lunes, 25 de febrero de 2013

Hasta la estación de gas. {Tokio Hotel}

Categoría: general
Género: humor
Rating: K+ 
Resumen: Tienes dos: o te vuelves loco o divagas hasta que los extraterrestres mutantes entren por la ventana del autobús en movimiento.

Notas: Del Maratón de retos: Reto: 060.- Gen. Humor. Largas horas en el autobús mientras cruzan en la gira del Zimmer, ¿qué hacen los chicos durante ese tiempo? Bill le pinta las uñas de los pies a todos, Tom juega a hacerle rastas a Georg, Gustav amenaza con tirarse de la ventana y hasta el propio David no soporta estar hacinado con cuatro chicos que parecen crecer como la hierba.







—¿Ya?

—No.

—¿Ya?

—No…

—¿Ya?

—¡Que no, Gustav, no! Todavía no, cállate.

—Tengo comezón en un ojo, Bill.

—Pues parpadea hasta que se te quite, todavía me faltan los pulgares y no te puedes mover hasta que se seque.

—¿Y cuánto falta?

—No sé, no controlo el tiempo de secado de los esmaltes; pero si yo puedo esperar horas en maquillaje, tú puedes también.

—No, idiota, pregunto que cuánto falta para llegar.

—Y yo cómo voy a saber, pregúntale al conductor… ¿¡Qué demonios haces, mierda, Gustav!? ¡Te dije que no te movieras!

—¡Me dijiste que le preguntara al conductor!

—¡Pero hasta que termine!

—Ya va, Bill. Tienes cinco, óyelo: ¡cinco! Minutos para terminar.

Bill se encogió de hombros porque esta era la tercera vez que Gustav lo decía, y el hecho de que subiera el tono de su voz no lo volvía más amenazante, teniendo en cuenta que los dos estaban igual de aburridos y no tenían nada mejor que hacer. Bill tenía cerca de cuarenta minutos pintándole las uñas y por alguna razón siempre dejaba los pulgares para el final, tanto de las manos como de los pies, porque el aburrimiento era tanto que mientras más uñas hubiera mejor, y cada uno de ellos tenía veinte en el cuerpo, así que bien por él. Era por eso que ahora todos paseaban por el bus, con el mismo nivel de aburrimiento en sus venas, pero con las uñas pintadas de un pintoresco color negro con destellos de blanco y alternando con algunos otros colores que Bill había adquirido en la última estación de gas en la que pararon.

Tom, por su parte, había pasado esos mismos cuarenta minutos sentado en el sillón, mirando el techo del autobús y tratando de deducir cómo habían llegado ahí esas manchas, o si podría sumirse lo suficiente como para disminuir el aire y asesinarlos a todos, o si cuando cayera la noche a algún monstruo le daría por caminar ahí y ellos sólo podrían escuchar las aterradoras pisadas desde sus camas y quedarse petrificados cuando intentara entrar por alguna de las ventanas o si… decidió ponerse de pie antes de tener el impulso de ir a quejarse con el conductor y preguntarle si tenían seguro contra alienígenas o mutantes y si las ventanas eran resistentes a pesar de que no lo parecían; fue hacia Georg, que estaba sentado frente a la mesita, mirando al infinito con los audífonos puestos y masticando la última galleta que quedaba muy, muy lentamente para no terminarla, como si realmente pudiera ser infinita, aunque Georg seguía teniendo la impresión de que mientras más lento la comía se hacía más grande. Tom se sentó frente a él y Georg desenfocó la mirada para verlo un segundo antes de volver al punto fijo que parecía tan interesante.

—¿Qué haces?

—…Comer galleta.

—Estoy aburrido…

—No creo que alguien aquí se encuentre en otras condiciones, Tom.

—Bill le está pintando las uñas a Gustav.

—Lo siento, pero ya pintó las mías también, así que si pretendías hacerlo tú, me temo que ya no puedes.

—Claro que no, eso es cosa de Bill. De cualquier forma yo sólo sé pintar las de la izquierda… —Tom desvió la mirada a la ventana, donde no había más que carretera y ocasionales árboles, todos idénticos al anterior. Georg lo miró un segundo antes de volver a hablar.

—Tienes algo en el cabello.

—Oh, mierda, no. ¿Qué es? Quítamelo, no me quiero lavar hoy.

—Nah, eran sólo tus nudos habituales.

—No tengo nudos, Georg.

—Toda tu cabeza es un gran nudo, Tom. —Entonces Tom se le quedó mirando y Georg maldijo por lo bajo, porque sabía que aquellos ojos eran sólo de cuando el aburrimiento era tanto que ideas no agradables fluían en los espacios vacíos de su cerebro.

—Yo podría hacer algo bueno con tu cabello, está horrendo y no tiene nada de estilo, si te hicieras un par de rastas aquí o acá… sólo sería cuestión de un segundo, ni siquiera tendrías que ir a que las hicieran, supe que se pueden hacer con un gancho para tejer o algo así.

—Mi cabello es hermoso, Tom. Her-mo-so. Y si te atreves a hacerle algo raro te levantarás mañana sin cejas. Sin cejas, sin rastas, sin pestañas y hasta sin vello púbico, así que aléjate de mí.

—Oh, vamos, no seas marica.

Y Georg dejó que Tom peinara su cabello, porque sabía que no tenía un gancho para tejer, el masaje en el cuero cabelludo se sentía bien, y porque quiso reírse fuerte en su cara cuando le dijo “marica” y decir algo que definitivamente no sería bien recibido.

David estaba sentado en el asiento del copiloto, teniendo una conversación silenciosa con el callado conductor que parecía tan inmutable como una roca, aun con todo el mar golpeando contra él.
La semana pasada Bill le había dicho que ya no cabía en su cama y Tom se había quejado por privacidad, porque Georg había entrado al baño sin tocar cuando él estaba orinando. Gustav no se quejaba; eso era lo peor del asunto, porque no se quejaba, simplemente golpeaba muros, personas y muebles cuando había llegado a su límite. A nadie le parecía divertido ver al rubio molesto.
Más que conversar, David había estado mirando hacia la carretera vacía de media tarde, con el movimiento del autobús alimentando sus pensamientos fatalistas. Sabía que necesitaban más espacio; él quería más espacio, porque no sabía cuánto más podría durar entre cuatro chicos que no parecían entender la diferencia entre hablar y gritar, que no medían sus fuerzas y cada vez parecían estar más y más cerca del techo, si las cosas seguían así, pronto no cabrían por la puerta, ¿y entonces qué iba a hacer él? Si Bill se seguía estirando e igualmente insistía en utilizar plataformas por zapatos. Un día llegaría en zancos y él no podría detenerlo de ningún modo.
Así como ahora, que Gustav abría la ventanilla y gritaba que se arrojaría sí o sí si nadie le quitaba de una buena vez a Bill de encima y, por alguna razón, Tom tiraba de él hacia atrás alegando algo acerca de monstruos mutantes alienígenas. Cuando David entró en la reducida y tambaleante habitación, Georg estaba acurrucado sobre la mesa con el cabello completamente enredado, pasando olímpicamente de un Gustav que era retenido dentro del autobús únicamente porque los gemelos se le habían echado encima. David no dudaba que estuviera hablando en serio sobre lo de saltar, si él mismo lo estaba pensando en ese preciso momento.

Cuando estaba a punto de intervenir como la autoridad que era, el autobús se detuvo y con ello los gritos y peleas e incluso la indiferencia de Georg, que se puso un gorro antes de ponerse de pie y levantarse de donde estaba, sacando a Gustav de debajo de los gemelos, se lo llevó hasta la puerta para que lo acompañara afuera antes de que Bill y Tom comenzaran a discutir qué sería bueno comprar para ver una película. Era la mitad del camino, pero David bendecía las estaciones de gas con tiendas que abrían las veinticuatro horas del día. 

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