jueves, 20 de junio de 2013

Lollipop IV {Tokio Hotel}

Pairing: Gustav/Georg
Categoría: fem!slash
Género: romance, drama, humor
Rating: T
Advertencias: AU, gender swap, twc
Resumen: Agus no es una chica como las demás y eso a Georgie no le importa. No hasta que entiende cómo aplican los "pequeños oscuros secretos"




Cuando Agus no tenía nada que hacer, o no le apetecía hacerlo, buscaba un rincón.

No cualquier rincón podía ser digno de su elección, no; debía ser un rincón en calma, lo más alejado posible de cualquier presencia humana. Tenía que ser fresco y silencioso.
Una vez encontrado el lugar predilecto, Agus dejaba caer sus cosas, se deslizaba sobre la pared más cercana hasta el suelo, sacaba sus audífonos y pensaba ahí, durante largos minutos, lo que podría hacer en lugar de lo que debería estar haciendo. No había mayor placer que “perder el tiempo”.
Lo cierto era que ella sabía aprovechar cada segundo de sus horas ‘no laborables’.

En un rincón alejado de todo por n rango mínimo de cinco metros, Agus era un punto extraño sobre una superficie desolada. Un blanco perfecto para las miradas curiosas y extrañadas, aun cuando estuviera haciendo nada.
Agus no miraba fijamente a las personas; intentaba por todos los medios estar lo más lejos posible del exterior. Sin embargo, cuando las miradas se tornaban incómodas, la penetrante mirada miel de Agus solía ahuyentar cualquier cosa que ella considerara como una amenaza.

En aquel rincón, Agus se sentía segura para hacer cualquiera de las cosas que no tendría que estar haciendo pero que suplantaban mucho más satisfactoriamente a aquellas que deseaba postergar.
Podía fingir melodías en el aire con sus baquetas, ver pasar las aves, analizar las conversaciones cercanas (y ajenas); pensar cómo y cuándo podría hacer esas cosas que no estaba haciendo ahora; pensar en la falta de objetividad de algunos reporteros que trabajaban para el diario matutino que leía todos los días, pensar en la estructura ósea del reptil, en la fotosíntesis mientras miraba las copas de los árboles, en qué carajo le miraban las personas que pasaban; pensar en la película que se estrenaba y ella quería ver, el siguiente comic para leer, o la próxima serie que ver.
Podía leer, que era de sus cosas favoritas para hacer. Leer libros de ciencia ficción, autobiografías, as últimas publicaciones de los autores nacionales que conocía y de los que gustaba; podía leer cuentos de terror, policiacos, de hadas, o alguno más al estilo de los Grimm. Novelas de misterio o alguno de los grandes clásicos que le faltara; o bien releer cualquiera que le hubiese gustado lo suficiente para repetir. Las novelas rosas eran su última opción; en cambio, había repasado Peter Pan más veces de las que había visto la película. Amaba la crueldad cínica de campanita y la poca capacidad de distinción entre el bien y el mal que tenían los niños perdidos.

Sentada en un rincón en medio de todo, Agus podía hacer cualquiera de aquellas cosas o, simplemente mirar al cielo y respirar profundamente. Respirar y sentir sus pulmones trabajar y cada vertebra de su columna reacomodándose al estirar la espalda mientras los ánimos de volver a mezclarse con la sociedad le regresaban.

Todo aquello en un rincón. Era por eso que los rincones eran los lugares en los que Georgie siempre buscaba primero.

Después de diez tranquilos minutos de búsqueda, Georgie llegaba, se sentaba a su lado y, cuando le veía sonreír, podía estar segura de que la otra había notado su presencia sin que tuviera siquiera que hablar para sacarla de su profunda ensoñación.

Algunas veces simplemente se hacían silenciosa compañía; mayormente las veces en que Agus se encontraba leyendo. Algunas otras se embargaban en conversaciones sin sentido, pero que eran más importantes e interesantes que esas otras cosas que no tendrían que estar haciendo, y aún mucho más que aquellas que deberían estar haciendo pero no querían hacer.

Esa tarde, la melancolía había arrastrado a Agus y se encontraba sentada en el rincón pavimentado de una tienda de paso que había cerca de la escuela de música, mirando los árboles y con el cerebro aparentemente seco, cuando la mano de Georgie se posó sobre su rodilla flexionada y le hizo sobresaltarse.

– Despierta, Schäfer, comienzas a ser un montículo de hormigas –Agus le miró con expresión neutral y Georgie se preocupó.  Su amiga no era la persona más expresiva del mundo, pero sus ojos tenían la particularidad de decir mil palabras sin sonido. Agus estaba distante, Georgie frunció el entrecejo –Agus, ¿estás bien?

La rubia sonrío irónicamente antes de responder: – Mejor que los niños del Sudán, Hagen. –y de nuevo era Agus, con todo y su negro sentido del realismo.

Georgie estaba preocupada. Preocupada porque Agus no quería hablar con ella sobre la angustia que la carcomía
Sabía que la mitad de la angustia que Agus sufría era su culpa. Su culpa porque aun después de tanto pensar, no lograba salir del laberinto en su cabeza que las situaciones habían creado.
No sabía cómo proceder. No sabía qué era lo que Agus quería o esperaba de ella, porque no sabía qué era lo que ella quería o esperaba de sí misma. ¿Qué quería ella de Agus?... Georgie quería a Agus, eso era la única cosa certera y real. La quería, sí, pero ahora no estaba segura de cuántas o cuáles formas de querer eran las que le dirigía.

– Agus…

– ¡Agus! –El enérgico grito hizo que ambas chicas se giraran sin que Georgie fuese capaz de siquiera empezar su oración.

– Tomie

– ¿Tomie?

–Hey, ese es mi nombre y lo están desgastando.

–¿Ustedes son amigas?

–No realmente, sólo… tenemos gustos en común.

–Qué hay, Georgie. –Tomie sonrió. Georgie conocía a Tomie desde mucho antes que a Agus, pero su amistad jamás había sido especialmente cercana porque Tomie no era cercana a nadie más que a su hermana, y prefería pasar el tiempo con los chicos de su clase. Ese día llevaba una playera de manga larga, y que era tan larga que le llegaba hasta abajo del trasero, pero se le ajustaba cómodamente al cuerpo; un pantalón muy ancho que se ajustaba en los tobillos y unos enormes Reebok. Las rastas rubias que traía sueltas ya le llegaban por debajo de los pechos.
Georgie conocía tan bien a Agus que no podía entender qué de común podía tener con la chica de pantalones amplios.

–Hola…
–¿Qué quieres, Tomie? –la voz de la rubia era cortante, y Georgie se desconcertó por un segundo.

–Oh, Agus… no sabía que ya

–No lo digas. Si se te ocurre siquiera pensarlo te mando al demonio antes siquiera de

–Paz, Schäfer. –Georgie estaba completamente perdida y frunció el entrecejo. No sabía que Agus fuera tan cercana a alguien más. –Mamá no va a estar en casa el fin de semana.

–¿Simone? –La castaña se sintió por un segundo que volvía al mismo planeta.

–Síp. Gordon se la va a llevar de vacaciones y tenemos permiso para hacer una fiesta.

–¿En tu casa? –Tomie se rió y Georgie se sintió estúpida.
Ya había estado en la casa de las chicas Kaulitz alguna vez; sus fiestas eran salvajes.

–Nunca he ido a tu casa, y no creo que mi papá me deje ir sola. –Agus no había dejado de mirarle fijamente desde que llegó.

–No vas a ir sola, puedes ir con Georgie.

–¿Yo?

–Síp. Billie me dijo que te invitara… –Tomie frunció el ceño un segundo y continúo hablando. –Y ya que están juntas, aprovecho para invitarlas juntas.

–Sí vamos. –La castaña sonrió ampliamente antes de que su amiga pudiera replicar cualquier cosa.

–¡Genial! Las veo el viernes a las nueve, tienen que llevar una botella.

Ahí, en el rincón que servía para “perder el tiempo” con cosas que no tendrían que estar haciendo, cuando Tomie se alejó, Agus tenía una expresión perpleja en la cara y Georgie le sonrío dando palmadas en su espalda.

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