lunes, 18 de agosto de 2014

Fixing from the start {TH}

Pairing: Bill/Tom
Categoría: slash
Género: hurt/comfort
Rating: T
Resumen: "Suspiras por todas esas mentiras en televisión, las fotografías, las sonrisas falsas, los intentos fallidos que terminaron en la cama pero que el sexo no arregló, porque incluso si no dejó de ser bueno ya sólo te sabía a cuerpos rotos y lejanos en la cama, un poco a remordimiento. "
Música: Of Verona -Dark in my imagination
Notas:  Nada, que tenía ganas de escribir algo relativamente feliz, hurt/comfort ('CAUSE YOU DON'T FUCKING KNOW BUT I'M SO FUCKING MAD WITH THESE BOYS I'LL KILL THEM IF I EVER SEE THEM SDVLK DON'T TALK TO ME)
Los tiempos y narradores son un poco un desastre y hay un par de cosas raras por ahí que hice para no usar la cursiva porque es un fastidio con el formato de TODAS las páginas y meh. Sin betear. Whoops.




Comenzaron tomándose de las manos, lo recuerda porque es la clase de cosas que los idiotas románticos como él no olvidan. Tendrían más o menos tres o cuatro años, y no cuenta antes que eso porque antes que eso era más natural que consciente. Quizá ese fue el problema, comenzar a ser más consciente que natural.

Se dieron su primer beso a los nueve porque siempre estaban juntos y siempre fueron precoces. Al menos es el primero que puede contar como primero en Propiamente Un Beso Que Te Di Con La Intención De Ser Un Beso en la lista de besos que se dieron.

De ahí escaló a la adolescencia, las duchas por separado, los infinitos Te Odio, los golpes, reclamos, palabras hirientes y por fin la explosión de hormonas contenidas que terminó en fricción sobre la alfombra, pantalones pegajosos y cabellos enredados.

Los terribles, terribles trece.

Se movió a besos furtivos y fuertes, piel desnuda, duchas largas, quedadas con amigos inexistentes que terminaban en parques, estacionamientos o propiedades olvidadas.

Los diecisiete y entonces el sexo. El dolor de explorar cada rincón de un cuerpo que creían conocer como las palmas de sus manos incluso si no era el propio.

Los dieciocho, la independencia, el alcohol, las luces, los bares, los coches. La cantidad de dinero que gastaron en productos de limpieza de interiores.

Los veinte y a veces noches en el jardín como protesta en los sesenta, botellas de cerveza vacías y humo de marihuana. Las citas discretas que para otros podían no parecerlo en las que se tomaban las manos y se acariciaban las piernas por debajo de la mesa.

Los veintiuno y Las Vegas, libertad, fama, América, y de ahí no sabe cómo no pensó antes que se iría directo a la mierda.
Un día tienes la Épica Historia de Amor Jamás Contada y la próxima vez que te miras en el espejo tienes barba, terrible sentido de la moda, un peinado en el que nunca pensaste y una novia, falsa pelirroja, que probablemente es mucho mejor persona de lo que mereces, porque ambos saben que jamás vas a quererla lo suficiente pero siguen con el juego porque tu rey está estancado en el tablero, y mientras te ahogas intentando descifrar qué fue lo que pasó no tienes ningún movimiento. A ella no le interesa mucho.

Te repites que al menos tu economía no se ha ido del todo al carajo como la del resto del mundo y te conformas con fingir que todavía disfrutas lo que haces, porque a esas alturas ya no tiene caso lamentarse, incluso si la cama queda demasiado grande con todo el espacio entre los cuerpos que siempre habían estado demasiado juntos.

Suspiras por todas esas mentiras en televisión, las fotografías, las sonrisas falsas, los intentos fallidos que terminaron en la cama pero que el sexo no arregló, porque incluso si no dejó de ser bueno ya sólo te sabía a cuerpos rotos y lejanos en la cama, un poco a remordimiento.

Cuando Tom le dice a Bill que Se Acabó, no está sorprendido de lo rápido que los dos se resignan, de lo fácil que es seguir fingiendo que no todo está jodido, ni de lo mucho que le duele. Pensar que lo había visto venir y lo dejó pasar volando en su cara como todas las cosas que no le gustaban; hasta que era demasiado tarde y mierda.

Pero un buen día te juntas con amigos, amigos de verdad, de los que tienes toda la vida manteniendo en la periferia porque te mandan al carajo en el primer instante en que te pones ridículo; de los que te conocen de verdad, no de esos que haces en el camino de la fama y que no tienen ni idea de cuando eras un Don Nadie. Te dejas insultar y regresas los insultos. Te sientes libre y te preguntas seriamente en qué putas pensabas, cuándo volaste así de lejos de casa a vivir un sueño que disfrazado de libertad se convirtió en esclavitud y te arruinó todo lo que pensaste que era lo único que nunca perderías.

Darse cuenta de la estupidez propia, porque “nunca” es una palabra muy fuerte y los amigos de verdad te traen pizza barata y Jack Daniel’s, no te sacan a fumar el glamour a restaurantes caros.

Pero seriamente cómo es que todo está jodido si de pronto la música ya no suena del todo como que debe ser escrita de nuevo desde cero, y cómo es que todo está jodido y sin remedio si uno de los dos todavía a veces se levanta al medio día e intenta preparar el desayuno (que termina en cereal, fruta y pan quemado), y se ríen un poco a la mesa con bromas estúpidas sobre la primera caricatura de la tarde. Si a veces cuando despiertan tienen las piernas muy juntas y el cabello en la cara del otro, y no han olvidado cómo encaja una cuchara perfectamente en la otra sin tantas almohadas en el medio.

Así que te levantas una mañana, por la mañana para varear, sacas a pasear a los perros y traes algo para desayunar, porque después del último intento no piensas poner un pie en la cocina por lo menos hasta que haya pasado un mes de distancia entre un acontecimiento traumático y el otro, y le arrojas un cojín a la cabeza de tu hermano cuando a tu perro le ha dado por llenarle de babas un pie.

Piensas “al carajo”, exactamente como cuando pensaste que todo estaba jodido y te enredas a su alrededor en los cobertores como cuando tenían tres.

Ya no se pueden tomar las manos en público pero se la sostienes cuando están juntos en el jardín o mirando la tele. No entrelazas los dedos ni haces gestos sugestivos, sólo el peso de una contra la otra hasta que les sudan las palmas y las tienes que limpiar contra el pantalón con un “ugh” y un gesto de molestia que no es en serio, pero ni una sola palabra de lo que estás haciendo que se suponía que ya no hacían. Porque cuando “se acabó” fue dicho no pensaste en las cosas a las que no estabas dispuesto a renunciar y te pasas por el lado oscuro la épica historia de amor jamás contada, que hasta donde vas ya está bien jodida.

Te robas la mitad de las cobijas una noche porque hace frío y literalmente te le pegas a tu hermano como una lapa, porque es literalmente lo que hacían cuando tenían cuatro. Y si por la mañana como que lo pateas fuera de la cama porque hace mucho calor, pues no están hablando de ello de forma deliberada y de cualquier forma se va a tomar la mitad de tu café.

Te quedas con la parte del cereal y las caricaturas porque siempre ha sido una constante, pero esperas un par de meses para llegar a la parte del beso, cuando están a punto de salir de compras, en la puerta de la casa, y te das la vuelta para subirte al auto y conducir; y si Bill quiere hablar de ello pues qué mal, porque, ¿ya viste aquel edificio? Debe ser nuevo, y el perro necesita una correa nueva, ¿tú crees que sea buena idea comprarle uno de esos ridículos suéteres? Hay muchas cosas más importantes de las que hablar.

Por la noche le tomas la mano y nadie dice una sola palabra. Siempre han sido buenos atrapando malas indirectas.
Nunca han sido muy buenos perdonando pero de algún modo se empieza.

Los pantalones pegajosos y la quemadura de alfombra en los hombros toma una discusión sobre la letra y el ritmo de una canción, y hay algunas palabras hirientes de por medio y un par de golpes, pero termina en una cita a tu restaurante vegetariano favorito, tomarse las manos bajo la mesa y volver a casa borrachos de alcohol de arroz y jarabe de fresas para acurrucarse en el sillón y dormir hasta las tres de la mañana, cuando decides que es hora de moverse a la cama porque ya te duele el cuello lo suficiente, tienes entumida una pierna.

Toma meses. La frustración sexual tan intensa que se puede sentir en el aire, sofocada bajo mañanas de dibujos animados y noches de reality shows; siempre tomados de las manos en el sillón pero sin llegar más lejos, y pagando quizá un poco demasiado en lavandería por un par de semanas.

Hay risas, hay bromas, hay trabajo y música, amigos con los que hace mucho no pasabas tanto tiempo en la misma habitación y de pronto juras que te gustaría rentar una bodega pero ya tienes un estudio (que de algún modo no parece mejor).

Ceden y es despacio, en la cama, explorando de nuevo como si en el tiempo de distancia les hubieran crecido miembros nuevos, fingiendo que no tienen años de experiencia y cometiendo errores que ya no recordaban. Cuando por fin llegan ahí, se sujetan las cinturas con las piernas, se enredan los brazos sobre los hombros, y se hacen un nudo como para nunca dejar ir.

Se hacen promesas en silencio. Se tocan y se dicen “nadie más, nadie más, nunca, tú grandísimo imbécil hijo de puta malnacido” en susurros que duelen un poco más de lo planeado por no saber si son promesas o sentencias. Y si es que vale la pena siquiera hacerlas.

No sabe si esta vez habrá bares, luces, la terrible ilusión de libertad. No está seguro de cómo van los siguientes pasos pero sabe que de preferencia no por la misma línea, porque una cosa es comenzar de cero en el mismo punto y otra es tropezar dos veces con la misma piedra.

De cualquier manera tiene algo así como quince o veinte años para descubrirlo, y si sobrevivieron los veinte primeros, igual sobreviven veinte más.

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