Categoría:
slash
Género:
angst
Rating:
MA+18
Advertencias:
Violación, non-con, AU
Resumen:
Sacó sus llaves hasta que se encontró frente a la puerta
de su departamento, encogiéndose con la mayor rapidez posible en sus manos
temblorosas, deseando que con simplemente patear la puerta ya pudiera estar
dentro, sano y salvo.
Pero evidentemente era imposible.
Notas: Para el Festival de prompts del grupo Billshido
Respuesta al reto 001.- Repito una que ya había planteado y que no se desarrolló: Esa sensación de que alguien está detrás de ti y te va a atacar para meterse a tu casa cuando llegas y estás por abrir la puerta. Pues eso. Violación.
Respuesta al reto 001.- Repito una que ya había planteado y que no se desarrolló: Esa sensación de que alguien está detrás de ti y te va a atacar para meterse a tu casa cuando llegas y estás por abrir la puerta. Pues eso. Violación.
—Me debo estar volviendo loco, doctor. Paranoico o alguna
mierda de esas.
El médico rio y Bill profundizó su ceño fruncido ante tan
gesto ¿Se estaba burlando de él? Joder que estaba hablando en serio. Iba a
cumplir una semana y media de que estaba seguro que alguien lo seguía a casa,
pero justo cuando abría la puerta y miraba hacia atrás para asegurarse de que
nadie estuviera ahí, nadie estaba ahí; por eso había decidido ir con el loquero
aunque la idea de necesitar uno no le parecía muy tranquilizadora.
—Son tan sólo los nervios, señor Kaulitz. Ha estado usted
bajo mucha presión últimamente, ¿no es así? —Bill se encogió de hombros y se
hundió un poco en el cómodo sillón sin responder; él siempre estaba bajo
presión, tenía que entregar una revista bien editada cada fin de mes, que
vendiera tanto o más que el mes anterior, la presión era algo normal para él,
no estar bajo presión lo ponía ansioso porque le daba la impresión de que había
olvidado algo —Eso pensé. Sólo necesita relajarse. Tómese un descanso, beba té,
mire algún programa cualquiera y coma helado; no se está volviendo paranoico.
Suspiró. El médico era el médico pero él no estaba seguro
de que relajarse fuera a ayudarlo en eso de ahuyentar a quien quiera que fuera
que lo estaba espiando. O a la impresión de que lo estaban espiando. —Bien,
muchas gracias doctor.
—Pague en recepción.
Salió del edificio refunfuñando acerca de sujetos
frívolos que pretendían ayudar sin un gramo de empatía en sus cuerpos. Ya
estaba anocheciendo a pesar de que acababan de dar las siente; se ajustó la
bufanda, se pudo los guantes y empezó su camino. Estaba pensando en un artículo
inconcluso que debía estar listo el lunes cuando dio vuelta en la calle que
accedía al complejo de departamentos en el que él vivía; era un buen lugar,
amplio, luminoso, con vecinos amables que tenían mascotas y salían a correr por
las mañanas y a las plazas los fines de semana. Pero era también el lugar en el
que el sentimiento de ser espiado fríamente le recorría entero arrastrándose
como sudor frío por su columna vertebral.
Se detuvo un segundo, esperando escuchar pasos
acercándose pero nada sucedió. Se acomodó el corto cabello negro hacia atrás,
se ajustó más la bufanda, respiró y siguió caminando, sus botas de tacón
haciendo eco sobre el asfalto.
El silencio era absoluto, no había pasos a su espalda,
pero era eso probablemente lo que lo volvía más perturbador.
Sacó sus llaves hasta que se encontró frente a la puerta
de su departamento, encogiéndose con la mayor rapidez posible en sus manos
temblorosas, deseando que con simplemente patear la puerta ya pudiera estar
dentro, sano y salvo.
Pero evidentemente era imposible. Apenas había escuchado
el “click” del cerrojo cediendo, el alivio llenando sus pulmones y
desvaneciéndose tan rápido como llegaba cuando unas enormes manos lo sujetaron
con fuerza, cubriendo su boca e imposibilitando el movimiento de sus manos; el
ruido metálico de sus llaves al caer fue todo lo que pudo escuchar antes de que
sus oídos comenzaran a zumbar con fuerza. El cuerpo detrás de él era el de un
hombre, por lo menos una cabeza más bajo pero con el doble de fuerza. No lo
había sedado o drogado, lo supo cuando la conciencia de que no era una ilusión
o fantasía regresó a su cuerpo, logrando sacudirse con fuerza e intentando
gritar, morder la mano que lo sofocaba o patearle las piernas, hacer que se
tropezara, cualquier cosa para que lo soltara, pero estaba completamente
atrapado; sacó la lengua y lamió la palma en un intento desesperado por
provocar alguna reacción negativa, asco quizá, pero sólo consiguió que el
hombre siseara de satisfacción en su oreja y apretara contra su cuerpo con más
fuerza, levantándolo por las caderas, dejando que la evidente dureza en sus
pantalones se restregara contra él.
Gimió de desesperación y apretó los ojos con fuerza,
conteniendo lágrimas de frustración al escuchar la puerta cerrarse con una
patada del desconocido. Una mano se coló bajo su camisa, apenas rozando por el
poco alcance que le dejaba el agarre pero provocando escalofríos y una oleada
de nauseas que le hizo saltar las lágrimas y removerse con más furia,
maldiciendo y apretando los dientes y congelándose en el acto cuando el frío
metal en lugar de tibios dedos rozó su piel; la situación volviéndose más y más
real en tanto su cuerpo expulsaba la adrenalina por sus venas que de nada le
estaba sirviendo.
—Quédate quieto y no te lastimaré, chico. Voy a soltar tu
boca, pero si gritas te rebanaré la garganta sin dudar y todo habrá terminado,
¿entendiste? —asintió. Quería que terminara, pero definitivamente no con su
garganta rebanada, así que tragó el grito que tenía atorado y en su lugar dejó
salir un ligero y ahogado sollozo.
—¿Q-qué es lo que quieres de mí?
—Creo que es evidente, chico —volvió a levantar sus
caderas, colisionando con el trasero de Bill —. Me has estado provocando con tu
contoneó, tu ropa ajustada y tus tacones cada noche por la calle desde que te
mudaste aquí. Sólo quiero un polvo, chico, sólo eso. No quiero hacerte daño,
así que coopera y estaremos en paz. —le dijo mientras juntaba más sus cuerpos,
sus manos vagando por todo el blanco y blando vientre, olisqueando en su cuello
haciendo que las náuseas regresaran.
—Debes estar bromeando… ¡No jodas conmigo, grandísimo
hijo de puta!
—Eh, calmado —el cuchillo se hundió un poco más en donde
estaba, listo para rebanarle un riñón o lo que fuera que tuviera en el costado.
—Estás… estás a punto de violarme, a-amenazándome con un
cuchillo, invadiendo mi hogar y… y tú, ¿de verdad pretendes que vea esto como
sexo casual, maldito demente?
—Oye —la voz del hombre era grave, profunda, casi
tranquilizadora pero amenazante —, no te estoy preguntando por tu cooperación,
te estoy avisando lo que sería mejor para ti. No me importa cómo quieras verlo.
Ahora dime dónde está la habitación —guardó silencio —¡Dime dónde demonios está
la habitación!
—…Ya deberías saberlo, me has estado espiando toda la
podrida semana.
—Te lo advierto, chico. No juegues con mi paciencia… —el
hombre sujetó su rostro con fuerza, apretando la mandíbula y Bill pudo ver un
enorme tatuaje en el dorso de su mano; la luz que se filtraba por la ventana de
la cocina le rebelaba la piel morena. Traía una sudadera grande, el gorro sobre
su cabeza le cubría medio rostro y entre las sombras toda su ropa se veía
completamente oscura.
—Al fondo del pasillo. Mano izquierda.
Empezaron a caminar por el pasillo y Bill no pudo evitar
pensar en la última vez que había tenido sexo, dos meses atrás con su último
novio, ,justo antes de decirle que su relación no estaba funcionando y sacarlo
de su casa entre gritos y reclamos. Si hubiera sabido que la próxima vez que
tuviera contacto sexual con otra persona sería de esta manera, probablemente
hubiera procurado disfrutarlo más, apegarse un poco más, dominar un poco más…
Cuando la puerta de la habitación fue abierta por su
propia mano y la cama perfectamente tendida se mostró ante él como una fatal
amenaza, Bill se removió de nuevo entre sollozos y maldiciones hasta que el
cuchillo se presionó con más fuerza.
—No quiero lastimarte, chico; eres demasiado bonito como
para querer hacerlo. Sólo intenta relajarte un poco —el hombre se mantuvo todo
el tiempo detrás de él, rozándole la espalda con la punta del arma hasta que
las rodillas de Bill golpearon con el borde de la cama. Le quitó el bolso, la
bufanda, los guantes y el abrigo y los arrojó hacia la puerta del ropero.
—¿Cuál es tu nombre?
—Por favor no hagas esto.
—Cuál es tu nombre.
—Por favor no lo hagas. Juro que no diré nada si me dejas
ir ahora, por favor.
—No necesito que me jures nada, me aseguraré de ello
—Bill sollozó, una mano acariciando su cuello.
—Por favor no…
—Tu nombre.
—Por favor…
—¡Dije que me digas tu maldito nombre!
—¡Bill! E-es Bill. Me llamo Bill.
—Bien, Bill, así me gusta —el arma era sujetada con
extraña maestría por la mano izquierda del sujeto y Bill podía sentirla en su
espalda, subiendo y bajando —¿Ves cómo podemos llevarnos mejor si cooperas?
—No me hace ninguna gracia, jodido enfermo.
—Sobre la cama. Te quiero de rodillas frente al cabecero.
Ahora.
Bill se hincó, no necesitando ir muy lejos para hacerlo,
se arrastró dentro del colchón sobre sus rodillas hasta quedar frente al
cabecero. Quería verle el rostro, que clase de abominación de hombre era como
para poder estar haciendo esto, pero cuando iba a girarse lo único que pudo ver
fue la punta brillante y plateada de una navaja. —Las manos al cabecero, Bill.
A través de los barrotes. —Bill obedeció y ahogó un nuevo sollozo cuando un par
de esposas fueron puestas alrededor de sus muñecas, atrapándolo en el cabecero,
dando la espalda a un hombre que le apuntaba con un arma blanca.
Se quitó los tenis antes de subirse a la cama y
desabrocharle las botas. Tuvo escalofríos de nuevo y esta vez no contuvo el
sollozo ni las lágrimas; el maldito hijo de puta estaba poniéndose cómodo.
—En cuclillas —no se movió —. En cuclillas, Bill —no se movió, tan
sólo dejó escapar un gemido lastimero —. Dije ¡En cuclillas! ¡AHORA! —lo empujó
por la espalda y jaló sus piernas hasta que todo su cuerpo quedó recostado
sobre la cama, Bill dejó escapar un grito de sorpresa y lloró con fuerza cuando
los pantalones le fueron arrebatados sin siquiera desabrochar los botones, sólo
los vio caer al piso, sus bóxer incluidos —Necesitas cooperar, Bill. Esto no
sería tan difícil si sólo hicieras lo que te digo y no siguieras insistiendo en
molestarme.
—¡Eres un hijo de puta! —le gritó entre llanto, escondiendo su rostro en la
almohada, el ligero maquillaje de sus ojos corrido por sus mejillas.
—Sí. —le respondió. Bill lloró más fuerte cuando la navaja se clavó en su
espalda y apretó los dientes cuando escuchó la tela rasgarse, su camisa cayendo
a ambos lados de su cuerpo, atorada aún en sus brazos. Tenía los ojos apretados
con fuerza y su cuerpo tembló brutalmente cuando una mano recorrió desde su
espalda baja hasta su nuca, apretando ahí sobre su tatuaje, acariciando con una
suavidad que le hizo llorar más fuerte, gritando entre dientes. Era como una
burla y le lastimaba el orgullo y el corazón, haciéndolo sentir como un niño
perdido.
—Arrodíllate. —Bill arrastró las piernas hasta que quedó de rodillas, todo
su torso sobre la cama, el rostro bien hundido en la almohada, debatiéndose
entre si sería buena idea asfixiarse o no. Cuando el frío líquido cayó directo
en su entrada, decidió que quizá no era tan mala idea esperar un poco más para
morir. Un violador que usaba lubricante no estaba en la lista de cosas que
creyera que existían, pero ahí estaba él, saltando de la sorpresa cuando un
dedo húmedo entró con cuidado en su interior.
—¿Qué…?
—Cállate. —se calló. O lo intentó, un gemido involuntario escapando en
lugar de las palabras cuando el dedo se enterró un poco más profundo; sabía que
el hombre estaba sonriendo así que apretó los dientes con más fuerza, su
mandíbula tan tensa que dolía.
Había tres dedos dentro antes de que pudiera darse cuenta; sus uñas
enterradas en las palmas de sus manos cuando el movimiento de tijera se detuvo y ni siquiera tuvo tiempo
de suspirar de alivio cuando sintió la punta de algo mucho más grande contra su
entrada, el aire atorado en su garganta y desgarrado en un jadeo largo y
lastimero cuando el miembro empujó fuerte para entrar en un solo movimiento,
todo su cuerpo se fue hacia adelante, a centímetros de golpear la cabecera.
Se quedó quieto un minuto antes de comenzar a balancearse, sin salir o
entrar, sólo balanceándolos a ambos hasta que dio con su un punto que lo hizo
berrear con fuerza y sacudir las manos desesperadamente, intentando librarse de
las esposas. Bill se odió profundamente. Esa era su próstata. Su miembro
reaccionó de inmediato al roce insistente, una vez que encontró el punto, el
hombre siguió golpeando ahí en embestidas cortas pero fuertes.
—¡No! —Gritó con la respiración entrecortada por los sollozos cuando su
miembro semi erecto fue envuelto por la calidez de una mano ajena —…déjame. Por
favor, sólo… déjame. —Ya no quería llorar, sólo quería que terminara y se fuera
pero el hombre no se detuvo hasta que pudo sentirlo completamente hinchado,
listo para correrse, las embestidas tornándose frenéticas, los jadeos roncos
del mayor sobre su oído, ahora completamente recostado en su espalda cuando el
semen comenzó a dispararse en su interior.
Las sábanas estaban sucias y él no había parado de llorar cuando el hombre
le acarició el rostro. Le quitó las esposas, lo levantó por las axilas y lo
cargó hasta el baño, llenó la bañera con poca agua y lo limpió cuidadosamente.
Encorvado sobre su cuerpo, llorando ante los roces suaves y la evidencia
que se iba por el drenaje, Bill pudo ver que el hombre aún tenía puesta toda la
ropa a pesar de que estaba evidentemente agitado y lleno de sudor.
Cuando estuvo completamente limpio, lo envolvió en una toalla y lo sacó de
la bañera, quitó todas las sábanas y las metió en una bolsa antes de recostarlo
sobre la cama, su cuerpo casi inerte. Dejó un beso sobre sus labios antes de
salir con descaro por la puerta principal.
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