisa y la posición de
la cantidad indecible de tatuajes que hay en su cuerpo; pero, más que ninguna
otra cosa, Tom culpa aquellas manos, las que pudo sentir en todo su esplendor
cuando se saludaron, pero de las que está más interesado en mirar cuando entran
en acción.
No está seguro de
haber juntado la suficiente seguridad pero, cuando el día por fin llega (sin
que haya tenido que esperar en realidad demasiado) tiene el orgullo de decir
que logró componer algo para el encuentro. Algo nuevo; limpio y fresco. Pero se
da cuenta de que no está verdaderamente preparado cuando las cuerdas de la
acústica negra de Miyavi son rasgadas y van creando con naturalidad y rapidez
tan abrumadoras que pareciera que tienen vida propia.
Entonces Tom se
llenó de empatía, apenas complementando las notas; una empatía que no pensó que
pudiera existir, porque se siente seducido, como si acariciaran su cuerpo en
una muestra de confianza y seguridad abrumadora, y las caricias se vuelven más
rápidas, más intensas, más profundas y casi dolorosas cuando el murmullo de la
voz ronca se deja escuchar, en una satisfacción arrastrada. De nuevo le parece
que estuviera gimiendo, y aquellos gemidos se mezclaran con los jadeos
tortuosos, placenteros de la guitarra, que canta; suena tan descarada… o es
quizá él quien gime y se regodea. No lo sabe con certeza, lo único que tiene
seguro es que, como nunca en su vida, desearía cambiar de piel y volverse de
madera; porque Miyavi seduce como si lo que tuviera entre sus manos fueran las
curvas de una cadera y Tom mataría por volverse aquella guitarra. De un segundo
a otro puede sentir las manos sobre él, las uñas que se le incrustan en la
espalda y le dejan caminos musicales grabados en la piel. Tom no sabe si han
dejado de tocar pero es ahora su cuerpo el que, movido por las manos indicadas
se convierte en un arte sonoro; Miyavi se introduce en él sin parsimonia,
apenas removiendo la cantidad de ropa necesaria, como cuando alcanza las notas
altas y Tom se estremece en vibraciones tensas. Puede escuchar a sus caderas
crujir mientras el otro hombre se abre paso en él como sus canciones lo hacen
en la conciencia, y el choque seco de las manos en la madera, ese que incorpora
cualquier sonido que pudiera faltar, como si la guitarra fuera el único
instrumento necesario, se vuelve húmedo en la base de sus glúteos. Los murmullos
roncos en su oído, y al llegar al clímax, tras un orgasmo que se extiende y se
extiende como un estribillo interminable, Tom sabe que ha podido escuchar la
mejor melodía que podrá formar en su vida.
Miyavi lo mira
antes de acomodarse la ropa, tan satisfecho como cuando ha jugado bien con su
amante en los conciertos, y Tom sabe que no se quedará en Japón para siempre,
pero debe comprar una guitarra nueva antes de irse.
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