Categoría: slash
Género: romance, humor
Rating: T
Resumen: Nadie se debía enterar que, aquella noche, después de que todas las luces fueron apagadas, pasos silenciosos se arrastraron por el corredor.
Pasos silenciosos hasta la habitación de Georg.
Notas: Primer Torg~
Nadie se debía
enterar que, aquella noche, después de que todas las luces fueron apagadas,
pasos silenciosos se arrastraron por el corredor.
Pasos silenciosos
hasta la habitación de Georg.
Si alguien sabía
que, en aquella habitación en la que los Kaulitz dormían ya tan sólo se
encontraba descansando uno solo de los gemelos, quizá podría significar un
holocausto en pequeña escala. Nadie debía saber; porque los pasos aventurados
en el silencio de la oscuridad, no tenían en realidad, muy buenas intenciones.
Después de que
las luces fueron apagadas y Georg se hubo puesto la pijama y metido en cama, un
cuerpo ajeno se deslizó entré el frufrú de las sábanas. Ligero y adaptado a
aquella situación, hiso suspirar a Georg con algo muy cercano a la resignación.
No era que estuviese cansado de las sigilosas visitas nocturnas, simplemente le
causaba cierta gracia. Cuando en aquella oscuridad una mano se colaba debajo de
su camiseta para dormir, nadie podía saber que se trataba de una señal. Si la
mano estaba fría, era un cuerpo que necesitaba calor. Si la mano estaba
caliente, simplemente requería confort.
Aquella noche no
hacía frío, pero dedos helados recorrieron su espalda. Siempre se preguntaría
cómo hacía para mantener la temperatura adecuada, justa únicamente para mandar
escalofríos por toda su piel, de esos que te calan en los huesos.
Georg se giró
sobre el colchón; nadie debía saber de esos ojos color marrón, que se nublaban
con lujuria y acompañaban a manos heladas que disfrutaban de cada rincón de un
torso ahora dispuesto.
Nadie se debía
enterar de la facilidad con la que Georg cedía, la disponibilidad en que aquel
tacto le hacía caer, y la resolución con la que se perdía.
Nadie debía saber
de sus bochornos a la mitad de la noche; aquellos que eran acompañados por una
mano hábil que se colaba despacio por debajo de su pantalón.
Nadie debía saber
que él sonreía mientras se dejaba hacer; su cabello siendo deslizado con
especial cuidado y dedicación, dando paso a una boca que se apoderaba de su
cuello.
Si es que alguna
madrugada a alguien se le ocurría prender casualmente la luz, todo habría
terminado. Nadie debía saber, porque ellos no querían llegar a un final.
Si las pijamas de
Georg carecían todas de botones, y era culpa del atacante nocturno, nadie debía
enterarse que todos ellos fueron arrancados sin cuidado pero sí con mucha
diversión. Entre risas y miradas oscuras y una furiosa pasión sin fundamentos.
Y el susodicho
entrelazando sus dedos en sus largas mechas castañas, perfectas antes de que se
tuviera que acostar, ahora sujetas en una coleta. Aquella enorme boca devorando
su manzana de Adán, y esa larga lengua, deshaciéndose en susurros sobre su
oído. Pequeñas exhalaciones de aire en toda la habitación, siendo silenciosos
entre risas y necesidades. Porque nadie debía enterarse, aunque ellos quisieran
hacer mucho ruido.
Susurrando
anhelos, promesas inconexas e ilusiones.
Y cuando el ritmo
aceleraba sobre sus caderas, entre los roces de la ropa, Georg jadeaba ahogado
sin parar, y el visitante nocturno se ocultaba en su cuello, muy, muy profundo
hasta que nada de su boca salía más.
Sonrió cuando el
vaivén se detuvo. Y sonrió claro, sincero y tortuoso, con su mirada verde
brillando en la penumbra, y una necesidad palpable en el aire.
Su acompañante
iba por más. Lo sabía y comprbó cuando éste sonrió antes de deslizarse hacia
abajo, restregándose descarada y completamente sobre su cuerpo hasta quedar
entre sus piernas por completo.
Lo supo y
comprobó, cuando hasta su nariz llegó aquel fuerte y penetrante aroma a uva, y
el silencio se perturbó entre el crujido del metálico paquete del condón.
El látex
recorriendo toda la extensión de su miembro; un pulgar en la punta y círculos
que le situaban en el límite de su cordura. Georg en la orilla del precipicio
mientras su acosador nocturno se llenaba con él por completo.
Hacia adelante y
hacia atrás. Nadie se debía enterar.
El chasquido de
la humedad, los golpeteos de necesidad. Arriba y abajo en movimientos lentos y
pesados.
Estaba mal.
Definitivamente mal. Si hay algo de lo que se deba guardar el secreto, no puede
ser en toda la regla correcto. Nadie debía saber porque, si alguien se llegaba
a enterar, toco acabaría terriblemente mal.
Adelante y atrás,
y los chasquidos de humedad. Sus nudillos apretando las sábanas, y sus muñecas
acorraladas contra el colchón; a aquel chico le gustaba montarlo, y a él sentir
aquella frustración de perder el control.
El orgasmo
acercándose a zancadas grandes, y el nudo en su garganta.
Arriba, abajo, y
un par de arremetidas más; levantaba la cadera sin piedad, con más fuerza, más
fuerza, y luchando una batalla ganada en el colchón, entre crujidos secos y
golpeteos furiosos. Y esperando el momento glorioso.
Dejó pasar tres
segundos antes de que aquel cuerpo encima suyo se rindiera; Georg no quería
libertad, pero siempre la tenía al final, con el cuerpo dejándose hacer, en
movimientos torpes entre las últimas embestidas, y un final glorioso entre
ronquidos jadeantes y gemidos temerosos. Su cara sonrojada y aquella sonrisa
vaga, entre una cama destendida y respiraciones agitadas.
–No puedes seguir
haciendo esto, Tom.
–Sí puedo.
Y entre que nadie
podía saber, que Tom no estaba por las noches en su cama.
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