miércoles, 15 de mayo de 2013

En la primavera {Tokio Hotel}

Pairing: Bushido/Bill, Tom/Georg
Categoría: slash
Género: romance, humor
Rating: T
Advertencias: AU, muerte de personaje
Resumen: No eran sólo historias que le contaba un anciano, era un vida que había significado todo para alguien. 
Respuesta al reto 011.- Tom tiene diez años y su mamá trabaja como enfermera en un asilo de ancianos; hay veces que no tiene niñera, así que se lleva a su hijo con ella y, para matar el tiempo, Tomi habla con los adultos mayores, les cuenta cuentos y escucha sus historias de la juventud. Junto a la ventana, en un sillón elegante se sienta un señor de unos sesenta años que está siempre tomando el té; el señor tiene facciones muy finas y expresiones divertidas, así que Tom se acerca a él y comienzan a mantener conversaciones, primero irrelevantes y después más interesantes. Un fin de semana que Tom va a visitar al señor, se da cuenta de que está muy triste y cuando le pregunta por qué, se encuentra con una historia de amor bastante inusual. Tom sigue yendo a visitarlo conforme pasan los años y el señor le sigue contando su vida, dejándolo cada vez más fascinado y siempre queriendo saber más sobre el hombre del que el señor estaba enamorado. Sí, el anciano es Bill, y sí, el otro hombre era Bushido. Cómo se conocen en su juventud Bill y Bushido, cómo se enamoran y cómo y por qué Bushido muere después de un tiempo de que establecieran una relación amorosa, queda a su criterio; puede ser en mención de flashback o como lo quieran poner, pero tienen que contar la historia dentro de la historia. Inclusión de una escena de humor en la que Bill cuenta algunos detalles de su vida sexual homosexual a un Tom de 16 que apenas está descubriendo su propia vida sexual. Si hay ligera mención de Torg, me harían muy, muy feliz.
Notas: Para el Festival de prompts del grupo Billshido

Las luces de navidad alrededor de la ventana seguían puestas ahí a pesar de que era marzo, y Tom observaba los verdes, azules y rojos con descaro y como en burla porque sabía que era él quien debió haberlas quitado cuando su mamá se lo pidió, pero no lo hizo. Estaba ahí, echado en el sillón, mirándolas mientras su madre terminaba de ponerse el maquillaje para salir a trabajar.

Así como se preguntó por qué seguían ahí las luces antes de recordar que era su culpa, también se preguntó por qué su madre se estaba maquillando para ir a un asilo de ancianos a cambiar pañales. Era una enfermera, no necesitaba utilizar maquillaje.
En realidad Tom, a los diez años, no entendía en general por qué las mujeres querían llenarse la cara con maquillaje, si era evidente cuando lo traían y eso sólo las hacía ver raras y evidenciar que no querían verse como en realidad se veían, que era obvio que como se veían no era como realmente lucían.
Pero como se suponía que con maquillaje lucían mejor, Tom entendía que su mamá quisiera verse bien, porque había estado esperando por ese trabajo durante las últimas dos semanas; ella estaba muy emocionada de tenerlo al fin. Sin embargo, la niñera de Tom se había enfermado de último minuto y ahora él tenía que ir con su madre al trabajo, “te puedes hacer pasar por un visitante y ya verás que todo estará bien”; Tom insistía en que no necesitaba una niñera, podía quedarse en casa, comer cereal y mirar televisión hasta que ella regresara porque ya era grande y no iba a quemar la casa y no necesitaba una maldita niñera, con golpe en la nuca incluido por maldecir en presencia de su madre.

No necesitaba una niñera, pero tampoco le molestaba especialmente pasar su tarde con un montón de ancianos que seguramente estaban igual de aburridos que él, adentro de esa casa enorme, haciendo cualquier cosa mientras esperaban la muerte o algo así.

Cuando llegaron al asilo, Tom simplemente dejó caer su cuerpo sobre el sillón que estaba frente al televisor en un programa demasiado aburrido como para prestarle atención realmente, al lado de un anciano que miraba a la nada, recargado sobre su bastón de una forma que a Tom le parecía bastante incómoda pero que a él no parecía importarle. —Hey chico, ¿tienes caramelos de café?

—¿Cómo? —Tom realmente no estaba seguro de si le estaba hablando a él, aunque no hubiera ningún otro chico cerca, quizá el anciano deliraba.

—Que si tienes caramelos de café. Me gustan los caramelos de café pero aquí siempre nos dan sólo de limón.

—No, lo siento señor, mi mamá no me deja consumir productos de café.

—Normal, eres pequeño. ¿Cuántos años tienes?

—Diez. Casi once, los cumplo en septiembre.

—Oh, vaya; yo los cumplo en diciembre, cerca de navidad —Tom no sabía si el anciano realmente no había notado que faltaba bastante para septiembre o sólo no le importaba —, eso significa que eres más viejo que yo —el anciano se echó a reír cuando Tom frunció las cejas sin entender el chiste —. Estoy jugando, ¿cómo te llamas?

—Tom. Tom Trümper. Mi mamá es la enfermera.

—Bueno, Tom, yo soy Raul y no he tenido el placer de conocer a tu linda mamá.

—Acaba de empezar a trabajar aquí, a ella realmente le gusta ser enfermera porque le gusta ayudar a las personas a sentirse mejor, como cuando yo estoy enfermo del estómago y me prepara té para que me sienta mejor.

—Es bueno saberlo, a mí me gusta sentirme bien, así que espero conocerla.

—Allá está, con la señora de la silla de ruedas —Tom señaló, esperando a que el anciano se girara a mirarla para saludar con su mano y que su madre le devolviera el gesto —. Se llama Simone y estuvo mucho tiempo en la escuela para poder tener este trabajo —sonrió orgulloso de su madre.

—Oh vaya, es una mujer preparada. —Tom sonrió de nuevo, porque su mamá era genial, él no conocía a ninguna otra señora que hubiera ido a la escuela.

—Síp. Mi mamá sabe hacer muchas cosas.

—¿Y tu padre?

—No lo sé. —Se encogió de hombros, porque en realidad no sabía absolutamente nada de su padre; nunca lo había visto, su mamá no hablaba de él y Tom no tenía interés en preguntar, ¿por qué necesitaba saber algo sobre un hombre al que nunca en su vida había visto? No lo necesitaba en realidad, ni a él, ni saber nada respecto a su persona, así que cada vez que alguien le preguntaba él simplemente se encogía de hombros y decía que no tenía idea, justo como había hecho ahora.

—Oh… así que son sólo tú y ella. Espero que la estés cuidando bien, muchacho.

—La estoy cuidando bien, ella está muy sana. —El anciano rio y palmeó a Tom en la espalda. No sabía de qué se reía, su mamá estaba de verdad muy sana, Tom se aseguraba de darle masaje todas las noches y prepararle el desayuno en la mañana a ambos: cereal y fruta.

+--+

Tom volvió con su madre al día siguiente, y la semana siguiente, y la que venía después de esa y también la que le siguió.
Conoció a una señora llamada Lourdes, que había sido bailarina exótica cuando tenía veinte años (aunque Tom no sabía a lo que se refería, pensó que el hecho de que hubiera sido bailarina era muy interesante). Conoció también a un señor que era amigo de Raul, su nombre era Philip y se sentaban juntos a jugar ajedrez todas las tardes de los viernes.
La señora que se sentaba junto a la radio se llamaba Marianne y le gustaba cantar, se sabía todas las canciones que pasaban en la radio de las tres a las siete de la tarde; John era un hombre muy elegante, que siempre llevaba camisa de manga larga, chaleco y bastón, le gustaba mucho usar sombreros y le contaba sobre su esposa y sus hijas, aunque su esposa ya había muerto; Laura había sido chef, pero una enfermedad que tenía en los huesos ya no la dejaba cocinar como antes, por eso estaba ahí, dejando que alguien más cocinara por ella; a Robert le gustaba escribir poemas, y lo más increíble es que le pagaban por ello, así que Tom pensó que quizá él podría hacer algo como eso algún día, Robert sólo tenía que sentarse y esperar que las palabras llegaran a su cabeza. Lilian era la señora de la silla de ruedas, tenía noventa y tres años y Tom se emocionó mucho al saber que casi tenía cien años de edad, él nunca había conocido a alguien que tuviera casi cien años de edad. Guillermo se sentaba siempre a la mesa y podía pasar horas comiendo pudín de manzana; también había una señora no tan mayor que había sido enfermera cuando era joven, igual que su mamá pero en un hospital muy, muy grande en el centro de la cuidad, Tom nunca había estado en Berlín, así que le gustaba sentarse a su lado y que le hablara de las calles y los edificios, su nombre era Carlota. También había un hombre que había estado en la guerra, pero su mamá le había prohibido hablar mucho con él, porque se alteraba con facilidad y tenía que tomar medicamento para dormir, sino gritaba mucho por las noches y no dejaba dormir a nadie, se llamaba Martín y había sido coronel, tenía muchas medallas en su habitación y tres monedas grandes de oro que guardaba en una caja en el cajón de su tocador.

Había muchas otras personas, pero no todas querían hablar con Tom; a Tom le gustaba hablar con las personas, pero algunas personas prefieren no hablar con la gente de su edad, se dio cuenta; no entendía por qué, y tampoco le molestaba, él era un niño amable y no le había faltado al respeto a nadie, así que no entendía por qué, pero supuso que a algunas personas simplemente no les gustaba hablar, como a algunos de sus compañeros de la escuela que preferían mantenerse lejos de él y su amigo Andreas cuando jugaban con la pelota a la hora del receso.

Un día Tom se sentó con Guillermo y se quedó mirándolo un rato, cuando iba por el quinto pudín, Tom comenzó a sentirse enfermo. Aquella mañana no había desayunado más que fruta porque se había levantado con el estómago revuelto, y mirar al hombre no le había ayudado, entre que se encontraba hambriento y que el pudín le parecía un poco asqueroso. Se levantó de la silla tambaleándose y se acercó a la ventana a tomar aire, respirando profundo y exhalando con fuerza. —¿Qué pasa, chico? —Tom giró hacia donde venía la voz, no esperando que alguien le hablara o notara que estaba enfermo, porque no podía estar enfermo, su mamá estaba muy ocupada como para que él se enfermara.

—Nada, estoy bien.

El hombre que lo veía sonrió y meneó la cabeza con un gesto negativo. —Por supuesto que no, ven, siéntate aquí antes de que llenes las paredes de vómito. —Tom se sentó, aún demasiado mareado como para mirarlo a la cara, pero sabiendo que no había hablado con ese hombre antes —¿Cómo te llamas?

—Tom.

—Oh vaya, tú eres el hijo de la enfermera, ¿cierto?

—Cierto —respondió, intentando tragar su vómito. Él realmente prefería no hablar mucho cuando se encontraba sintiéndose enfermo.

—Bueno, Tom, ¿quieres un poco de té? —cuando se limitó a asentir el hombre puso frente a él una bonita taza con flores de color azul llena del líquido tibio. No estaba caliente ni frío, sino justo en el punto en que a Tom le gustaba tomarlo, así que lo bebió en tan sólo dos sorbos, quizá demasiado rápido como para sentirse mejor y sólo logró ahogarse un poco y comenzar a toser —Hey, con calma, niño. —El hombre le sirvió un poco más de té y esperó a que dejara de toser para acercarlo a que le diera un trago corto.

—Gracias.

—De nada, Tom. ¿Ya estás mejor?

—Un poco…

—¿Ya no quieres vomitar?

—Nop.

—Eso está bien.

—¿Quién es usted? —preguntó antes de darse cuenta de que la pregunta sonaba bastante descortés.

—Me llamo Bill. Tu mamá me prepara el té y me ayuda a ordenar la ropa que va en las partes bajas de mi ropero, ya no puedo agacharme como cuando era joven —el hombre rio, pero a Tom no le pareció especialmente gracioso.

—Lo siento.

—¿Lo sientes? ¿Por qué?

—Eh, pues… no sé.

El hombre se volvió a reír y Tom se dio cuenta que tenía un humor demasiado fácil, riendo por todo aunque no tuviera gracia, y el sonido de su risa era uno peculiar que Tom no había escuchado en todo el tiempo que tenía ahí. Era una risa suave, fluida; una risa que no se parecía a la de ninguno de los otros adultos mayores, probablemente se parecía mucho más a la de sus compañeros de escuela. Era una risa joven, ligera.

Cuando Tom levantó la cabeza para mirar el rostro del hombre por primera vez, mirarlo de verdad, se dio cuenta de que en realidad no lucía tan viejo como el resto de la gente ahí. Era un hombre alto, podía decirlo aunque se encontrara sentado, y muy delgado; tenía el cabello corto y se peinaba hacia atrás, pero de algún modo no parecía un corte convencional y Tom no estaba seguro si era porque no era un corte convencional, o si simplemente era porque era él quien lo llevaba. Su cabello era completamente gris, pero de algún modo eso no era lo que lo hacía ver viejo, sino las arrugas en su rostro, perfectamente distribuidas en su frente, mejillas, cuello y alrededor de su boca, ahí donde se formaba su sonrisa de dientes graciosos, un poco más salidos de lo normal, pero casi artificialmente ordenados y se encontró preguntándose si serían todavía sus dientes, porque podía recordar que los dientes de Laura no eran de verdad y tenía que quitárselos antes de dormir, pero no dijo nada.

—¿Es nuevo aquí, señor Bill?

—Bill, sólo dime Bill, no “señor”, es raro. Creo que nunca podré acostumbrarme a eso y menos si me lo dices tú. No soy nuevo, Tom, supongo que no me habías visto porque sólo salgo a tomar el té a las seis y regreso a mi dormitorio a las ocho y tú siempre tienes mejores cosas que hacer.

¿Mejores cosas que hacer? Tom realmente nunca hacía nada en especial salvo sentarse junto a los ancianos a escuchar historias.

—¿Por qué es raro que yo se lo diga?

—¿Qué?

—“Señor”, ¿por qué es más raro si se lo digo yo? Mi mamá dice que no debo faltarle al respeto a los mayores y que decirles por su nombre es una falta de respeto.

Bill frunció el ceño antes de responder: —¿No te llaman a ti por tu nombre?

—Sí…

—¿No eres ya un chico grande?

—Claro que sí, me preparo yo solo el desayuno.

—Bueno, ¿entonces también tengo que decirte señor?

—Yo no soy un señor —dijo con un puchero en los labios.

—No es una falta de respeto, Tom. De ningún modo podría ser una falta de respeto que llames a alguien por su nombre; después de todo, es el nombre que le pusieron.

—Bueno… supongo que sí…

—Entonces, yo me llamo Bill y tú te llamas Tom. Mucho gusto, Tom. —Bill extendió la mano hacia él y Tom la estrechó sonriendo, porque todo aquello tenía mucha lógica, aunque quizá no debería decírselo a su madre.

—Mucho gusto, Bill.

+--+

Tom pasó toda la noche cosiendo botones de colores en un trozo de manta a hurtadillas de su mamá. Cuatro enormes botones rojos y azules en el centro y algunos pocos más pequeños y de diferentes medidas alrededor de ellos; los cosió con mucho cuidado para que no se cayeran y lo guardó con cuidado en su mochila para no olvidarlo al llegar al asilo después de la escuela. Quería regalarle algo a Bill por haber sido bueno con él pero no tenía nada para darle y todo lo que sabía hacer era coser, había aprendido a hacerlo cuando tenía seis, así que tomó un trozo de tela del cajón de su mamá y un par de botones, aguja e hilo de la caja de galletas que no tenía galletas.

Cuando llegó al asilo pensó que quizá era muy temprano para encontrar a Bill fuera de su habitación, pero él estaba ahí, sentado mirando por la ventana; fue entonces que Tom pudo darse cuenta de lo peculiar que Bill lucía entre todo aquello, como si toda la vejez se mantuviera alejada de él y le cargara sólo el peso que la gravedad le cobraba a su piel. Se hallaba sentado en un sillón floreado de color azul que combinaba con su juego de té, lucía costoso y rústico y desentonaba con el resto del mobiliario, así que pensó que probablemente era de su propiedad. La pequeña mesa que tenía a frente lo obligaba a encorvarse un poco para poder alcanzar su taza y era de un café brillante.
Bill vestía de forma peculiar también; llevaba un traje oscuro, formal, las mangas de la camisa arremangadas sobre los codos y el chaleco con todos los botones cerrados. Bill se veía limpio todo el tiempo, pero vestía siempre de negro y se peinaba el cabello completamente hacia atrás; Tom pensó que era curioso que sus ojos se vieran oscuros, casi como si llevara de esa cosa que su mamá se ponía casi por adentro de los párpados, y sus labios brillantes y rosas a pesar de la ligera barba que le crecía alrededor, tan gris como su cabello.
Se acercó y lo saludó con la mano, sonriendo al ver que Bill le devolvía el gesto; se acordaba de él y eso le dio mucho gusto, porque había escuchado que algunos ancianos no son capaces de recordar muchas cosas y Tom no conocía a Bill, temía que pudiera haberse olvidado de él.

Las siguientes tres semanas Tom llegaba directamente con Bill, a ninguno de los otros ancianos parecía molestarle aquello así que no se preocupaba al respecto. Bill era interesante, principalmente porque no parecía un anciano, Tom se sentía como hablando con un chico de grado superior cuando estaba con él.
Bill le hablaba de cuando era niño, sobre su mamá, la escuela, los libros que leyó, la música que le gustaba, y que todavía escucharía si Marianne no se adueñara de la radio a diario; le contó que le gustaba actuar y soñaba con ser una estrella, por ello había comenzado a trabajar en un pequeño teatro en Berlín a donde asistían los universitarios a fumar y tomar café amargo y aplaudían con ligeros y ridículos chasquidos de dedos, Tom había visto eso sólo en las películas y le pareció gracioso, casi irreal que alguien le dijera que realmente sucedía.
Bill le dijo que el pequeño establecimiento en realidad servía para muchas cosas y que no era él el único que se presentaba, sino sólo uno de tantos.

El día de su cumpleaños, Bill le regaló un cuaderno de dibujo y una gran caja con plumones y crayones de todos los colores. Bill sabía lo mucho que a Tom le gustaba dibujar, así que Tom hizo un dibujo especialmente para él, con su nombre en grandes letras azules al final de la hoja en letra estilo grafiti. Bill sonrió  de forma extraña, pero le acarició el cabello largo y le dijo gracias antes de guardarlo en una carpeta y prometerle que lo iba a enmarcar; era una sirena tomando el sol sobre una roca, desnuda del torso y mirando al atardecer, con largo cabello pelirrojo cayendo sobre sus pechos. Tom no había entendido mucho de lo que le dijo cuándo se lo entregó, al parecer Bill creía que era un dibujo atrevido, un atrevimiento que Tom no se permitía mostrar de ninguna otra forma salvo dibujando, pero estaba bien, porque todos tenemos que ser atrevidos de algún modo.

Tom había aprendido a dibujar de ese modo apenas unos meses atrás, cuando conoció a Georg. Georg era dos años mayor que él y se había mudado al frente de su casa, tenía un amigo llamado Marshall que se divertía rayando con spray las paredes del cuarto de Georg; los colores eran alucinantes y las formas eran tan amplias, redondas y llamativas que Tom le había pedido que le enseñara a dibujar así. Marshall no sólo le enseñó a dibujar, también le enseñó música nueva y le explicó por qué usaba ropa tan ancha de forma tan convincente que Tom decidió que él quería usarla también.

Para cuando cumplió doce el cabello ya le llegaba a media espalda y aún no había decidido qué hacer con él. A su mamá le gustaba cómo lo tenía y por eso no lo había cortado, pero Tom estaba un poco cansado de peinarse.

—Deberías hacerte rastas, combinarían con el estilo que traes hoy día. —le dijo Bill una tarde que lo vio peleando con los mechones que no querían quedarse dentro de la liga. Tom le había hablado a Bill de Marshall y de todas las cosas que le había enseñado; Tom probablemente le hablaba de absolutamente todo a Bill.
¿Rastas? Cuando se lo mencionó a Georg le dijo que le parecía buena idea, que con su color de cabello probablemente se le verían muy bien, así que Tom decidió que serían rastas.

La tarde siguiente de habérselas hecho, Bill lo vio y se rio tan fuerte que despertó a Lilian de su sueño de media tarde y su mamá los regañó.
Aparentemente no lo había dicho en serio, pero le gustaba cómo le lucían.

+--+

Fue el mismo mes de su cumpleaños número trece, pocos días después de hecho, cuando Tom vio triste a Bill por primera vez. Sentado en su lugar habitual, con un pequeño pastel de moras frente a él y una sola vela de color azul.

Se veía cansado y decaído como para estar celebrando, así que Tom dudó un momento en acercarse, pero pensó en cuando él se sentía triste, en lo poco que le gustaba estar solo en esos momentos y lo mucho que hubiera dado porque alguien le preguntara cómo se sentía, aunque no supiera por qué se sentía de aquella manera; quizá a Bill le pasaba lo mismo.

—No sabía que era tu cumpleaños, Bill.

—No es mi cumpleaños —le dijo con un tono de voz apagado —. Es el cumpleaños de Anis.

—¿Anis? —Bill no le había hablado antes de ningún Anis, Tom estaba seguro, porque recordaba bastante bien todos los temas de los que habían hablado, pero él no hablaba de personas en específico normalmente.

—Sabes lo que es ser gay, ¿verdad, Tom?

—Sí sé… —Tom se sonrojó hasta la raíz del cabello. Había escuchado ese término en la escuela a la mitad de una conversación que no era suya. Charlie, uno de sus compañeros, al parecer era gay. Le gustaban los hombres como a los otros chicos les gustaban las mujeres. Le gustaban los hombres de forma ‘sexual’. Tom no había pensado mucho en el sentido sexual de su vida, porque no tenía mucho de haber entrado a la adolescencia y porque prefería pasar sus tardes en el asilo, hablando con Bill o dibujando mientras escuchaba música; así que cuando supo que a uno de sus compañeros le gustaban los hombres, Tom pensó en ello durante mucho tiempo y se dio cuenta de que a él no le gustaban especialmente las chicas, le parecían más bien molestas. No se lo había dicho a nadie porque, a juzgar por el tono de voz de sus compañeros, no parecía ser algo muy normal.

—Bueno… yo soy gay.

—¿Cómo?

—No te asustes, de acuerdo, no es como si por ser un anciano no hubiera tenido una juventud para vivir la vida loca —Bill se rio un poco y Tom imitó el gesto, porque no le importaba si Bill era un anciano y tampoco le importaba si había sido o era gay; él tenía trece años, no era algo que no pudiera entender —. Soy gay desde, supongo que siempre.

—¿Y lo estás celebrando o algo así?

Bill se echó a reír y él no supo si quizá no debió haber dicho eso, pero le gustaba cuando Bill reía.

—¡Claro que no! Estoy celebrando el cumpleaños de mi novio.

—¿Tienes un novio?

—Tenía un novio… Anis. Hoy debería ser su cumpleaños, si viviera, claro está.

—…No parece una celebración muy feliz.

—Supongo que no, pero me gusta celebrar su cumpleaños, porque es también el día que nos conocimos.

—¿Estuvieron juntos mucho tiempo?

—No el suficiente, Tom. Creo que nunca el suficiente.

+--+

Se suponía que debía salir de trabajar a las diez en punto, eso le daba diez minutos para tomar el autobús y alcanzar el tren pero la presentación de aquella noche había sido un desastre de proporciones monumentales, así que había tenido que quedarse a limpiar.
Un trío de idiotas con pintas de vándalos habían derramado la cerveza en una de las mesas cercanas al escenario y después de eso habían empezado alguna especie de guerra de comida con los postres que ahí se servían, gritando que de cualquier forma eran basura igual que el espectáculo. Su espectáculo no era basura, le había tomado dos semanas terminar de escribir el guion para aquella obra y otras tres semanas de ensayo para tenerla lista; habían trabajado tan duro en aquello que cuando escuchó a ese imbécil decir eso, no pudo sino abalanzarse sobre él, saltando del escenario y golpeándolo justo en la mejilla; su bota literalmente en el trasero de ese sujeto, los otros dos tipos intentando sacárselo de encima pero Bill no lo soltó hasta que su jefe llamó a seguridad para separarlos. Pudo romperle una costilla, joder, pudo ir a prisión, o sólo era su vena dramática hablando por él, porque, aunque se le había pasado la mano, tampoco lo había hecho de forma inconsciente ni lo suficientemente fuerte como para matarlo.
Su jefe lo había amenazado con echarlo y ahora, siendo las diez con quince, apenas se encontraba sacando la estúpida basura; tendría que tomar un maldito taxi y se quedaría sin cena lo que restaba de la semana.

—Oye amigo —Bill no levantó la vista, porque él no tenía amigos, estaba demasiado ocupado dirigiendo un grupo teatral y tratando de ganarse la vida como para tener amigos —, tú el del cabello negro que remueve la basura.

—¿Qué carajo? ¡Yo no estoy removiendo la basura, imbécil, estoy tratando de dejarla de forma decente!

—Cálmate, chico, estoy bromeando. —la figura de un hombre que no alcanzaba a distinguir apropiadamente se acercó a él en el callejón haciendo que se tensara por un minuto, acercando la mano a su bolsillo para sacar el gas pimienta.

—No estoy para bromas, amigo, acabo de perder mi autobús.

—¿Hacia dónde vas?
—Mi mamá me dijo que no hablara con extraños.

El hombre se echó a reír ante la frase y el gesto del muchacho, con las manos bien puestas en la cadera y el ceño fruncido, el cabello agarrado en una coleta alta, camuflado entre la oscuridad con sus ropas negras. —Escucha chico, no quiero problemas, sólo quiero ayudar; después de todo, creo que fue culpa de mis amigos que sigas aquí a esta hora y hayas perdido el autobús.

Bill abrió los ojos cuan grandes los tenía. —¿Tú eres uno de esos tres idiotas? Lárgate de mi vista antes de que llame a la policía.

—Hey, calma, te estoy diciendo que no quiero problemas. Ellos se fueron a casa ya, yo sólo… bueno, quería conocer al director de la obra.

—¿Cómo?

—Le pregunté al dueño que quién era el director de la obra y me dijo que podía encontrarte aquí, sacando la basura. Creí que estaba jugando conmigo, ya ves… pero parece que no.

—No, yo soy el director de la obra. Escritor, director y actor en la obra también.

—Lo sé, te vi ahí. Estuviste genial, fue realmente bueno —el hombre seguía medio oculto en la oscuridad, pero Bill pudo ver su gesto al rascarse la nuca, intentando restarle importancia al asunto mientras lo halagaba.

—¿Me estás adulando?

—Tu trabajo es bueno, chico, eso es todo.

—Claro —sonrió —. Bueno, y qué es lo que quieres.

—En realidad sólo quería felicitarte, pero ahora que veo que te quedaste sin transporte, la oferta del aventón sigue en pie.

Caminó fuera del callejón, teniendo que pasar inevitablemente al lado del hombre, con las cejas bien levantadas y una expresión de desconfianza, como esperando que en cualquier momento alguien se abalanzara sobre él, sin quitar la vista del hombre ni un solo momento hasta que estuvo en la luz y pudo, por fin, ver su cara.

—¿Estás diciendo que piensas llevarme hasta mi casa sin pedir nada a cambio?

—No tengo problema con ello. ¿Hacia dónde vas?

—Al otro lado de la ciudad —lo retó, pero el hombre sólo silbó y caminó al frente.

—Entonces deberíamos darnos prisa si queremos llegar antes de que se haga de día otra vez. Por cierto, ¿cuál es tu nombre, chico?

—Bill. Bill Kaulitz.

—Anis, aunque mis amigos me llaman Bushido.

—¿Estás en una pandilla o algo así?

—…No, ya no.

—Oh… bueno, Anis, espero no estar desviando tu camino.

—Eso es lo de menos, no tengo mucho que hacer a estas horas.

Bill en realidad vivía a las afueras de la ciudad, no tan lejos como lo había querido hacer ver, pero tampoco especialmente cerca; en transporte hacía una hora y media o dos, dependiendo del conductor y la cantidad de gente en la calle.
Anis lo llevó hasta la puerta de su casa ese día, y el siguiente, y el siguiente a ese. Fue a verlo actuar cada semana, se sentaba siempre en una mesa cercana al escenario y le sonreía cada vez que lo miraba; eventualmente, Bill no fue capaz de no regresarle la sonrisa.

+--+

—Tenía el cabello café y los ojos… sus ojos eran tan grandes y bonitos.

—Ugh, te estás poniendo gay de nuevo.

—No me faltes al respeto, mocoso, que tú me preguntaste.

Tom rio porque sabía que Bill no estaba molesto. Tom había cumplido quince años la semana pasada y había adoptado la costumbre de, todos los años, en el mes de septiembre, pedirle a Bill que le hablara específicamente de Anis.
En realidad hablaban de él todo el tiempo, pero sabía que a Bill le gustaba que le preguntara específicamente sobre él.

—Tenía los ojos grandes y bonitos, ¿y?

—No puedes burlarte, no lo harías si lo hubieras conocido, niño. Sus ojos quizá fue lo que hizo que me enamorara realmente. Eran muy expresivos y, ya sabes, él no era especialmente diferente o algo así, sólo era un hombre, pero uno que sabía lucir atractivo cuando quería hacerlo. Llevaba barba, yo jamás pensé que a mí podría gustarme un hombre con barba hasta que lo conocí; no me lo imagino sin barba.

Tom le preguntaba especialmente a Bill sobre el tema en ese mes porque sabía que eso lo hacía feliz. Bill pasaba ese mes especialmente triste y a Tom no le gustaba verlo así.

—Cuando él sonreía tenía que sonreír yo también, era como un acto reflejo. —Bill sonreía siempre que estaba hablando de él, y Tom se preguntaba constantemente, ¿cómo habría sido la sonrisa de Bill cuando era joven? Enmarcada en cabello negro y con su pálida y bonita piel que ahora caía arrugada hacia abajo pero sin quitarle gracia. —Pero yo no sabía si él era gay o simplemente venía a verme porque de verdad le gustaba cómo actuaba… eso me ponía nervioso. Muy nervioso.

Sonrió y el menor no pudo evitar tener la rara sensación de que parecían un par de adolescentes hablando del chico guapo en turno. Se sonrojó una vez más, como cada vez que hablaban de hombres.

+--+

Se quedó en el asiento, petrificado mirando hacia la carretera; él no se movía pero su cerebro no paraba de girar. ¿Qué rayos le estaba pasando? Anis sólo lo llevaba a su casa todos los días, no era como si estuviera interesado en su persona, ¿no? Entonces él no tendría por qué estar temblando y tratando de no mirarle mientras se concentraba en conducir apropiadamente en la oscuridad. Estaba pensando cosas estúpidas porque había tenido un lindo sueño; un sueño donde podía tener una vida feliz y casera con la persona a la que quería, saliendo de paseo los fines de semana, trabajando en el teatro, envejeciendo rodeado de mascotas, durmiendo acompañado en una gran cama y, cuando el rostro de Anis apareció frente a él, en la penumbra de sus fantasías, su cuerpo se desconectó con brutal rapidez, negándose al hecho y levantándose sobresaltado, como si hubiera tenido una pesadilla. No podía.

No podía estar enamorado de Anis.

Y ahora, mientras lo miraba, sonriendo ligeramente mientras conducía y la radio dejaba escuchar un rap rápido y ligero, Bill quiso echarse a llorar y ni siquiera estaba seguro por qué. Maldijo entre dientes, atrayendo la atención del mayor. —¿Qué pasa, chico? ¿Algo anda mal?

“Todo va mal”, hubiera querido decirle. —No. —Todo iba mal, porque él era un muchacho de veinte años y de pronto se encontraba pensando en una vida casera que no sabía que quería hasta entonces; un chico de veinte años que se hallaba pensando en un hombre de, ¿qué edad tenía ese hombre de cualquier forma? ¡Ni siquiera lo sabía! ¿Treinta? ¿Treinta y cinco? Dudaba que tuviera más que eso pero, ¿y si sí?

—¿No? ¿Qué clase de respuesta es esa? Si no querías que te trajera hoy pudiste decirme y listo, chico, te dejo donde quieras o me voy y punto —Bill frunció las cejas, desconcertado por la respuesta de Anis, consciente de que quizá el “no” había salido demasiado hostil, pero no esperando que el mayor reaccionara con tanto ímpetu. Lo miró por millonésima vez y algo hizo click en él lo suficientemente fuerte como para relajar los músculos de la cara ante la expresión enfadada del otro y se echara a reír —. ¿Qué?

—Estás molesto —le dijo sin dejar de reírse —. No te había visto enojado antes y tu cara se arruga de una forma tan graciosa.

—¿Qué? ¿Qué carajo? ¿Te estás burlando de mí, enclenque?

—¡Sí! —Bill no podía parar de reír, probablemente debería porque sólo lo estaba haciendo enojar más, pero no podía hacerlo. Anis le gustaba tanto.

—¿Sí? ¿Qué clase de jodida respuesta es esa?

—¡Deberías mirarte en este momento! Tu cara es como… —hizo un gesto, arrugando la frente por completo y frunciendo los labios antes de echarse a reír de nuevo. El mayor puso cara de incredulidad, elevando ambas cejas, retando al muchacho a que siguiera burlándose de él y se atuviera a las consecuencias.

—Sabes que no debes hacer enojar al conductor, ¿no? ¿¡Ah!? —sonó tan molesto que Bill se congeló en su sitio y se giró lentamente a mirarlo. Anis extendió su mano hacia él y lo vio encogerse en un gesto de defensa de todo su cuerpo ante un ataque inminente; sonrió y clavó su mano entre sus costillas. Bill dejó escapar un gemido de sorpresa ante el contacto que no esperaba, sobresaltándose, las cosquillas mezcladas con escalofríos corriendo por toda su espalda y vientre bajo.

—¿¡Qué estás haciendo!? ¡Para!

—¿Qué pasa, eh? Hace tres segundos te estabas burlando de mí.

—¡Anis! ¡Para, vamos a chocar!

—Claro que no —le dijo, pero se alejó lentamente de cualquier modo —, soy un buen conductor, no importa cuánto pretendas distraerme con tu bonita cara. Además, ya hemos llegado.

Cuando el auto se detuvo, las orejas de Bill estaban completamente rojas; maldijo por lo bajo y se inclinó para desabrochar su cinturón. —Se atoró.

En realidad sus manos estaban temblando, ridículamente nervioso ante el cumplido aunque ya lo hubiera escuchado muchas otras veces. Todavía estaba inclinado sobre el cinturón cuando Anis se acercó para ayudarle, haciendo que levantara la vista por impulso, mirando el rostro concentrado del mayor mientras intentaba desabrochar el cinturón que él había apretado más por estar jalando insistentemente sin pretender desabrocharlo en realidad. Sus caras estaban tan cerca, que cuando Anis levantó la cabeza para decirle que ya estaba listo, antes de poder darse cuenta ya había juntado sus labios.

Todo su cuerpo se estremeció, un cosquilleo eléctrico se extendió por toda su garganta y luego a su cerebro, gimiendo de gusto ante el severo contacto de sus labios y frunciendo un poco las cejas en curiosa aprobación frente a la raposa sensación de la barba contra su mentón. Fue hasta que la mano de Anis acarició el tatuaje en su nuca, casi posesivamente, pero tan suave que cada dedo de amoldó a la piel como si quisiera fundirse, que Bill se dio cuenta de lo que estaba haciendo, pequeñas punzadas alrededor de su ingle que le pedían que se acercara más; a punto de escucharlas, se separó de golpe y salió del automóvil corriendo, casi tropezando al bajar, maldiciendo una y otra vez.

Esa noche golpeó su cabeza contra la almohada lo más fuerte que pudo, consciente de que no debía hacerse un chichón porque tenía una presentación la noche siguiente y si se golpeaba contra la pared el maquillaje no podría cubrirlo por completo. Se sentía tan estúpido, pensando en que el beso había sido correspondido, preguntándose por qué demonios había escapado de esa forma, ¿de dónde rayos había salido todo ese pánico irracional? ¿Y si Anis se había enojado por su huida monumental? ¡Ya no tenía catorce años, por dios!

La tarde siguiente se arrastró al trabajo con una nube oscura sobre su cabeza; estaba nublado, así que llevó un paraguas, preparado para regresar en autobús, el ánimo por los suelos, todavía queriendo golpear su cabeza contra un muro por ser tan idiota.
Pero cuando subió al escenario, Anis estaba ahí, sentado en primera fila y esperando tranquilamente a que empezara la función.
Bill sonrió. Era tan idiota que ahora quería ponerse a llorar.

+--+

—¿Tienes un tatuaje?

—En realidad, tengo varios.

—Woah, espera, espera, ¿incluso así de… —Tom se cortó antes de decir “viejo”. Ellos nunca hablaban directamente de la vejez de Bill, porque a estas alturas Tom ya ni siquiera podía sentir que el hombre realmente estuviera viejo pese a que habían celebrado su cumpleaños número sesenta y tres un par de días atrás.

—Son permanentes, Tom. No sé si sabes lo que eso significa, ¿permanente? ¿Para toda la vida? ¿Incluso aunque tengas setenta? ¿Más claro ahora?

—Tú no tienes setenta… —frunció el ceño y Bill rio.

—Tengo… cuatro, si las cuentas no me fallan.

—¿Puedo verlos?

—Eh… creo que no sería apropiado que te los mostrara todos —rio de nuevo, con una sonrisa cómplice.

—Oh…

—El de la nuca —se giró para que Tom pudiera verlo, el símbolo del infinito —, me lo hice cuando tenía quince, con el permiso de mi madre. El del brazo —se levantó la camisa todo lo que pudo hasta que quedó expuesta la piel —, cuando cumplí la mayoría de edad. Tengo uno en el costado, en todo el costado, desde la axila hasta la cintura, y una estrella en la cadera; esos son los que no puedes ver.

Tom pensó que era curioso, mirando ahora el brazo de Bill, su piel arrugada en pequeños pliegues que causaban sombras sobre lo pálido que era.
A Tom no le gustaba pensar en ello porque sentía que debía ser perturbador el hecho de que lo pensara pero, ¿Bill tendría sexo aún a esa edad? La mayoría de los ancianos no lo hacían, pero Tom sentía a Bill tan joven a pesar de ver que no era así.

+--+

—Tú me gustas chico, no estoy jugando.

Bill le gustaba en realidad. Le gustó desde que lo vio sobre el escenario por primera vez y se había prometido que haría algo al respecto. No pensó que Bill sería el primero en moverse.
Anis tenía más interés en las mujeres, o lo había tenido hasta ahora; hasta ahora probablemente no se había planteado mantener una relación con un hombre, aunque se había acostado con algunos. No lo había pensado, pero cuando conoció a Bill se dio cuenta que no tenía tampoco por qué descartarlo.

—Tú me gustas también Anis, ya lo sabes… evidentemente, pero… —tenía “miedo”. Bill no estaba buscando una relación casual, había dejado ese tipo de cosas cuando cumplió dieciocho y consiguió trabajo. Bill quería algo en serio, y no estaba seguro de que Anis fuera el tipo de hombre que se toma ese tipo de cosas en serio.

—Bill, te dije que no estoy jugando. —Pocas veces había dicho su nombre y Bill supo que estaba hablando en serio. Malditamente en serio.

No sabía si reír o ¿llorar? O, ¿qué se suponía que tenía que hacer en un momento como ese? ¿Correr a sus brazos y pedirle que se fuera a vivir con él? Asintió y abrió la boca para hablar, aunque no sabía qué iba a decir, pero antes de que pudiera articular alguna incoherencia, Anis ya lo estaba besando con una sonrisa engreída en los labios.

Anis no se fue a vivir con él. Él se fue a vivir con Anis.

+--+

—¿Cómo supiste que te gustaba?

—Bueno… no sé —sonrió cuando Tom frunció el ceño ante la respuesta tan vaga —. Uno simplemente sabe cuándo quiere a alguien, Tom. Lo miras y te entran ganas de sonreír o de llorar, o de hacer algo absurdo que no sabes por qué quieres hacer; o, en el peor de los casos, de besarlo. Eso sí, cuando te entran ganas de abrazarlo y no soltarlo nunca, es cuando sabes que, más que gustarte, estás jodido.

Tom ahogó un gemido y desvió la mirada, fingiendo que pensaba aunque sabía perfectamente que Bill ya sabía lo que le pasaba.

—Y… ¿él era guapo?

—Define guapo. Él era guapo para mí, yo lo veía y me gustaba quedarme mirándolo, cada parte de su cara para descubrir algo que no hubiera visto antes.  A él le gustaba mirarme también, yo era muy guapo, ¿sabes?

—¿Sí? —dijo Tom, sólo para no decirle que ya lo sabía.

+--+

Podía mirarlo en realidad todo el día; sobre todo si era el primero en despertar y estaba recostado a su lado, el cabello desordenado, la boca entreabierta, los labios resecos, restos de maquillaje en sus ojos, porque era ahí cuando se veía más tranquilo y masculino y, paradójicamente, verlo siendo masculino le causaba una sensación agradable en el estómago, era algo que no cualquiera podía ver y que era difícil presenciar. Se veía simple, pequeño, como un niño que sueña y murmura palabras inentendibles, se veía natural, fuera de cualquier papel que pudiera adoptar, siendo simplemente él y dejándolo entrar en su caparazón, más allá de toda la perfección que le mostraba al resto del mundo, y ese Bill era un enigma para él.

Bill era un enigma para Anis. Lo era cuando le sonreía tímidamente, lo era cuando actuaba como un profesional, lo era cuando se molestaba y gritaba sin importarle que pudiera estar siendo irracional; lo era cuando lo besaba pero, sobre todas las cosas, lo era cuando hacían el amor.
Probablemente sólo no quería entenderlo, le gustaba que fuera un enigma para él, ir descubriendo trazo por trazo los misterios de su piel, de su cuerpo, de su voz, sus expresiones, como cuando encontró el tatuaje en su cadera y gruñó como un perro, enterrándose en él de golpe y acariciando sobre la tinta con toda la palma de su mano.
Verlo llorar de satisfacción y aferrarse a su espalda, las uñas marcadas sobre sus omóplatos como grabadas con fuego; sentirlo acariciar el tatuaje de su cuello con el perfil de su rostro como si le rindiera culto y no pudiera ser más feliz que con simplemente eso.  Hacerse el misterioso sobre su vida y verlo levantar las cejas, aunque sabía que había muchas cosas de su pasado que prefería no decirle y por las que no le preguntaba.

Bill era un enigma para él. Haciendo que su corazón se calentara cada vez que gemía su nombre entre siseos necesitados “Anis… Anis” siempre dejando a su imaginación todo aquello que no salía de sus labios. Dejarse mecer entre sus piernas, marcando un ritmo lento que los arrastraba tan despacio que deseaba quedarse ahí por siempre.

También eran un misterio los desayunos que pretendía preparar y siempre terminaban en fracaso.

Bill despertaba todas las mañanas con la mano de Anis acariciando todo el largo de su costado, ronroneaba y sonreía antes de abrir los ojos.

+--+

—…por eso el sexo matutino es fantástico, te mantiene fresco y

—Eh, eh, eh, para ahí, hombre, no quiero saber.

Tom batía las manos frente a su rostro, cerrando los ojos y con una expresión de negación total; Bill se echó a reír porque estaba seguro de que la conversación en realidad le estaba interesando bastante.

—Y, ¿cómo está tu amigo?

—¿Cuál amigo?

Rodó los ojos porque Tom sabía perfectamente de quién le hablaba, se lo confirmó con un gruñido y el sonrojo de su cara. —Tu amigo, el que viene por ti todas las tardes.

—…Georg.

—Georg.

—Él está bien…

—Y… —le animó a seguir, sabía que había algo que no le estaba diciendo.

—Y… sí, él está muy bien.

“Bastante bien

Georg fue a recogerlo esa tarde también, en punto a la hora en que Bill se iba a dormir.

Bill soñó esa noche; hacia tanto tiempo que no tenía un sueño de verdad, alguno que pudiera recordar, que cuando despertó se quedó inmóvil para no olvidarlo. La última vez que vio a Anis salir por la puerta de su casa.

Su expresión era seria, como Bill pocas veces lo había visto, mucho más que cuando se sentaba en a su escritorio a trabajar, haciendo cuentas y cuentas interminables. Le dijo una y otra vez que lo amaba, viendo cómo trataba de contener las lágrimas, porque Anis no le decía que lo amaba, sólo se lo demostraba. Sabía que algo iba mal y Anis no quería decírselo, ni siquiera después de que lo abofeteara por mentirle. Probablemente no le había mentido, probablemente sólo… la situación no había sido favorable. Probablemente Bill sabía desde el principio que algo no iba bien, no como él quería que fuera, y todo el tiempo estuvo evitando el tema, fingiendo que era feliz sin saber, tragando el nudo en su garganta cada vez que algo parecía ir “poco favorablemente”. No quería preguntarle, porque sabía que si lo hacía y Anis le respondía con la verdad, entonces tendría que dejarlo. Quizá sólo había sido caprichoso.

Bill nunca supo de qué murió realmente, sólo supo que su cuerpo se había consumido en cenizas en el incendio inexplicable de una fábrica abandonada, y que lloró, lloró como si quedarse seco fuera a erradicar su dolor.
Tenía sólo treinta y cuatro años cuando eso sucedió y su propia academia de actuación. Y ahí, siendo un adulto, se quedó sin saber qué hacer con su vida, sentado en el sillón de su casa, mirando fijamente la puerta, esperando que él regresara, llorando cuando la noche caía y nadie llegaba.
Con setenta años encima, Bill volvió a llorar como la primera vez, y le pidió a un Dios con el que nunca hablaba, que lo dejara verlo de nuevo.

Cuando Tom llegó por la mañana, Bill miraba por la ventana, sonriendo tristemente; supo de inmediato que algo andaba mal.

—Me muero —dijo cuando lo miró. Supo que era cierto.

+--+

—¿Qué voy a hacer contigo cuando estés anciano y tengas que usar pañales y comer papillas, Anis?

—Llévame a un asilo.

—¿Qué? ¡Claro que no, qué horror?

—¿Por qué? Ahí van a cambiar mis pañales y a darme mi papilla y nadie va a quejarse de nada porque te dejaré mucho dinero para que les cierres la puta boca si se atreven a quejarse siquiera un poco.

Bill sonrió, abrazando a Anis por el cuello y besando su nuca. —Porque quiero tenerte en casa, idiota. 

1 comentario:

  1. Esto ha sido lo más jodidamente bello que he leído en mi vida. *-* ¿Por qué no lo leí en el concurso?, me pregunto ahora. Es que, fue bello, hermoso, precioso y creo que me echaré a llorar con solo recordar cada escena. Magnífico. Tu forma de narrar, de expresar las ideas y de hacerme ver a Anis y Bill como solo lo haces tú, me encanta.
    ¡ERES ÚNICA, MUJER! qué bello, esto ha sido sin duda algo tan sentimental, tan sin palabras...tan fuera de lo normal, tan infinito...con un amor que empieza de una manera no sé cómo decirlo.
    Sinceramente me quedo corta con mi comentario. Pero sabé que me encantó, sabé que me pareció lo más eterno y lindo y cuando todo acabó de esa manera, en serio fue llanto para mí.
    Ohh, espero que ambos se hayan visto, justo cuando Bill quizá se da cuenta que ya es suficiente, quiere estar con su Anis de vuelta.
    Siempre me animas y tus escritos son únicos. *Aplausos, felicidades, confeti y más felicidades*. Estoy traumada, soñaré con este lindo fic, Moon <3
    un beso y un saludo, linda~ ^^

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