Categoría: slash
Género: drama
Rating: T
Advertencias: violencia
Resumen: Gustav tuvo que aprender por las malas, que no era tan capaz como todos pensaban.
La adrenalina es como una droga. Es peor que una droga, porque es gratis,
no es ilegal y la tienes siempre al alcance de la mano.
– No es cosa de niños, no deberías involucrarte.
–Puede que las chicas crean que soy “lindo”, pero no soy un niño, no te
equivoques, Anis.
Gustav era la clase de hombre que
parecía tener las cosas siempre bajo control; toda la gente estaba convencida
de que era tan completamente capaz, que incluso Gustav terminó por creerlo
también. Algo impuesto en él inconscientemente, de lo que, pensaba, tenía pleno
control.
“Gustav es un chico capaz. Es sobrio, astuto y apto.”
El mismo Gustav lo creyó siempre así, hasta que conoció a Anis.
Bushido era para muchos la imagen contraria a la sobriedad. Era un rapero
de mal carácter y con poder. Era un hombre malo, uno de esos que hacen las
cosas inapropiadas y en el que no se puede confiar así como así.
Un hombre que vivía en el límite de sus acciones, rompiendo reglas y
portando impunidad.
– ¿Quieres saber por qué lo hago? –Gustav no contestó, pero Bushido igual
se lo dijo –Por adrenalina, muchacho. Pura adrenalina. No hay una droga mejor.
Gustav sabía lo que era la adrenalina, y sabía lo que eran las drogas. No
era un chico modelo, pero el fantasma de “capaz y confiable” lo único que hacía
era darla más seguridad en todo lo que se proponía. Y Gustav se propuso
entender de qué clase de adrenalina era de la que Bushido hablaba.
Se lo preguntó directamente, sin tapujos, en actitud pasmosa y
aparentemente desinteresada. Después de burlarse de él en sonoras carcajadas
que le hicieron fruncir el ceño ligeramente, Bushido lo miró directamente antes
de atraparlo por el cuello contra la pared, presionándolo con el antebrazo y besarlo
con tanta brutalidad que le dejó sangrando el labio.
–Esa clase de adrenalina. –le respondió al separarse, antes de la vuelta,
dejando al rubio contra la pared, desubicado, desconcertado y con el corazón
desbocado. Una mezcla extraña de ira y excitación se formó dentro de él y
empuñó las manos, que le hormigueaban en unas intensas ganas de golpear a aquel
hombre.
De golpearlo por haberlo atacado, haberlo herido y haberlo dejado sin
terminar.
Aquella clase de adrenalina, ni de cerca parecida a cuando se tiraba a una
chica en los camerinos, una completamente diferente, más seca, más ruda, más
intensa, brutal.
Anis se lo advirtió después de su segundo encuentro, cuando Gustav se
presentó en su estudio, sin invitación ni motivo, con aquella expresión
impasible pero las cejas ligeramente fruncidas, el labio aún herido. Le dijo
que la adrenalina era una droga peligrosa, un arma de doble filo. El rubio le
oyó sin prestarle atención mientras le arrancaba los botones de la camisa y se
desabrochaba el pantalón.
Gustav no era un niño; era un hombre capaz y confiable que siempre mantenía
sus situaciones bajo control.
Supo por primera vez que aquello no era cierto cuando la adrenalina comenzó
ha convertirse en una mezcolanza molesta y desabrida de sentimientos
encontrados tras los encuentros furtivos.
Anis se lo advirtió, pero el chico sensato y capaz no quiso escucharlo.
–Ya no hay emoción en esto, chico. Ya no me diviertes.
La adrenalina es una droga; un arma de dos filos que te engaña y te hace
adicto, dependiente. Una droga que te consume y te engaña.
Gustav tuvo que aprender por las malas, que no era tan capaz como todos
pensaban.
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