Categoría: slash
Género: humor, romance
Rating: MA
Advertencias: pwp
Resumen: Él se había prometido no más aventuras, pero... Ese chico no se quedaría en Japón el tiempo suficiente para atragantarse con la culpa.
Azotó sus largas y coloridas extensiones contra aquel pecho exageradamente
blanco. Se estremeció y volvió a sonreír antes de clavar sus largas y
manicuradas uñas en aquel sitio, apretando con fuerza, arañando sin piedad,
divertido al ver el intenso contraste; contrajo el rostro en una mueca de
satisfacción, no había sangrado, pero había ardido, se aseguró de ello después
de pasar su lengua por sobre los rasguños.
No era una suite de lujo, pero tampoco era un cuarto de conserje, sino una
habitación barata y pequeña en la zona hotelera de Tokio.
Había visto a aquel hombre por los pasillos de Universal tres días atrás.
Tres días fue lo que se tardó en volverlo a encontrar en el mismo sitio. Le
sonrió y el chico desvió la mirada avergonzado. Lo había atrapado, sabía que lo
tenía entre sus garras, se mordió el piercing en el lado derecho de su labio y
se acercó. Probablemente el muchacho no había siquiera notado que no era una
chica, pero eso terminaba importando poco al final. Intercambiaron un par de
palabras en inglés, un apretón de manos, una mirada intensa, una dirección y un
nombre.
Se llamaba Tom.
Su esposa y su hija dormían en casa, y él se había prometido no más
aventuras, incluso había dejado de besar hombres en los escenarios pero... Ese
chico no se quedaría en Japón el tiempo suficiente para atragantarse con la
culpa.
Tom levantó las caderas en un movimiento ondulante y él dio un salto corto
sobre su pelvis, se relamió los labios y el alemán gimió bajo y ahogado antes
de incorporarse y empujarlo hacia atrás, saliendo de él para embestir con más
fuerza. Jadeó y siseó cuando aquella gruesa y suave mano rodeó su miembro de
forma repentina y brusca.
Miyavi era un hombre que rondaba los treinta, andrógino y un visual kei de
fama, incluso a nivel internacional; quizá no tanto como los grandes, pero
considerado por muchos como un dios de la guitarra.
Tom tocaba la guitarra, lo había sabido por la complexión de sus manos; era
quizá el chico extranjero más lindo y atractivo que había visto en mucho
tiempo.
También era un chico al que le gustaban los encuentros furtivos y sin
compromiso, lo sabía porque no había dudado ni un segundo en ninguna de las
cosas que había hecho.
La calle estaba extrañamente en silencio, el mundo dormido cuando él empujó
a Tom con fuerza por los hombros, apartándolo y desconcertándolo por un
segundo, gimiendo cuando lo sintió salir por completo, un escalofrío a través
de su columna al ver aquel miembro hinchado, palpitante; suspiró con fuerza, un
suspiro que se convirtió en gruñido, apoyando manos y pies sobre el cama, se
irguió para darse la vuelta, de cara al colchón, sobre las rodillas y el
trasero en alto, se balanceó y escuchó una maldición.
Tom no había tenido sexo con un hombre con semejante cantidad de tatuajes
nunca en su vida; la espalda de Miyavi era un pergamino, de la forma más
literal.
Volvió a jadear y Tom volvió a maldecir aquella ronca y profunda voz, lo
suave y rasposa que era a la vez; aquellas manos que se extendían apretando las
sábanas, ese cabello que caía por los lados en una cascada multicolor, el aura
extravagante, la línea delgada de sus labios en esa sonrisa desesperante y
enloquecedora, y aquel trasero pequeño y redondo que se contraía en la espera.
Aquel pequeño trasero que presionó entre sus dedos antes de entrar de nuevo, en
una sola embestida, con fuerza pero velocidad bien medida. Deslizó sus manos
hasta la cintura, acariciando los tatuajes y sujetando después con firmeza.
Miyavi empujó hacia atrás y llevó la mano izquierda hasta sus testículos,
apretando ligeramente mientras Tom embestía. Contrajo su entrada una y otra
vez, como intentando estrangular aquel miembro que cada vez luchaba más para
salir.
Sintió la respiración cortada y se corrió en un gemido bajo y ahogado,
profundo.
El chico salió de su interior, aún estaba duro y en un arrebato desesperado
le rodeó la cadera con un brazo, lamiendo su entrada con una suavidad pasmosa
para la velocidad y poco tacto con el que se masturbaba.
El mundo estaba dormido afuera, su esposa y su hija en casa, él sobre la
cama de una pequeña habitación de hotel y su amante de una noche recuperando la
respiración a su lado mientras encendía un cigarro.
Miyavi había dejado de fumar hacia tiempo, había dejado también de besar
hombres en los escenarios, pero no había nada que le impidiera hacerlo en
privado.
Sonrió antes de sentir el tacto metálico
contra sus labios y enterrar el suyo en los contrarios.
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