Categoría: slash
Género: romance, humor
Rating: T
Advertencias: AU, muerte de personaje
Resumen: No eran sólo historias que le contaba un anciano, era un vida que había significado todo para alguien.
Respuesta
al reto 011.- Tom tiene diez años y su mamá trabaja como enfermera en
un asilo de ancianos; hay veces que no tiene niñera, así que se lleva a su hijo
con ella y, para matar el tiempo, Tomi habla con los adultos mayores, les
cuenta cuentos y escucha sus historias de la juventud. Junto a la ventana, en
un sillón elegante se sienta un señor de unos sesenta años que está siempre
tomando el té; el señor tiene facciones muy finas y expresiones divertidas, así
que Tom se acerca a él y comienzan a mantener conversaciones, primero
irrelevantes y después más interesantes. Un fin de semana que Tom va a visitar
al señor, se da cuenta de que está muy triste y cuando le pregunta por qué, se
encuentra con una historia de amor bastante inusual. Tom sigue yendo a
visitarlo conforme pasan los años y el señor le sigue contando su vida,
dejándolo cada vez más fascinado y siempre queriendo saber más sobre el hombre
del que el señor estaba enamorado. Sí, el anciano es Bill, y sí, el otro hombre
era Bushido. Cómo se conocen en su juventud Bill y Bushido, cómo se enamoran y
cómo y por qué Bushido muere después de un tiempo de que establecieran una
relación amorosa, queda a su criterio; puede ser en mención de flashback o como
lo quieran poner, pero tienen que contar la historia dentro de la historia.
Inclusión de una escena de humor en la que Bill cuenta algunos detalles de su
vida sexual homosexual a un Tom de 16 que apenas está descubriendo su propia
vida sexual. Si hay ligera mención de Torg, me harían muy, muy feliz.
Las luces de navidad alrededor de la ventana seguían
puestas ahí a pesar de que era marzo, y Tom observaba los verdes, azules y
rojos con descaro y como en burla porque sabía que era él quien debió haberlas
quitado cuando su mamá se lo pidió, pero no lo hizo. Estaba ahí, echado en el
sillón, mirándolas mientras su madre terminaba de ponerse el maquillaje para
salir a trabajar.
Así como se preguntó por qué seguían ahí las luces antes
de recordar que era su culpa, también se preguntó por qué su madre se estaba
maquillando para ir a un asilo de ancianos a cambiar pañales. Era una
enfermera, no necesitaba utilizar maquillaje.
En realidad Tom, a los diez años, no entendía en general
por qué las mujeres querían llenarse la cara con maquillaje, si era evidente
cuando lo traían y eso sólo las hacía ver raras y evidenciar que no querían
verse como en realidad se veían, que era obvio que como se veían no era como realmente
lucían.
Pero como se suponía que con maquillaje lucían mejor, Tom
entendía que su mamá quisiera verse bien, porque había estado esperando por ese
trabajo durante las últimas dos semanas; ella estaba muy emocionada de tenerlo
al fin. Sin embargo, la niñera de Tom se había enfermado de último minuto y
ahora él tenía que ir con su madre al trabajo, “te puedes hacer pasar por un
visitante y ya verás que todo estará bien”; Tom insistía en que no necesitaba
una niñera, podía quedarse en casa, comer cereal y mirar televisión hasta que
ella regresara porque ya era grande y no iba a quemar la casa y no necesitaba
una maldita niñera, con golpe en la nuca incluido por maldecir en presencia de
su madre.
No necesitaba una niñera, pero tampoco le molestaba especialmente
pasar su tarde con un montón de ancianos que seguramente estaban igual de
aburridos que él, adentro de esa casa enorme, haciendo cualquier cosa mientras
esperaban la muerte o algo así.
Cuando llegaron al asilo, Tom simplemente dejó caer su
cuerpo sobre el sillón que estaba frente al televisor en un programa demasiado
aburrido como para prestarle atención realmente, al lado de un anciano que
miraba a la nada, recargado sobre su bastón de una forma que a Tom le parecía
bastante incómoda pero que a él no parecía importarle. —Hey chico, ¿tienes
caramelos de café?
—¿Cómo? —Tom realmente no estaba seguro de si le estaba
hablando a él, aunque no hubiera ningún otro chico cerca, quizá el anciano
deliraba.
—Que si tienes caramelos de café. Me gustan los caramelos
de café pero aquí siempre nos dan sólo de limón.
—No, lo siento señor, mi mamá no me deja consumir
productos de café.
—Normal, eres pequeño. ¿Cuántos años tienes?
—Diez. Casi once, los cumplo en septiembre.
—Oh, vaya; yo los cumplo en diciembre, cerca de navidad
—Tom no sabía si el anciano realmente no había notado que faltaba bastante para
septiembre o sólo no le importaba —, eso significa que eres más viejo que yo
—el anciano se echó a reír cuando Tom frunció las cejas sin entender el chiste
—. Estoy jugando, ¿cómo te llamas?
—Tom. Tom Trümper. Mi mamá es la enfermera.
—Bueno, Tom, yo soy Raul y no he tenido el placer de
conocer a tu linda mamá.
—Acaba de empezar a trabajar aquí, a ella realmente le
gusta ser enfermera porque le gusta ayudar a las personas a sentirse mejor,
como cuando yo estoy enfermo del estómago y me prepara té para que me sienta
mejor.
—Es bueno saberlo, a mí me gusta sentirme bien, así que
espero conocerla.
—Allá está, con la señora de la silla de ruedas —Tom
señaló, esperando a que el anciano se girara a mirarla para saludar con su mano
y que su madre le devolviera el gesto —. Se llama Simone y estuvo mucho tiempo
en la escuela para poder tener este trabajo —sonrió orgulloso de su madre.
—Oh vaya, es una mujer preparada. —Tom sonrió de nuevo,
porque su mamá era genial, él no conocía a ninguna otra señora que hubiera ido
a la escuela.
—Síp. Mi mamá sabe hacer muchas cosas.
—¿Y tu padre?
—No lo sé. —Se encogió de hombros, porque en realidad no
sabía absolutamente nada de su padre; nunca lo había visto, su mamá no hablaba
de él y Tom no tenía interés en preguntar, ¿por qué necesitaba saber algo sobre
un hombre al que nunca en su vida había visto? No lo necesitaba en realidad, ni
a él, ni saber nada respecto a su persona, así que cada vez que alguien le
preguntaba él simplemente se encogía de hombros y decía que no tenía idea,
justo como había hecho ahora.
—Oh… así que son sólo tú y ella. Espero que la estés
cuidando bien, muchacho.
—La estoy cuidando bien, ella está muy sana. —El anciano
rio y palmeó a Tom en la espalda. No sabía de qué se reía, su mamá estaba de
verdad muy sana, Tom se aseguraba de darle masaje todas las noches y prepararle
el desayuno en la mañana a ambos: cereal y fruta.
+--+
Tom volvió con su madre al día siguiente, y la semana
siguiente, y la que venía después de esa y también la que le siguió.
Conoció a una señora llamada Lourdes, que había sido
bailarina exótica cuando tenía veinte años (aunque Tom no sabía a lo que se
refería, pensó que el hecho de que hubiera sido bailarina era muy interesante).
Conoció también a un señor que era amigo de Raul, su nombre era Philip y se
sentaban juntos a jugar ajedrez todas las tardes de los viernes.
La señora que se sentaba junto a la radio se llamaba
Marianne y le gustaba cantar, se sabía todas las canciones que pasaban en la
radio de las tres a las siete de la tarde; John era un hombre muy elegante, que
siempre llevaba camisa de manga larga, chaleco y bastón, le gustaba mucho usar
sombreros y le contaba sobre su esposa y sus hijas, aunque su esposa ya había
muerto; Laura había sido chef, pero una enfermedad que tenía en los huesos ya
no la dejaba cocinar como antes, por eso estaba ahí, dejando que alguien más
cocinara por ella; a Robert le gustaba escribir poemas, y lo más increíble es
que le pagaban por ello, así que Tom pensó que quizá él podría hacer algo como
eso algún día, Robert sólo tenía que sentarse y esperar que las palabras
llegaran a su cabeza. Lilian era la señora de la silla de ruedas, tenía noventa
y tres años y Tom se emocionó mucho al saber que casi tenía cien años de edad,
él nunca había conocido a alguien que tuviera casi cien años de edad. Guillermo
se sentaba siempre a la mesa y podía pasar horas comiendo pudín de manzana;
también había una señora no tan mayor que había sido enfermera cuando era
joven, igual que su mamá pero en un hospital muy, muy grande en el centro de la
cuidad, Tom nunca había estado en Berlín, así que le gustaba sentarse a su lado
y que le hablara de las calles y los edificios, su nombre era Carlota. También
había un hombre que había estado en la guerra, pero su mamá le había prohibido
hablar mucho con él, porque se alteraba con facilidad y tenía que tomar
medicamento para dormir, sino gritaba mucho por las noches y no dejaba dormir a
nadie, se llamaba Martín y había sido coronel, tenía muchas medallas en su
habitación y tres monedas grandes de oro que guardaba en una caja en el cajón
de su tocador.
Había muchas otras personas, pero no todas querían hablar
con Tom; a Tom le gustaba hablar con las personas, pero algunas personas
prefieren no hablar con la gente de su edad, se dio cuenta; no entendía por
qué, y tampoco le molestaba, él era un niño amable y no le había faltado al
respeto a nadie, así que no entendía por qué, pero supuso que a algunas
personas simplemente no les gustaba hablar, como a algunos de sus compañeros de
la escuela que preferían mantenerse lejos de él y su amigo Andreas cuando jugaban
con la pelota a la hora del receso.
Un día Tom se sentó con Guillermo y se quedó mirándolo un
rato, cuando iba por el quinto pudín, Tom comenzó a sentirse enfermo. Aquella
mañana no había desayunado más que fruta porque se había levantado con el estómago
revuelto, y mirar al hombre no le había ayudado, entre que se encontraba
hambriento y que el pudín le parecía un poco asqueroso. Se levantó de la silla
tambaleándose y se acercó a la ventana a tomar aire, respirando profundo y
exhalando con fuerza. —¿Qué pasa, chico? —Tom giró hacia donde venía la voz, no
esperando que alguien le hablara o notara que estaba enfermo, porque no podía
estar enfermo, su mamá estaba muy ocupada como para que él se enfermara.
—Nada, estoy bien.
El hombre que lo veía sonrió y meneó la cabeza con un
gesto negativo. —Por supuesto que no, ven, siéntate aquí antes de que llenes
las paredes de vómito. —Tom se sentó, aún demasiado mareado como para mirarlo a
la cara, pero sabiendo que no había hablado con ese hombre antes —¿Cómo te
llamas?
—Tom.
—Oh vaya, tú eres el hijo de la enfermera, ¿cierto?
—Cierto —respondió, intentando tragar su vómito. Él
realmente prefería no hablar mucho cuando se encontraba sintiéndose enfermo.
—Bueno, Tom, ¿quieres un poco de té? —cuando se limitó a
asentir el hombre puso frente a él una bonita taza con flores de color azul
llena del líquido tibio. No estaba caliente ni frío, sino justo en el punto en
que a Tom le gustaba tomarlo, así que lo bebió en tan sólo dos sorbos, quizá
demasiado rápido como para sentirse mejor y sólo logró ahogarse un poco y
comenzar a toser —Hey, con calma, niño. —El hombre le sirvió un poco más de té
y esperó a que dejara de toser para acercarlo a que le diera un trago corto.
—Gracias.
—De nada, Tom. ¿Ya estás mejor?
—Un poco…
—¿Ya no quieres vomitar?
—Nop.
—Eso está bien.
—¿Quién es usted? —preguntó antes de darse cuenta de que
la pregunta sonaba bastante descortés.
—Me llamo Bill. Tu mamá me prepara el té y me ayuda a
ordenar la ropa que va en las partes bajas de mi ropero, ya no puedo agacharme
como cuando era joven —el hombre rio, pero a Tom no le pareció especialmente
gracioso.
—Lo siento.
—¿Lo sientes? ¿Por qué?
—Eh, pues… no sé.
El hombre se volvió a reír y Tom se dio cuenta que tenía
un humor demasiado fácil, riendo por todo aunque no tuviera gracia, y el sonido
de su risa era uno peculiar que Tom no había escuchado en todo el tiempo que
tenía ahí. Era una risa suave, fluida; una risa que no se parecía a la de
ninguno de los otros adultos mayores, probablemente se parecía mucho más a la
de sus compañeros de escuela. Era una risa joven, ligera.
Cuando Tom levantó la cabeza para mirar el rostro del
hombre por primera vez, mirarlo de verdad, se dio cuenta de que en realidad no
lucía tan viejo como el resto de la gente ahí. Era un hombre alto, podía
decirlo aunque se encontrara sentado, y muy delgado; tenía el cabello corto y
se peinaba hacia atrás, pero de algún modo no parecía un corte convencional y
Tom no estaba seguro si era porque no era un corte convencional, o si
simplemente era porque era él quien lo llevaba. Su cabello era completamente
gris, pero de algún modo eso no era lo que lo hacía ver viejo, sino las arrugas
en su rostro, perfectamente distribuidas en su frente, mejillas, cuello y
alrededor de su boca, ahí donde se formaba su sonrisa de dientes graciosos, un
poco más salidos de lo normal, pero casi artificialmente ordenados y se
encontró preguntándose si serían todavía sus dientes, porque podía recordar que
los dientes de Laura no eran de verdad y tenía que quitárselos antes de dormir,
pero no dijo nada.
—¿Es nuevo aquí, señor Bill?
—Bill, sólo dime Bill, no “señor”, es raro. Creo que
nunca podré acostumbrarme a eso y menos si me lo dices tú. No soy nuevo, Tom,
supongo que no me habías visto porque sólo salgo a tomar el té a las seis y
regreso a mi dormitorio a las ocho y tú siempre tienes mejores cosas que hacer.
¿Mejores cosas que hacer? Tom realmente nunca hacía nada
en especial salvo sentarse junto a los ancianos a escuchar historias.
—¿Por qué es raro que yo se lo diga?
—¿Qué?
—“Señor”, ¿por qué es más raro si se lo digo yo? Mi mamá
dice que no debo faltarle al respeto a los mayores y que decirles por su nombre
es una falta de respeto.
Bill frunció el ceño antes de responder: —¿No te llaman a
ti por tu nombre?
—Sí…
—¿No eres ya un chico grande?
—Claro que sí, me preparo yo solo el desayuno.
—Bueno, ¿entonces también tengo que decirte señor?
—Yo no soy un señor —dijo con un puchero en los labios.
—No es una falta de respeto, Tom. De ningún modo podría
ser una falta de respeto que llames a alguien por su nombre; después de todo,
es el nombre que le pusieron.
—Bueno… supongo que sí…
—Entonces, yo me llamo Bill y tú te llamas Tom. Mucho
gusto, Tom. —Bill extendió la mano hacia él y Tom la estrechó sonriendo, porque
todo aquello tenía mucha lógica, aunque quizá no debería decírselo a su madre.
—Mucho gusto, Bill.
+--+
Tom pasó toda la noche cosiendo botones de colores en un
trozo de manta a hurtadillas de su mamá. Cuatro enormes botones rojos y azules
en el centro y algunos pocos más pequeños y de diferentes medidas alrededor de
ellos; los cosió con mucho cuidado para que no se cayeran y lo guardó con
cuidado en su mochila para no olvidarlo al llegar al asilo después de la
escuela. Quería regalarle algo a Bill por haber sido bueno con él pero no tenía
nada para darle y todo lo que sabía hacer era coser, había aprendido a hacerlo
cuando tenía seis, así que tomó un trozo de tela del cajón de su mamá y un par
de botones, aguja e hilo de la caja de galletas que no tenía galletas.
Cuando llegó al asilo pensó que quizá era muy temprano
para encontrar a Bill fuera de su habitación, pero él estaba ahí, sentado
mirando por la ventana; fue entonces que Tom pudo darse cuenta de lo peculiar
que Bill lucía entre todo aquello, como si toda la vejez se mantuviera alejada
de él y le cargara sólo el peso que la gravedad le cobraba a su piel. Se
hallaba sentado en un sillón floreado de color azul que combinaba con su juego
de té, lucía costoso y rústico y desentonaba con el resto del mobiliario, así
que pensó que probablemente era de su propiedad. La pequeña mesa que tenía a
frente lo obligaba a encorvarse un poco para poder alcanzar su taza y era de un
café brillante.
Bill vestía de forma peculiar también; llevaba un traje
oscuro, formal, las mangas de la camisa arremangadas sobre los codos y el
chaleco con todos los botones cerrados. Bill se veía limpio todo el tiempo,
pero vestía siempre de negro y se peinaba el cabello completamente hacia atrás;
Tom pensó que era curioso que sus ojos se vieran oscuros, casi como si llevara
de esa cosa que su mamá se ponía casi por adentro de los párpados, y sus labios
brillantes y rosas a pesar de la ligera barba que le crecía alrededor, tan gris
como su cabello.
Se acercó y lo saludó con la mano, sonriendo al ver que
Bill le devolvía el gesto; se acordaba de él y eso le dio mucho gusto, porque
había escuchado que algunos ancianos no son capaces de recordar muchas cosas y
Tom no conocía a Bill, temía que pudiera haberse olvidado de él.
Las siguientes tres semanas Tom llegaba directamente con
Bill, a ninguno de los otros ancianos parecía molestarle aquello así que no se
preocupaba al respecto. Bill era interesante, principalmente porque no parecía
un anciano, Tom se sentía como hablando con un chico de grado superior cuando
estaba con él.
Bill le hablaba de cuando era niño, sobre su mamá, la
escuela, los libros que leyó, la música que le gustaba, y que todavía
escucharía si Marianne no se adueñara de la radio a diario; le contó que le
gustaba actuar y soñaba con ser una estrella, por ello había comenzado a
trabajar en un pequeño teatro en Berlín a donde asistían los universitarios a
fumar y tomar café amargo y aplaudían con ligeros y ridículos chasquidos de
dedos, Tom había visto eso sólo en las películas y le pareció gracioso, casi
irreal que alguien le dijera que realmente sucedía.
Bill le dijo que el pequeño establecimiento en realidad
servía para muchas cosas y que no era él el único que se presentaba, sino sólo
uno de tantos.
El día de su cumpleaños, Bill le regaló un cuaderno de
dibujo y una gran caja con plumones y crayones de todos los colores. Bill sabía
lo mucho que a Tom le gustaba dibujar, así que Tom hizo un dibujo especialmente
para él, con su nombre en grandes letras azules al final de la hoja en letra
estilo grafiti. Bill sonrió de forma
extraña, pero le acarició el cabello largo y le dijo gracias antes de guardarlo
en una carpeta y prometerle que lo iba a enmarcar; era una sirena tomando el
sol sobre una roca, desnuda del torso y mirando al atardecer, con largo cabello
pelirrojo cayendo sobre sus pechos. Tom no había entendido mucho de lo que le
dijo cuándo se lo entregó, al parecer Bill creía que era un dibujo atrevido, un
atrevimiento que Tom no se permitía mostrar de ninguna otra forma salvo
dibujando, pero estaba bien, porque todos tenemos que ser atrevidos de algún
modo.
Tom había aprendido a dibujar de ese modo apenas unos
meses atrás, cuando conoció a Georg. Georg era dos años mayor que él y se había
mudado al frente de su casa, tenía un amigo llamado Marshall que se divertía
rayando con spray las paredes del cuarto de Georg; los colores eran alucinantes
y las formas eran tan amplias, redondas y llamativas que Tom le había pedido
que le enseñara a dibujar así. Marshall no sólo le enseñó a dibujar, también le
enseñó música nueva y le explicó por qué usaba ropa tan ancha de forma tan
convincente que Tom decidió que él quería usarla también.
Para cuando cumplió doce el cabello ya le llegaba a media
espalda y aún no había decidido qué hacer con él. A su mamá le gustaba cómo lo
tenía y por eso no lo había cortado, pero Tom estaba un poco cansado de
peinarse.
—Deberías hacerte rastas, combinarían con el estilo que
traes hoy día. —le dijo Bill una tarde que lo vio peleando con los mechones que
no querían quedarse dentro de la liga. Tom le había hablado a Bill de Marshall
y de todas las cosas que le había enseñado; Tom probablemente le hablaba de absolutamente
todo a Bill.
¿Rastas? Cuando se lo mencionó a Georg le dijo que le
parecía buena idea, que con su color de cabello probablemente se le verían muy
bien, así que Tom decidió que serían rastas.
La tarde siguiente de habérselas hecho, Bill lo vio y se
rio tan fuerte que despertó a Lilian de su sueño de media tarde y su mamá los
regañó.
Aparentemente no lo había dicho en serio, pero le gustaba
cómo le lucían.
+--+
Fue el mismo mes de su cumpleaños número trece, pocos
días después de hecho, cuando Tom vio triste a Bill por primera vez. Sentado en
su lugar habitual, con un pequeño pastel de moras frente a él y una sola vela
de color azul.
Se veía cansado y decaído como para estar celebrando, así
que Tom dudó un momento en acercarse, pero pensó en cuando él se sentía triste,
en lo poco que le gustaba estar solo en esos momentos y lo mucho que hubiera
dado porque alguien le preguntara cómo se sentía, aunque no supiera por qué se
sentía de aquella manera; quizá a Bill le pasaba lo mismo.
—No sabía que era tu cumpleaños, Bill.
—No es mi cumpleaños —le dijo con un tono de voz apagado
—. Es el cumpleaños de Anis.
—¿Anis? —Bill no le había hablado antes de ningún Anis,
Tom estaba seguro, porque recordaba bastante bien todos los temas de los que habían
hablado, pero él no hablaba de personas en específico normalmente.
—Sabes lo que es ser gay, ¿verdad, Tom?
—Sí sé… —Tom se sonrojó hasta la raíz del cabello. Había
escuchado ese término en la escuela a la mitad de una conversación que no era
suya. Charlie, uno de sus compañeros, al parecer era gay. Le gustaban los
hombres como a los otros chicos les gustaban las mujeres. Le gustaban los
hombres de forma ‘sexual’. Tom no había pensado mucho en el sentido sexual de
su vida, porque no tenía mucho de haber entrado a la adolescencia y porque
prefería pasar sus tardes en el asilo, hablando con Bill o dibujando mientras
escuchaba música; así que cuando supo que a uno de sus compañeros le gustaban
los hombres, Tom pensó en ello durante mucho tiempo y se dio cuenta de que a él
no le gustaban especialmente las chicas, le parecían más bien molestas. No se
lo había dicho a nadie porque, a juzgar por el tono de voz de sus compañeros,
no parecía ser algo muy normal.
—Bueno… yo soy gay.
—¿Cómo?
—No te asustes, de acuerdo, no es como si por ser un
anciano no hubiera tenido una juventud para vivir la vida loca —Bill se rio un
poco y Tom imitó el gesto, porque no le importaba si Bill era un anciano y
tampoco le importaba si había sido o era gay; él tenía trece años, no era algo
que no pudiera entender —. Soy gay desde, supongo que siempre.
—¿Y lo estás celebrando o algo así?
Bill se echó a reír y él no supo si quizá no debió haber
dicho eso, pero le gustaba cuando Bill reía.
—¡Claro que no! Estoy celebrando el cumpleaños de mi
novio.
—¿Tienes un novio?
—Tenía un novio… Anis. Hoy debería ser su cumpleaños, si
viviera, claro está.
—…No parece una celebración muy feliz.
—Supongo que no, pero me gusta celebrar su cumpleaños,
porque es también el día que nos conocimos.
—¿Estuvieron juntos mucho tiempo?
—No el suficiente, Tom. Creo que nunca el suficiente.
+--+
Se suponía que debía salir de trabajar a las diez en
punto, eso le daba diez minutos para tomar el autobús y alcanzar el tren pero
la presentación de aquella noche había sido un desastre de proporciones monumentales,
así que había tenido que quedarse a limpiar.
Un trío de idiotas con pintas de vándalos habían
derramado la cerveza en una de las mesas cercanas al escenario y después de eso
habían empezado alguna especie de guerra de comida con los postres que ahí se
servían, gritando que de cualquier forma eran basura igual que el espectáculo.
Su espectáculo no era basura, le había tomado dos semanas terminar de escribir
el guion para aquella obra y otras tres semanas de ensayo para tenerla lista;
habían trabajado tan duro en aquello que cuando escuchó a ese imbécil decir
eso, no pudo sino abalanzarse sobre él, saltando del escenario y golpeándolo
justo en la mejilla; su bota literalmente en el trasero de ese sujeto, los
otros dos tipos intentando sacárselo de encima pero Bill no lo soltó hasta que
su jefe llamó a seguridad para separarlos. Pudo romperle una costilla, joder,
pudo ir a prisión, o sólo era su vena dramática hablando por él, porque, aunque
se le había pasado la mano, tampoco lo había hecho de forma inconsciente ni lo
suficientemente fuerte como para matarlo.
Su jefe lo había amenazado con echarlo y ahora, siendo
las diez con quince, apenas se encontraba sacando la estúpida basura; tendría
que tomar un maldito taxi y se quedaría sin cena lo que restaba de la semana.
—Oye amigo —Bill no levantó la vista, porque él no tenía
amigos, estaba demasiado ocupado dirigiendo un grupo teatral y tratando de
ganarse la vida como para tener amigos —, tú el del cabello negro que remueve
la basura.
—¿Qué carajo? ¡Yo no estoy removiendo la basura, imbécil,
estoy tratando de dejarla de forma decente!
—Cálmate, chico, estoy bromeando. —la figura de un hombre
que no alcanzaba a distinguir apropiadamente se acercó a él en el callejón
haciendo que se tensara por un minuto, acercando la mano a su bolsillo para
sacar el gas pimienta.
—No estoy para bromas, amigo, acabo de perder mi autobús.
—¿Hacia dónde vas?
—Mi mamá me dijo que no hablara con extraños.
El hombre se echó a reír ante la frase y el gesto del
muchacho, con las manos bien puestas en la cadera y el ceño fruncido, el
cabello agarrado en una coleta alta, camuflado entre la oscuridad con sus ropas
negras. —Escucha chico, no quiero problemas, sólo quiero ayudar; después de
todo, creo que fue culpa de mis amigos que sigas aquí a esta hora y hayas
perdido el autobús.
Bill abrió los ojos cuan grandes los tenía. —¿Tú eres uno
de esos tres idiotas? Lárgate de mi vista antes de que llame a la policía.
—Hey, calma, te estoy diciendo que no quiero problemas.
Ellos se fueron a casa ya, yo sólo… bueno, quería conocer al director de la
obra.
—¿Cómo?
—Le pregunté al dueño que quién era el director de la
obra y me dijo que podía encontrarte aquí, sacando la basura. Creí que estaba
jugando conmigo, ya ves… pero parece que no.
—No, yo soy el director de la obra. Escritor, director y
actor en la obra también.
—Lo sé, te vi ahí. Estuviste genial, fue realmente bueno
—el hombre seguía medio oculto en la oscuridad, pero Bill pudo ver su gesto al
rascarse la nuca, intentando restarle importancia al asunto mientras lo
halagaba.
—¿Me estás adulando?
—Tu trabajo es bueno, chico, eso es todo.
—Claro —sonrió —. Bueno, y qué es lo que quieres.
—En realidad sólo quería felicitarte, pero ahora que veo
que te quedaste sin transporte, la oferta del aventón sigue en pie.
Caminó fuera del callejón, teniendo que pasar
inevitablemente al lado del hombre, con las cejas bien levantadas y una
expresión de desconfianza, como esperando que en cualquier momento alguien se
abalanzara sobre él, sin quitar la vista del hombre ni un solo momento hasta
que estuvo en la luz y pudo, por fin, ver su cara.
—¿Estás diciendo que piensas llevarme hasta mi casa sin
pedir nada a cambio?
—No tengo problema con ello. ¿Hacia dónde vas?
—Al otro lado de la ciudad —lo retó, pero el hombre sólo
silbó y caminó al frente.
—Entonces deberíamos darnos prisa si queremos llegar
antes de que se haga de día otra vez. Por cierto, ¿cuál es tu nombre, chico?
—Bill. Bill Kaulitz.
—Anis, aunque mis amigos me llaman Bushido.
—¿Estás en una pandilla o algo así?
—…No, ya no.
—Oh… bueno, Anis, espero no estar desviando tu camino.
—Eso es lo de menos, no tengo mucho que hacer a estas
horas.
Bill en realidad vivía a las afueras de la ciudad, no tan
lejos como lo había querido hacer ver, pero tampoco especialmente cerca; en
transporte hacía una hora y media o dos, dependiendo del conductor y la
cantidad de gente en la calle.
Anis lo llevó hasta la puerta de su casa ese día, y el
siguiente, y el siguiente a ese. Fue a verlo actuar cada semana, se sentaba
siempre en una mesa cercana al escenario y le sonreía cada vez que lo miraba;
eventualmente, Bill no fue capaz de no regresarle la sonrisa.
+--+
—Tenía el cabello café y los ojos… sus ojos eran tan
grandes y bonitos.
—Ugh, te estás poniendo gay de nuevo.
—No me faltes al respeto, mocoso, que tú me preguntaste.
Tom rio porque sabía que Bill no estaba molesto. Tom
había cumplido quince años la semana pasada y había adoptado la costumbre de,
todos los años, en el mes de septiembre, pedirle a Bill que le hablara
específicamente de Anis.
En realidad hablaban de él todo el tiempo, pero sabía que
a Bill le gustaba que le preguntara específicamente sobre él.
—Tenía los ojos grandes y bonitos, ¿y?
—No puedes burlarte, no lo harías si lo hubieras
conocido, niño. Sus ojos quizá fue lo que hizo que me enamorara realmente. Eran
muy expresivos y, ya sabes, él no era especialmente diferente o algo así, sólo
era un hombre, pero uno que sabía lucir atractivo cuando quería hacerlo.
Llevaba barba, yo jamás pensé que a mí podría gustarme un hombre con barba
hasta que lo conocí; no me lo imagino sin barba.
Tom le preguntaba especialmente a Bill sobre el tema en
ese mes porque sabía que eso lo hacía feliz. Bill pasaba ese mes especialmente
triste y a Tom no le gustaba verlo así.
—Cuando él sonreía tenía que sonreír yo también, era como
un acto reflejo. —Bill sonreía siempre que estaba hablando de él, y Tom se
preguntaba constantemente, ¿cómo habría sido la sonrisa de Bill cuando era
joven? Enmarcada en cabello negro y con su pálida y bonita piel que ahora caía
arrugada hacia abajo pero sin quitarle gracia. —Pero yo no sabía si él era gay
o simplemente venía a verme porque de verdad le gustaba cómo actuaba… eso me
ponía nervioso. Muy nervioso.
Sonrió y el menor no pudo evitar tener la rara sensación
de que parecían un par de adolescentes hablando del chico guapo en turno. Se sonrojó
una vez más, como cada vez que hablaban de hombres.
+--+
Se quedó en el asiento, petrificado mirando hacia la
carretera; él no se movía pero su cerebro no paraba de girar. ¿Qué rayos le
estaba pasando? Anis sólo lo llevaba a su casa todos los días, no era como si
estuviera interesado en su persona, ¿no? Entonces él no tendría por qué estar
temblando y tratando de no mirarle mientras se concentraba en conducir
apropiadamente en la oscuridad. Estaba pensando cosas estúpidas porque había
tenido un lindo sueño; un sueño donde podía tener una vida feliz y casera con
la persona a la que quería, saliendo de paseo los fines de semana, trabajando
en el teatro, envejeciendo rodeado de mascotas, durmiendo acompañado en una
gran cama y, cuando el rostro de Anis apareció frente a él, en la penumbra de
sus fantasías, su cuerpo se desconectó con brutal rapidez, negándose al hecho y
levantándose sobresaltado, como si hubiera tenido una pesadilla. No podía.
No podía estar enamorado de Anis.
Y ahora, mientras lo miraba, sonriendo ligeramente
mientras conducía y la radio dejaba escuchar un rap rápido y ligero, Bill quiso
echarse a llorar y ni siquiera estaba seguro por qué. Maldijo entre dientes,
atrayendo la atención del mayor. —¿Qué pasa, chico? ¿Algo anda mal?
“Todo va mal”, hubiera querido decirle. —No. —Todo iba
mal, porque él era un muchacho de veinte años y de pronto se encontraba
pensando en una vida casera que no sabía que quería hasta entonces; un chico de
veinte años que se hallaba pensando en un hombre de, ¿qué edad tenía ese hombre
de cualquier forma? ¡Ni siquiera lo sabía! ¿Treinta? ¿Treinta y cinco? Dudaba
que tuviera más que eso pero, ¿y si sí?
—¿No? ¿Qué clase de respuesta es esa? Si no querías que
te trajera hoy pudiste decirme y listo, chico, te dejo donde quieras o me voy y
punto —Bill frunció las cejas, desconcertado por la respuesta de Anis,
consciente de que quizá el “no” había salido demasiado hostil, pero no
esperando que el mayor reaccionara con tanto ímpetu. Lo miró por millonésima
vez y algo hizo click en él lo suficientemente fuerte como para relajar los
músculos de la cara ante la expresión enfadada del otro y se echara a reír —.
¿Qué?
—Estás molesto —le dijo sin dejar de reírse —. No te
había visto enojado antes y tu cara se arruga de una forma tan graciosa.
—¿Qué? ¿Qué carajo? ¿Te estás burlando de mí, enclenque?
—¡Sí! —Bill no podía parar de reír, probablemente debería
porque sólo lo estaba haciendo enojar más, pero no podía hacerlo. Anis le
gustaba tanto.
—¿Sí? ¿Qué clase de jodida respuesta es esa?
—¡Deberías mirarte en este momento! Tu cara es como…
—hizo un gesto, arrugando la frente por completo y frunciendo los labios antes
de echarse a reír de nuevo. El mayor puso cara de incredulidad, elevando ambas
cejas, retando al muchacho a que siguiera burlándose de él y se atuviera a las
consecuencias.
—Sabes que no debes hacer enojar al conductor, ¿no?
¿¡Ah!? —sonó tan molesto que Bill se congeló en su sitio y se giró lentamente a
mirarlo. Anis extendió su mano hacia él y lo vio encogerse en un gesto de
defensa de todo su cuerpo ante un ataque inminente; sonrió y clavó su mano
entre sus costillas. Bill dejó escapar un gemido de sorpresa ante el contacto
que no esperaba, sobresaltándose, las cosquillas mezcladas con escalofríos
corriendo por toda su espalda y vientre bajo.
—¿¡Qué estás haciendo!? ¡Para!
—¿Qué pasa, eh? Hace tres segundos te estabas burlando de
mí.
—¡Anis! ¡Para, vamos a chocar!
—Claro que no —le dijo, pero se alejó lentamente de
cualquier modo —, soy un buen conductor, no importa cuánto pretendas distraerme
con tu bonita cara. Además, ya hemos llegado.
Cuando el auto se detuvo, las orejas de Bill estaban completamente
rojas; maldijo por lo bajo y se inclinó para desabrochar su cinturón. —Se
atoró.
En realidad sus manos estaban temblando, ridículamente
nervioso ante el cumplido aunque ya lo hubiera escuchado muchas otras veces.
Todavía estaba inclinado sobre el cinturón cuando Anis se acercó para ayudarle,
haciendo que levantara la vista por impulso, mirando el rostro concentrado del
mayor mientras intentaba desabrochar el cinturón que él había apretado más por
estar jalando insistentemente sin pretender desabrocharlo en realidad. Sus
caras estaban tan cerca, que cuando Anis levantó la cabeza para decirle que ya
estaba listo, antes de poder darse cuenta ya había juntado sus labios.
Todo su cuerpo se estremeció, un cosquilleo eléctrico se
extendió por toda su garganta y luego a su cerebro, gimiendo de gusto ante el
severo contacto de sus labios y frunciendo un poco las cejas en curiosa
aprobación frente a la raposa sensación de la barba contra su mentón. Fue hasta
que la mano de Anis acarició el tatuaje en su nuca, casi posesivamente, pero
tan suave que cada dedo de amoldó a la piel como si quisiera fundirse, que Bill
se dio cuenta de lo que estaba haciendo, pequeñas punzadas alrededor de su
ingle que le pedían que se acercara más; a punto de escucharlas, se separó de
golpe y salió del automóvil corriendo, casi tropezando al bajar, maldiciendo una
y otra vez.
Esa noche golpeó su cabeza contra la almohada lo más
fuerte que pudo, consciente de que no debía hacerse un chichón porque tenía una
presentación la noche siguiente y si se golpeaba contra la pared el maquillaje
no podría cubrirlo por completo. Se sentía tan estúpido, pensando en que el
beso había sido correspondido, preguntándose por qué demonios había escapado de
esa forma, ¿de dónde rayos había salido todo ese pánico irracional? ¿Y si Anis
se había enojado por su huida monumental? ¡Ya no tenía catorce años, por dios!
La tarde siguiente se arrastró al trabajo con una nube
oscura sobre su cabeza; estaba nublado, así que llevó un paraguas, preparado
para regresar en autobús, el ánimo por los suelos, todavía queriendo golpear su
cabeza contra un muro por ser tan idiota.
Pero cuando subió al escenario, Anis estaba ahí, sentado
en primera fila y esperando tranquilamente a que empezara la función.
Bill sonrió. Era tan idiota que ahora quería ponerse a
llorar.
+--+
—¿Tienes un tatuaje?
—En realidad, tengo varios.
—Woah, espera, espera, ¿incluso así de… —Tom se cortó
antes de decir “viejo”. Ellos nunca hablaban directamente de la vejez de Bill,
porque a estas alturas Tom ya ni siquiera podía sentir que el hombre realmente
estuviera viejo pese a que habían celebrado su cumpleaños número sesenta y tres
un par de días atrás.
—Son permanentes, Tom. No sé si sabes lo que eso
significa, ¿permanente? ¿Para toda la vida? ¿Incluso aunque tengas setenta?
¿Más claro ahora?
—Tú no tienes setenta… —frunció el ceño y Bill rio.
—Tengo… cuatro, si las cuentas no me fallan.
—¿Puedo verlos?
—Eh… creo que no sería apropiado que te los mostrara
todos —rio de nuevo, con una sonrisa cómplice.
—Oh…
—El de la nuca —se giró para que Tom pudiera verlo, el
símbolo del infinito —, me lo hice cuando tenía quince, con el permiso de mi
madre. El del brazo —se levantó la camisa todo lo que pudo hasta que quedó
expuesta la piel —, cuando cumplí la mayoría de edad. Tengo uno en el costado,
en todo el costado, desde la axila hasta la cintura, y una estrella en la
cadera; esos son los que no puedes ver.
Tom pensó que era curioso, mirando ahora el brazo de
Bill, su piel arrugada en pequeños pliegues que causaban sombras sobre lo
pálido que era.
A Tom no le gustaba pensar en ello porque sentía que
debía ser perturbador el hecho de que lo pensara pero, ¿Bill tendría sexo aún a
esa edad? La mayoría de los ancianos no lo hacían, pero Tom sentía a Bill tan
joven a pesar de ver que no era así.
+--+
—Tú me gustas chico, no estoy jugando.
Bill le gustaba en realidad. Le gustó desde que lo vio
sobre el escenario por primera vez y se había prometido que haría algo al
respecto. No pensó que Bill sería el primero en moverse.
Anis tenía más interés en las mujeres, o lo había tenido
hasta ahora; hasta ahora probablemente no se había planteado mantener una
relación con un hombre, aunque se había acostado con algunos. No lo había
pensado, pero cuando conoció a Bill se dio cuenta que no tenía tampoco por qué
descartarlo.
—Tú me gustas también Anis, ya lo sabes… evidentemente,
pero… —tenía “miedo”. Bill no estaba buscando una relación casual, había dejado
ese tipo de cosas cuando cumplió dieciocho y consiguió trabajo. Bill quería
algo en serio, y no estaba seguro de que Anis fuera el tipo de hombre que se
toma ese tipo de cosas en serio.
—Bill, te dije que no estoy jugando. —Pocas veces había
dicho su nombre y Bill supo que estaba hablando en serio. Malditamente en
serio.
No sabía si reír o ¿llorar? O, ¿qué se suponía que tenía
que hacer en un momento como ese? ¿Correr a sus brazos y pedirle que se fuera a
vivir con él? Asintió y abrió la boca para hablar, aunque no sabía qué iba a
decir, pero antes de que pudiera articular alguna incoherencia, Anis ya lo
estaba besando con una sonrisa engreída en los labios.
Anis no se fue a vivir con él. Él se fue a vivir con
Anis.
+--+
—¿Cómo supiste que te gustaba?
—Bueno… no sé —sonrió cuando Tom frunció el ceño ante la
respuesta tan vaga —. Uno simplemente sabe cuándo quiere a alguien, Tom. Lo
miras y te entran ganas de sonreír o de llorar, o de hacer algo absurdo que no
sabes por qué quieres hacer; o, en el peor de los casos, de besarlo. Eso sí,
cuando te entran ganas de abrazarlo y no soltarlo nunca, es cuando sabes que,
más que gustarte, estás jodido.
Tom ahogó un gemido y desvió la mirada, fingiendo que
pensaba aunque sabía perfectamente que Bill ya sabía lo que le pasaba.
—Y… ¿él era guapo?
—Define guapo. Él era guapo para mí, yo lo veía y me
gustaba quedarme mirándolo, cada parte de su cara para descubrir algo que no
hubiera visto antes. A él le gustaba
mirarme también, yo era muy guapo, ¿sabes?
—¿Sí? —dijo Tom, sólo para no decirle que ya lo sabía.
+--+
Podía mirarlo en realidad todo el día; sobre todo si era
el primero en despertar y estaba recostado a su lado, el cabello desordenado,
la boca entreabierta, los labios resecos, restos de maquillaje en sus ojos,
porque era ahí cuando se veía más tranquilo y masculino y, paradójicamente,
verlo siendo masculino le causaba una
sensación agradable en el estómago, era algo que no cualquiera podía ver y que
era difícil presenciar. Se veía simple, pequeño, como un niño que sueña y
murmura palabras inentendibles, se veía natural, fuera de cualquier papel que
pudiera adoptar, siendo simplemente él y dejándolo entrar en su caparazón, más
allá de toda la perfección que le mostraba al resto del mundo, y ese Bill era
un enigma para él.
Bill era un enigma para Anis. Lo era cuando le sonreía
tímidamente, lo era cuando actuaba como un profesional, lo era cuando se
molestaba y gritaba sin importarle que pudiera estar siendo irracional; lo era
cuando lo besaba pero, sobre todas las cosas, lo era cuando hacían el amor.
Probablemente sólo no quería entenderlo, le gustaba que
fuera un enigma para él, ir descubriendo trazo por trazo los misterios de su
piel, de su cuerpo, de su voz, sus expresiones, como cuando encontró el tatuaje
en su cadera y gruñó como un perro, enterrándose en él de golpe y acariciando
sobre la tinta con toda la palma de su mano.
Verlo llorar de satisfacción y aferrarse a su espalda,
las uñas marcadas sobre sus omóplatos como grabadas con fuego; sentirlo
acariciar el tatuaje de su cuello con el perfil de su rostro como si le
rindiera culto y no pudiera ser más feliz que con simplemente eso. Hacerse el misterioso sobre su vida y verlo
levantar las cejas, aunque sabía que había muchas cosas de su pasado que
prefería no decirle y por las que no le preguntaba.
Bill era un enigma para él. Haciendo que su corazón se
calentara cada vez que gemía su nombre entre siseos necesitados “Anis… Anis” siempre dejando a su
imaginación todo aquello que no salía de sus labios. Dejarse mecer entre sus
piernas, marcando un ritmo lento que los arrastraba tan despacio que deseaba
quedarse ahí por siempre.
También eran un misterio los desayunos que pretendía
preparar y siempre terminaban en fracaso.
Bill despertaba todas las mañanas con la mano de Anis
acariciando todo el largo de su costado, ronroneaba y sonreía antes de abrir
los ojos.
+--+
—…por eso el sexo matutino es fantástico, te mantiene
fresco y
—Eh, eh, eh, para ahí, hombre, no quiero saber.
Tom batía las manos frente a su rostro, cerrando los ojos
y con una expresión de negación total; Bill se echó a reír porque estaba seguro
de que la conversación en realidad le estaba interesando bastante.
—Y, ¿cómo está tu amigo?
—¿Cuál amigo?
Rodó los ojos porque Tom sabía perfectamente de quién le
hablaba, se lo confirmó con un gruñido y el sonrojo de su cara. —Tu amigo, el
que viene por ti todas las tardes.
—…Georg.
—Georg.
—Él está bien…
—Y… —le animó a seguir, sabía que había algo que no le
estaba diciendo.
—Y… sí, él está muy bien.
“Bastante bien”
Georg fue a recogerlo esa tarde también, en punto a la
hora en que Bill se iba a dormir.
Bill soñó esa noche; hacia tanto tiempo que no tenía un
sueño de verdad, alguno que pudiera recordar, que cuando despertó se quedó
inmóvil para no olvidarlo. La última vez que vio a Anis salir por la puerta de
su casa.
Su expresión era seria, como Bill pocas veces lo había
visto, mucho más que cuando se sentaba en a su escritorio a trabajar, haciendo
cuentas y cuentas interminables. Le dijo una y otra vez que lo amaba, viendo
cómo trataba de contener las lágrimas, porque Anis no le decía que lo amaba,
sólo se lo demostraba. Sabía que algo iba mal y Anis no quería decírselo, ni
siquiera después de que lo abofeteara por mentirle. Probablemente no le había
mentido, probablemente sólo… la situación no había sido favorable.
Probablemente Bill sabía desde el principio que algo no iba bien, no como él
quería que fuera, y todo el tiempo estuvo evitando el tema, fingiendo que era
feliz sin saber, tragando el nudo en su garganta cada vez que algo parecía ir
“poco favorablemente”. No quería preguntarle, porque sabía que si lo hacía y
Anis le respondía con la verdad, entonces tendría que dejarlo. Quizá sólo había
sido caprichoso.
Bill nunca supo de qué murió realmente, sólo supo que su
cuerpo se había consumido en cenizas en el incendio inexplicable de una fábrica
abandonada, y que lloró, lloró como si quedarse seco fuera a erradicar su
dolor.
Tenía sólo treinta y cuatro años cuando eso sucedió y su
propia academia de actuación. Y ahí, siendo un adulto, se quedó sin saber qué
hacer con su vida, sentado en el sillón de su casa, mirando fijamente la
puerta, esperando que él regresara, llorando cuando la noche caía y nadie
llegaba.
Con setenta años encima, Bill volvió a llorar como la
primera vez, y le pidió a un Dios con el que nunca hablaba, que lo dejara verlo
de nuevo.
Cuando Tom llegó por la mañana, Bill miraba por la
ventana, sonriendo tristemente; supo de inmediato que algo andaba mal.
—Me muero —dijo cuando lo miró. Supo que era cierto.
+--+
—¿Qué voy a hacer contigo cuando estés anciano y tengas
que usar pañales y comer papillas, Anis?
—Llévame a un asilo.
—¿Qué? ¡Claro que no, qué horror?
—¿Por qué? Ahí van a cambiar mis pañales y a darme mi
papilla y nadie va a quejarse de nada porque te dejaré mucho dinero para que
les cierres la puta boca si se atreven a quejarse siquiera un poco.
Bill sonrió, abrazando a Anis por el cuello y besando su nuca.
—Porque quiero tenerte en casa, idiota.
Esto ha sido lo más jodidamente bello que he leído en mi vida. *-* ¿Por qué no lo leí en el concurso?, me pregunto ahora. Es que, fue bello, hermoso, precioso y creo que me echaré a llorar con solo recordar cada escena. Magnífico. Tu forma de narrar, de expresar las ideas y de hacerme ver a Anis y Bill como solo lo haces tú, me encanta.
ResponderEliminar¡ERES ÚNICA, MUJER! qué bello, esto ha sido sin duda algo tan sentimental, tan sin palabras...tan fuera de lo normal, tan infinito...con un amor que empieza de una manera no sé cómo decirlo.
Sinceramente me quedo corta con mi comentario. Pero sabé que me encantó, sabé que me pareció lo más eterno y lindo y cuando todo acabó de esa manera, en serio fue llanto para mí.
Ohh, espero que ambos se hayan visto, justo cuando Bill quizá se da cuenta que ya es suficiente, quiere estar con su Anis de vuelta.
Siempre me animas y tus escritos son únicos. *Aplausos, felicidades, confeti y más felicidades*. Estoy traumada, soñaré con este lindo fic, Moon <3
un beso y un saludo, linda~ ^^