miércoles, 15 de mayo de 2013

Llegando a casa {Tokio Hotel}

Pairing: Bushido/Bill
Categoría: slash
Género: angst
Rating: MA+18
Advertencias: Violación, non-con, AU
Resumen: Sacó sus llaves hasta que se encontró frente a la puerta de su departamento, encogiéndose con la mayor rapidez posible en sus manos temblorosas, deseando que con simplemente patear la puerta ya pudiera estar dentro, sano y salvo.
Pero evidentemente era imposible.
Notas: Para el Festival de prompts del grupo Billshido
Respuesta al reto 001.- Repito una que ya había planteado y que no se desarrolló: Esa sensación de que alguien está detrás de ti y te va a atacar para meterse a tu casa cuando llegas y estás por abrir la puerta. Pues eso. Violación.


—Me debo estar volviendo loco, doctor. Paranoico o alguna mierda de esas.



El médico rio y Bill profundizó su ceño fruncido ante tan gesto ¿Se estaba burlando de él? Joder que estaba hablando en serio. Iba a cumplir una semana y media de que estaba seguro que alguien lo seguía a casa, pero justo cuando abría la puerta y miraba hacia atrás para asegurarse de que nadie estuviera ahí, nadie estaba ahí; por eso había decidido ir con el loquero aunque la idea de necesitar uno no le parecía muy tranquilizadora.

—Son tan sólo los nervios, señor Kaulitz. Ha estado usted bajo mucha presión últimamente, ¿no es así? —Bill se encogió de hombros y se hundió un poco en el cómodo sillón sin responder; él siempre estaba bajo presión, tenía que entregar una revista bien editada cada fin de mes, que vendiera tanto o más que el mes anterior, la presión era algo normal para él, no estar bajo presión lo ponía ansioso porque le daba la impresión de que había olvidado algo —Eso pensé. Sólo necesita relajarse. Tómese un descanso, beba té, mire algún programa cualquiera y coma helado; no se está volviendo paranoico.

Suspiró. El médico era el médico pero él no estaba seguro de que relajarse fuera a ayudarlo en eso de ahuyentar a quien quiera que fuera que lo estaba espiando. O a la impresión de que lo estaban espiando. —Bien, muchas gracias doctor.

—Pague en recepción.

Salió del edificio refunfuñando acerca de sujetos frívolos que pretendían ayudar sin un gramo de empatía en sus cuerpos. Ya estaba anocheciendo a pesar de que acababan de dar las siente; se ajustó la bufanda, se pudo los guantes y empezó su camino. Estaba pensando en un artículo inconcluso que debía estar listo el lunes cuando dio vuelta en la calle que accedía al complejo de departamentos en el que él vivía; era un buen lugar, amplio, luminoso, con vecinos amables que tenían mascotas y salían a correr por las mañanas y a las plazas los fines de semana. Pero era también el lugar en el que el sentimiento de ser espiado fríamente le recorría entero arrastrándose como sudor frío por su columna vertebral.
Se detuvo un segundo, esperando escuchar pasos acercándose pero nada sucedió. Se acomodó el corto cabello negro hacia atrás, se ajustó más la bufanda, respiró y siguió caminando, sus botas de tacón haciendo eco sobre el asfalto.
El silencio era absoluto, no había pasos a su espalda, pero era eso probablemente lo que lo volvía más perturbador.

Sacó sus llaves hasta que se encontró frente a la puerta de su departamento, encogiéndose con la mayor rapidez posible en sus manos temblorosas, deseando que con simplemente patear la puerta ya pudiera estar dentro, sano y salvo.

Pero evidentemente era imposible. Apenas había escuchado el “click” del cerrojo cediendo, el alivio llenando sus pulmones y desvaneciéndose tan rápido como llegaba cuando unas enormes manos lo sujetaron con fuerza, cubriendo su boca e imposibilitando el movimiento de sus manos; el ruido metálico de sus llaves al caer fue todo lo que pudo escuchar antes de que sus oídos comenzaran a zumbar con fuerza. El cuerpo detrás de él era el de un hombre, por lo menos una cabeza más bajo pero con el doble de fuerza. No lo había sedado o drogado, lo supo cuando la conciencia de que no era una ilusión o fantasía regresó a su cuerpo, logrando sacudirse con fuerza e intentando gritar, morder la mano que lo sofocaba o patearle las piernas, hacer que se tropezara, cualquier cosa para que lo soltara, pero estaba completamente atrapado; sacó la lengua y lamió la palma en un intento desesperado por provocar alguna reacción negativa, asco quizá, pero sólo consiguió que el hombre siseara de satisfacción en su oreja y apretara contra su cuerpo con más fuerza, levantándolo por las caderas, dejando que la evidente dureza en sus pantalones se restregara contra él.

Gimió de desesperación y apretó los ojos con fuerza, conteniendo lágrimas de frustración al escuchar la puerta cerrarse con una patada del desconocido. Una mano se coló bajo su camisa, apenas rozando por el poco alcance que le dejaba el agarre pero provocando escalofríos y una oleada de nauseas que le hizo saltar las lágrimas y removerse con más furia, maldiciendo y apretando los dientes y congelándose en el acto cuando el frío metal en lugar de tibios dedos rozó su piel; la situación volviéndose más y más real en tanto su cuerpo expulsaba la adrenalina por sus venas que de nada le estaba sirviendo.

—Quédate quieto y no te lastimaré, chico. Voy a soltar tu boca, pero si gritas te rebanaré la garganta sin dudar y todo habrá terminado, ¿entendiste? —asintió. Quería que terminara, pero definitivamente no con su garganta rebanada, así que tragó el grito que tenía atorado y en su lugar dejó salir un ligero y ahogado sollozo.

—¿Q-qué es lo que quieres de mí?

—Creo que es evidente, chico —volvió a levantar sus caderas, colisionando con el trasero de Bill —. Me has estado provocando con tu contoneó, tu ropa ajustada y tus tacones cada noche por la calle desde que te mudaste aquí. Sólo quiero un polvo, chico, sólo eso. No quiero hacerte daño, así que coopera y estaremos en paz. —le dijo mientras juntaba más sus cuerpos, sus manos vagando por todo el blanco y blando vientre, olisqueando en su cuello haciendo que las náuseas regresaran.

—Debes estar bromeando… ¡No jodas conmigo, grandísimo hijo de puta!

—Eh, calmado —el cuchillo se hundió un poco más en donde estaba, listo para rebanarle un riñón o lo que fuera que tuviera en el costado.

—Estás… estás a punto de violarme, a-amenazándome con un cuchillo, invadiendo mi hogar y… y tú, ¿de verdad pretendes que vea esto como sexo casual, maldito demente?

—Oye —la voz del hombre era grave, profunda, casi tranquilizadora pero amenazante —, no te estoy preguntando por tu cooperación, te estoy avisando lo que sería mejor para ti. No me importa cómo quieras verlo. Ahora dime dónde está la habitación —guardó silencio —¡Dime dónde demonios está la habitación!

—…Ya deberías saberlo, me has estado espiando toda la podrida semana.

—Te lo advierto, chico. No juegues con mi paciencia… —el hombre sujetó su rostro con fuerza, apretando la mandíbula y Bill pudo ver un enorme tatuaje en el dorso de su mano; la luz que se filtraba por la ventana de la cocina le rebelaba la piel morena. Traía una sudadera grande, el gorro sobre su cabeza le cubría medio rostro y entre las sombras toda su ropa se veía completamente oscura.

—Al fondo del pasillo. Mano izquierda.

Empezaron a caminar por el pasillo y Bill no pudo evitar pensar en la última vez que había tenido sexo, dos meses atrás con su último novio, ,justo antes de decirle que su relación no estaba funcionando y sacarlo de su casa entre gritos y reclamos. Si hubiera sabido que la próxima vez que tuviera contacto sexual con otra persona sería de esta manera, probablemente hubiera procurado disfrutarlo más, apegarse un poco más, dominar un poco más…

Cuando la puerta de la habitación fue abierta por su propia mano y la cama perfectamente tendida se mostró ante él como una fatal amenaza, Bill se removió de nuevo entre sollozos y maldiciones hasta que el cuchillo se presionó con más fuerza.

—No quiero lastimarte, chico; eres demasiado bonito como para querer hacerlo. Sólo intenta relajarte un poco —el hombre se mantuvo todo el tiempo detrás de él, rozándole la espalda con la punta del arma hasta que las rodillas de Bill golpearon con el borde de la cama. Le quitó el bolso, la bufanda, los guantes y el abrigo y los arrojó hacia la puerta del ropero. —¿Cuál es tu nombre?

—Por favor no hagas esto.

—Cuál es tu nombre.

—Por favor no lo hagas. Juro que no diré nada si me dejas ir ahora, por favor.

—No necesito que me jures nada, me aseguraré de ello —Bill sollozó, una mano acariciando su cuello.

—Por favor no…

—Tu nombre.

—Por favor…

—¡Dije que me digas tu maldito nombre!

—¡Bill! E-es Bill. Me llamo Bill.

—Bien, Bill, así me gusta —el arma era sujetada con extraña maestría por la mano izquierda del sujeto y Bill podía sentirla en su espalda, subiendo y bajando —¿Ves cómo podemos llevarnos mejor si cooperas?

—No me hace ninguna gracia, jodido enfermo.

—Sobre la cama. Te quiero de rodillas frente al cabecero. Ahora.

Bill se hincó, no necesitando ir muy lejos para hacerlo, se arrastró dentro del colchón sobre sus rodillas hasta quedar frente al cabecero. Quería verle el rostro, que clase de abominación de hombre era como para poder estar haciendo esto, pero cuando iba a girarse lo único que pudo ver fue la punta brillante y plateada de una navaja. —Las manos al cabecero, Bill. A través de los barrotes. —Bill obedeció y ahogó un nuevo sollozo cuando un par de esposas fueron puestas alrededor de sus muñecas, atrapándolo en el cabecero, dando la espalda a un hombre que le apuntaba con un arma blanca.

Se quitó los tenis antes de subirse a la cama y desabrocharle las botas. Tuvo escalofríos de nuevo y esta vez no contuvo el sollozo ni las lágrimas; el maldito hijo de puta estaba poniéndose cómodo.

—En cuclillas —no se movió —. En cuclillas, Bill —no se movió, tan sólo dejó escapar un gemido lastimero —. Dije ¡En cuclillas! ¡AHORA! —lo empujó por la espalda y jaló sus piernas hasta que todo su cuerpo quedó recostado sobre la cama, Bill dejó escapar un grito de sorpresa y lloró con fuerza cuando los pantalones le fueron arrebatados sin siquiera desabrochar los botones, sólo los vio caer al piso, sus bóxer incluidos —Necesitas cooperar, Bill. Esto no sería tan difícil si sólo hicieras lo que te digo y no siguieras insistiendo en molestarme.

—¡Eres un hijo de puta! —le gritó entre llanto, escondiendo su rostro en la almohada, el ligero maquillaje de sus ojos corrido por sus mejillas.

—Sí. —le respondió. Bill lloró más fuerte cuando la navaja se clavó en su espalda y apretó los dientes cuando escuchó la tela rasgarse, su camisa cayendo a ambos lados de su cuerpo, atorada aún en sus brazos. Tenía los ojos apretados con fuerza y su cuerpo tembló brutalmente cuando una mano recorrió desde su espalda baja hasta su nuca, apretando ahí sobre su tatuaje, acariciando con una suavidad que le hizo llorar más fuerte, gritando entre dientes. Era como una burla y le lastimaba el orgullo y el corazón, haciéndolo sentir como un niño perdido.

—Arrodíllate. —Bill arrastró las piernas hasta que quedó de rodillas, todo su torso sobre la cama, el rostro bien hundido en la almohada, debatiéndose entre si sería buena idea asfixiarse o no. Cuando el frío líquido cayó directo en su entrada, decidió que quizá no era tan mala idea esperar un poco más para morir. Un violador que usaba lubricante no estaba en la lista de cosas que creyera que existían, pero ahí estaba él, saltando de la sorpresa cuando un dedo húmedo entró con cuidado en su interior.

—¿Qué…?

—Cállate. —se calló. O lo intentó, un gemido involuntario escapando en lugar de las palabras cuando el dedo se enterró un poco más profundo; sabía que el hombre estaba sonriendo así que apretó los dientes con más fuerza, su mandíbula tan tensa que dolía.

Había tres dedos dentro antes de que pudiera darse cuenta; sus uñas enterradas en las palmas de sus manos cuando el movimiento  de tijera se detuvo y ni siquiera tuvo tiempo de suspirar de alivio cuando sintió la punta de algo mucho más grande contra su entrada, el aire atorado en su garganta y desgarrado en un jadeo largo y lastimero cuando el miembro empujó fuerte para entrar en un solo movimiento, todo su cuerpo se fue hacia adelante, a centímetros de golpear la cabecera.
Se quedó quieto un minuto antes de comenzar a balancearse, sin salir o entrar, sólo balanceándolos a ambos hasta que dio con su un punto que lo hizo berrear con fuerza y sacudir las manos desesperadamente, intentando librarse de las esposas. Bill se odió profundamente. Esa era su próstata. Su miembro reaccionó de inmediato al roce insistente, una vez que encontró el punto, el hombre siguió golpeando ahí en embestidas cortas pero fuertes.

—¡No! —Gritó con la respiración entrecortada por los sollozos cuando su miembro semi erecto fue envuelto por la calidez de una mano ajena —…déjame. Por favor, sólo… déjame. —Ya no quería llorar, sólo quería que terminara y se fuera pero el hombre no se detuvo hasta que pudo sentirlo completamente hinchado, listo para correrse, las embestidas tornándose frenéticas, los jadeos roncos del mayor sobre su oído, ahora completamente recostado en su espalda cuando el semen comenzó a dispararse en su interior.

Las sábanas estaban sucias y él no había parado de llorar cuando el hombre le acarició el rostro. Le quitó las esposas, lo levantó por las axilas y lo cargó hasta el baño, llenó la bañera con poca agua y lo limpió cuidadosamente.
Encorvado sobre su cuerpo, llorando ante los roces suaves y la evidencia que se iba por el drenaje, Bill pudo ver que el hombre aún tenía puesta toda la ropa a pesar de que estaba evidentemente agitado y lleno de sudor.
Cuando estuvo completamente limpio, lo envolvió en una toalla y lo sacó de la bañera, quitó todas las sábanas y las metió en una bolsa antes de recostarlo sobre la cama, su cuerpo casi inerte. Dejó un beso sobre sus labios antes de salir con descaro por la puerta principal.  

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