Pairing: billshido
Categoría: slash
Rating: T
Día 8-Travestismo
Número de palabras: 748
Las luces se apagan y lo único a lo que puede fijar la mirada es al frente, a la angosta pasarela que es iluminada pobremente por un reflector fijo. Ahí, en el centro de todo hay un pilar metálico idéntico a los de todas las pasarelas del lugar, pero es especial, el único que conserva luz a esa hora y en el que todos mantienen la atención porque el resto de las luces se han ido. No es el pilar lo especial, sin embargo, sino la hora, el sitio y la chica de piernas largas que se aproxima con exasperante lentitud.
Bushido ocupa la primera mesa como la mesa de honor y cuando los ojos avellana de la estrella en el escenario se posan en él hasta la camarera que le sirve otra copa y le enciende el cigarrillo por una propina extra, desaparece. La chica de ojos avellana camina lentamente, pie tras pie como si pudiera en cualquier momento tropezar con sus altísimos tacones pero no lo hace, quizá las manos a las caderas le dan equilibrio, o el larguísimo cabello negro que le cubre los pechos y la espalda. Es alta, y tiene las manos frías, lo sabe porque tiene que apretar las piernas cuando ella baja de la pasarela y se acerca, le acaricia la mejilla y la música suena, tan baja como un susurro, y no sabe si es que el espectáculo lleva humo o ella es sólo una ilusión que mueve las caderas y levanta su delgada blusa un poco, muy poco, apenas lo suficiente para dejar entrever aquel tatuaje de estrella que le sobresale por el pantalón corto de cuero negro, tan corto que deja que le toque los muslos y apenas logra retener el deseo de tenerla entera.
De pronto se siente poseído, no sabe si sueña o ella en verdad lo besa; está esperando que el guardia venga a separarlos cuando él le corresponde con todo y apretón en el trasero, pero antes de que nadie más se mueva, ella se aleja, lo deja clavado en la silla como un idiota y usa lo poco que le queda de dignidad para sonreír y fingir que no está esperando que el lugar cierre para saltarle encima apenas la vea.
Vuelve a subir al escenario como si desde siempre formara parte de él y se desvanece en una danza que parece arrastrarla como olas o corrientes de viento en el sofocante calor del lugar. Ya no tiene abrigo y la traslúcida tela de su blusa deja entrever las pequeñas y casi inexistentes curvas de sus pechos, el rosa oscuro de sus pezones. Se eleva en el pilar como una mariposa, su oscuro cabello rozando el suelo como alas de cuervos que le mantienen suspendida en el aire y las blancas largas piernas como ganzúas que se deslizan suavemente y no sabe si es él, ella, el calor o las ganas, de pronto se siente sumergido en un mar que no es de agua, quizá de la sangre que le palpita con demasiada fuerza. Gira, y arrastra al resto del mundo con la melodía de sus tacones, las largas uñas rojas que dejan marcas en su propio cuerpo que se desvanecen a contraluz, y el aliento cálido que todavía le sabe en los labios cuando ella lo mira, le guiña un ojo y se gira para darle la espalda; la luz disminuye y sus pupilas se dilatan para ver más que sombras, fragmentos de partes del cuerpo, el ondular del cabello, el ligero y gimiente sonido de su voz en exhalaciones de esfuerzo cuando se desliza sobre el pilar de nuevo. No se da cuenta cuándo la blusa se ha ido.
Se quiere poner de pie pero le pesan las piernas y no siente las manos, hay cientos de billetes grandes en la pasarela.
Ella tiene las manos frías y dejó la mitad del labial en sus labios, en el tatuaje de su cuello, en la imagen de un recuerdo que espera no perder nunca. Las luces se apagan de golpe y la iluminación regresa en tonos bajos, al centro de la pasarela donde un poste metálico se alza desde el techo hasta la base, donde ella baila las últimas notas de una melodía que se había fundido con su cuerpo, y él se queda petrificado en su asiento, porque cuando se saca la última prenda hay algo entre sus piernas que definitivamente le dice que es más un él que una ella.
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