miércoles, 15 de mayo de 2013

Azucena {Tokio Hotel}

Pairing: Bushido/Bill
Categoría: hetero
Género: drama
Advertencias: AU, gender swap, underage
Rating: M
Resumen: Era un error quizá, pero no sabía dónde se trazaba la línea a cruzar hacia el pecado. 
En respuesta al reto 034.- A lo Lolita. Billie no está interesada en los chicos de su edad (tendrá a lo mucho trece años), ella prefiere a los mayores y se siente en el cielo cuando conoce a Anis, el hombre que se acaba de mudar enfrente de su casa al que comienza a coquetearle descaradamente. Para su deleite, Anis comienza a jugar con ella al estira y afloja, entre que la rechaza y cae en sus redes. Los conflictos y el final los dejo en sus manos, pero debe haber lemon.
Dedicatoria: A Cassandra V. por ser siempre inspiración para mi Lolita.
Notas: Para el Festival de prompts del grupo Billshido





Tenía los labios partidos por arrancarse pedacitos de piel seca y la sonrisa manchada de sangre la primera vez que la vio. Entre las flores delicadas que eran sus manos, las uñas manchadas de pintura y una paleta que jugaba entre las pequeñas perlas de sus dientes.


Ella sólo tenía doce.

Un pequeño arete negro en su ceja derecha y su infantil ombligo  que se asomaba entre sus delgadas prendas, el pecho plano y sus delgados brazos expuestos al sol. Su mirada era más que simples avellanas frescas, no había sido tocada por la perversidad del mundo, pero la dulzura de sus gestes se le antojaba más allá de lo perversa, en un limbo entre la más pura infancia y la abrumadora y terrible madurez.

—Billie, vuelve a la casa, ya es tarde para estar afuera.

Billie era su nombre, como una maldición placentera, como toda la extensión de su androginia; como los ángeles sin género, que te llenan el alma de anhelos y esperanzas pero jamás toman tu mano para llevarte directamente al cielo, no importa cuánto los ames o les entregues tu alma, debes amar a Dios para estar en su gracia. La diferencia era que Billie no buscaba amor, ella buscaba un corazón desquebrajado para cortar el tiempo con los pequeños fragmentos que pudiera sostener entre sus dedos. Ella buscaba llenar su cuerpo con lo que no podía llenar su alma; y si tuviera que decirlo, ahora él sabe que aquella niña sólo buscaba manos grandes que la sostuvieran de camino al nirvana.

Billie no quería amor, quería de él lo que ya había tomado de la vida y no podía alcanzar por ella misma.

Las últimas cajas de la mudanza todavía estaban afuera cuando ella se acercó a saludar, las manos metidas en el pequeño short de algodón y una blusa corta de color azul marino; el cabello sujeto en una pequeña y desordenada cola de caballo, mechones cayendo por su rostro, enmarcando la curiosidad de sus facciones cuando dijo hola con la paleta entre los labios, el dulce mezclado con el sabor metálico de la sangre que le corría por las heridas recién abiertas.
Si Anis hubiera sabido que ese “hola” sería su perdición, no está seguro de poder decir que no lo hubiera hecho, porque si lo piensa detenidamente, al parecer siempre ha tenido atracción por estar perdido.

Cada tarde al regresar de la escuela se acercaba a su casa y lo saludaba desde el jardín, con el volátil uniforme escolar que el viento volvía provocativo más que moral y con aquella mirada avellana que brillaba llena de anhelo, el olor fresco de sus cabellos, la ternura de su piel blanca.

Anis sabe que jamás debió abrir la puerta, que quizá debió dejarla que lo saludara desde la seguridad que otorgaba por fuera la reja de su jardín, para eso se hicieron las cercas después de todo, para mantener la casa segura y seguros a los que viven ahí, pero a Billie le gustaban las azucenas que crecían en su jardín y él creyó que si tomaba su mano y lo miraba a los ojos fijamente cuando le pidió una, no era nada extraño. Él quería creer que realmente creía que no era extraño, que la sonrisa que nacía en sus labios era tan inocente como ella lucía, que acariciarle el rostro cuando le dijo gracias no cruzaba la línea invisible que delimitaba lo que debía y no debía. Que un beso en la mejilla, cerca de los labios estaba bien, porque ella tenía que alzarse en las puntas para poder alcanzarlo; porque sus labios eran suaves y la humedad de la sangre en las pequeñas heridas le hacía cosquillas en la barba naciente, y el sabor metálico no fue difícil de alcanzar si sacaba un poco la lengua.

Porque él quería creer que era un juego con normas que no se rompían, aunque ella se meciera en el columpio que había colgado en su árbol en lugar de ir a casa, hasta que su madre gritaba desde la ventana, sin siquiera mirar hacia afuera, que ya era tarde para la calle, que debía volver a casa.
Porque era un vecindario tranquilo y Billie una pequeña normal que iba a la escuela y llevaba en las manos una muñeca de trapo que se mecía junto a ella, de cabellos rubios idénticos a los suyos y una sonrisa perpetua echa con hilos rosas y mejillas pintadas.
Porque a veces él no le abría la puerta, se mantenía detrás de la ventana, fingiendo que no la escuchaba llamarle, “Anis”, con su dulce voz ligeramente ronca y su risita delicada y profunda que, como la de todos los niños, siempre parecía sincera, y ella sonreía y se daba la vuelta, dejando un beso flotando en el aire.

Fue su error, quizá, quedarse dormido en el jardín, justo en el lugar en que ella siempre se sentaba, por eso no dijo nada cuando al despertar la tenía sobre sus piernas, una sonrisa ajena sobre su boca, caricias suaves en las ligeras arrugas de su frente y su cabello jugueteando entre pequeños dedos.

—Hoy es mi cumpleaños —le dijo —. Y sólo hay algo que quisiera de regalo.

—¿Sí? —un asentimiento sin despegarse de su rostro —¿Qué es lo que quieres de regalo, Billie?

—Un beso. Un beso de mi amante.

Anis frunció el ceño, las palabras pesando como piedras en el fondo de su estómago. —¿Tienes un amante?

Fue su error, quizá, por haber preguntado “¿quién?” y besarla antes de que pudiera responderle. Ella no podía tener un amante, ella no podía besar a nadie.

—Tú. —Fue su respuesta, tan concreta y satisfactoria que ninguno de los siguientes besos pudo saberle amargo.

Ni los besos, ni las caricias, ni su perfume de azucenas mezclado con el sudor de su piel, liberado como esporas al contacto de sus manos por entre los vellos de sus brazos, rubios y erizados.
Se besaron en el jardín, protegidos  por el tronco del árbol que tenía ahí mil vidas guardando secretos que de nada le servían y, cuando sus labios comenzaron a sangran de nuevo, las costras de otros días arrancadas por caricias de sus dientes, Anis la tomó en sus brazos y la llevó dentro hasta la cama.
Billie era una niña, cada partícula de su ser se lo decía y él sólo podía necesitarla más y más en tanto más la miraba, su pecho plano que se confundía con su estómago, su vientre firme y sus pequeños glúteos, la delicadeza de la forma de sus muslos y sus angostas caderas, toda ella en una proporción, la figura apenas definiéndose en la cintura que fingía ser más estrecha cuando se estiró sobre el colchón, exigiendo que le sacara la ropa, sus zapatos olvidados en la alfombra, las calcetas hasta apenas por debajo de la rodilla, la falda más arriba de lo que él hubiera considerado apropiado, sino pensara que era más apropiado ahí donde estaba cuando cayó cerca de la esquina de la cama. Los botones de la camisa blanca de mangas cortas le abrieron paso sin preguntar qué era lo que pretendía y Billie se retorció de gusto llevando su cabeza hasta la almohada, enredando sus piernas apretadas, disfrutando de la presión en su ingle antes de caer de lleno con un suspiro que casi pareció cansado. Cansado de esperar quizá.
Anis le soltó el cabello y quedó todo esparcido por las sábanas de la cabecera, como rayos de un opaco rubio, y se preguntó por qué la madre de Billie esperaba tanto para decirle que volviera a casa.

Las arrugas en las axilas de Billie eran suaves, de piel que aún no termina de estirarse, de piel que espera la madurez que se tarda más de la cuenta. Anis le recorrió el cuerpo con la punta de los dedos, rincón por rincón, desde el hueco detrás de la oreja, hasta la curva entre los dedos de los pies y le acarició las rodillas con cuidado, disfrutando del vello casi transparente y delicado que se tomaba su tiempo para crecer. El perfume fresco de una ducha temprano en la mañana, el sol del amanecer que calienta los cabellos mojados y el sudor que no huele a nada; la humedad delicada que no huele a deseo sino a pura ansia, a pura intriga, que está ahí sólo porque comienza a estar pero que ni siquiera tiene una razón de ser real, y Billie gimiendo su nombre en voz baja, jalando su camisa para que le besara los labios, enredando las piernas en la cintura contraria y pegando tanto sus cuerpos que la ropa le estorbaba, llena de la ingenuidad de quien quizá piensa que en verdad dos cuerpos pueden fundirse hasta convertirse en nada.

Quizá fue su error, cavila Anis, el besarla hasta que se le partieran más los labios y tocarla hasta que todo el aire se llenó de su perfume. Quizá fue un error arrancarle la inocencia, o quizá era sólo que inocencia jamás tuvo aunque su piel oliera a infancia y sus ojos no se hubieran perdido todavía en la vida, pero fuera como fuera no podía importarle, si con cada recuerdo de su cuerpo entorno al suyo se sentía de nuevo pleno y puro, como enfrentando una verdad que siempre había desconocido, si cada vez que entraba en ella se sentía como en casa, y si ella le rogaba que fuera despacio para alargar su estancia, y podía sonreír cada vez que recordaba cómo la noche cayó con ella entre sus brazos.

Cuando su madre la llamó a casa, Anis la miró irse desde la ventana de su cuarto, el viento levantando los volantes de su falda, la camisa desfajada y los zapatos mal abrochados. Ahí, donde cada tarde volvía a su vida diaria y todo corría en la línea en que debía correr, Billie sonreía llenando un mundo que no le pertenecía a Anis, cuando besó suavemente en los labios al chico de mirada dulce que la esperaba después de un largo día de trabajo, con un “Tomi” en sus labios, lleno de la inocencia que Anis creía haberse robado.
Quizá era él el único inocente, pero sabía que también era el único que merecía ser juzgado. 

2 comentarios:

  1. Al igual que "En la primavera", este fic me ha dejado sin palabras tal como lo hacen todos tus escritos. Qué precioso. Solo vos tenés esa forma de narrar, dejame decirte. Me dejaste repleta de frases lindas y un buen sabor en la boca con ese ambiente que describiste.
    Ha sido bello, monumental, inocente y has hecho el mejor trabajo. Sin duda por ello es que te admiro, qué genial sos. *--------* Bueno, te admiro por esto y más. Ah, gritaría cuán lindo me pareció sin me escucharas, y que sea Anis y Billie los protagonistas me llena aun más. Seguiré leyendo todos tus trabajos para "Billshido World".
    No sé cómo decirte que he amado este fic, pero verdaderamente si los hubiera leído todos en el concurso, me habría supuestos a mí, un verdadero reto. Todos y cada uno merecían un puesto ><
    beshitos, linda <3

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  2. Este fic es una autentica ricura

    Con el, rompiste por completo de mi mente, el estereotipo que tenia de las lolitas.

    Siempre tuve de imagen que eran unas autenticas zorras :p

    La Billie de tu historia es tan diáfana como un aguaje de las montañas

    "El perfume fresco de una ducha temprano en la mañana, el sol del amanecer que calienta los cabellos mojados y el sudor que no huele a nada; la humedad delicada que no huele a deseo sino a pura ansia, a pura intriga, que está ahí sólo porque comienza a estar pero que ni siquiera tiene una razón de ser real"
    Eso es totalmente magnifico

    Esa frase también de "era el único que merecía ser juzgado" es el bien final para una historia como esta

    Muchas gracias por escribirlo :)

    Abrazos

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